Revista Cultura y Ocio

Por fortuna, no soy pez, ni mosca

Por Calvodemora
Por fortuna, no soy pez, ni mosca
Por suerte uno no es pez. En cierto modo, no habría sido extraño que nos hubiese tocado en suerte nacer lubina, boquerón o atún, es sólo esa fortuna, la de que el azar nos decantara a ser alumbrados bajo la forma humana y no, de verdad que no sería tan difícil, la de reptil o ave o pez. De hecho, ese escrutinio aleatorio podría haberse inclinado a que naciéramos criaturas de menor fuste zoológico; se me ocurre una garrapata o un mosquito. En lo estrictamente humano, las leyes secretas que configuran el mapa genético podrían haber decidido que nuestra madre fuese de alta alcurnia y nuestra vida (al menos en lo material) hubiese estado felizmente resuelta o de baja extracción o muy inferior extracción. Siempre me fascinó que un solo espermatozoide de entre una masiva cantidad de ellos fecundara un óvulo; más aún fascina que nazcamos en un país y no en otro, en una casa y no en otra, pero tampoco el pez sabe que es pez, no tiene metafísica, no es capaz de discernir y avanza a ciegas, como hechizado por el caudal del agua. Creo recordar que un amigo, hace más tiempo del que ahora sé reconocer, sostenía que la vida de las moscas era la más infeliz de entre todos los seres vivos que pueblan la Tierra. Sin ánimo de rebatirle, añadía yo que esa lista de criaturas desdichadas es inabarcable: están las ovejas, están los gorriones o están las hormigas. Con ánimo de contrariarme, él me rebatía: no hay vida más triste que la de la mosca, pero no debemos envalentonarnos mucho con ellas. Por cada uno de nosotros hay diecisiete millones de moscas. Además hay más de mil especies diferentes. Tienen la terquedad que a veces se echa en falta en especies de más contrastada inteligencia. Si yo fuese mosca (decía) ya habría aprobado latín. A mi amigo le costó sacar esa lengua muerta, aunque era muy bueno en inglés. De haber sido mosca, proseguía, habría aprobado o perecido en el intento. A B. le duró un par de años el latín y cada vez que pienso en él me viene a la cabeza la reflexión académica de la mosca. Hoy pensé en qué virtud tiene el pez. Hice la foto ayer, en un supermercado. Me produjo una zozobra increíble ver todos esos peces, expuestos con abigarrada estética, tasados y ofrecidos. No caigo en esos pensamientos retorcidos o excéntricos cuando veo el expositor de una carnicería: no hay animales enteros, salvo un despellejado y patético conejo o un pollo sin desmembrar todavía. Como mi cabeza va a lo suyo, pensé en si un boquerón aprobaría latín en el instituto. A decir de B., al que no veo, del que no sé nada, una mosca podría sacar limpiamente una carrera universitaria; lo harían en el poco probable caso de que una carrera universitaria durara un mes, que es lo que vive una mosca en su periodo adulto. Por cierto, hay políticos que parecen moscas. Sacan las carreras sin despeinarse. Me sigue preocupando el caso del pez. Esta noche le buscaré un oficio. 

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