¿Has notado cómo se vuelve cada vez más invasiva la publicidad en YouTube? ¿Pones atención en esos posteos de Instagram que aparecen como si fueran de alguna amiga o amigo pero que son en realidad anuncios? ¿Eres consciente de que al tapear o cliquear cualquiera de ellos alimentas ese algoritmo que va sabiendo más de ti que tu mamá? Hoy en #PorlaLibre hablamos de esas condiciones pero en nuestros términos, y te ponemos sobre aviso acerca de cómo las plataformas se están enriqueciendo con tu trabajo, incluso si no te has dado cuenta de que tomar la selfi y subirla a la red es un proceso creativo, productor de sentido y significancias (Barthes) y productor también de valor, es decir: trabajo (como dijo el máistro Marx).
Cuando se iniciaba la Guerra Fría, en octubre de 1945, el visionario George Orwell escribió un breve artículo titulado “Usted y la bomba atómica” en el que trataba de poner en la perspectiva de lxs ciudadanxs comunes la ominosa nueva realidad nuclear.
Guardando todas las proporciones del caso, hoy le pediríamos que escribiera algo sobre “Usted y las redes sociales”, pues lo que aceptamos al marcar la casilla “He leído los términos y condiciones” (que por supuesto nunca leímos) y hacer clic en el botón con el que se crea la cuenta del feis, el insta, el juat, el yutú, el yimeil, el tictoc y los infinitos etcéteras por venir, puede resultar tan complejo como la física cuántica, con el agravante de que se trata de contratos jurídicamente vinculantes.
Si en sus inicios internet era una red distribuida (es decir, no centralizada) y prometía una utopía de cooperación, colaboración y organización horizontal de base, o sea, un espacio donde la reciprocidad era tan importante como lo es en las economías campesinas no capitalizadas, su concreción en el modelo de las plataformas privadas u operadas por capitales privados, dieron al traste con todas nuestras buenas intenciones.
Hoy es de lo más natural para nosotros descargar una app, y darle clic al botoncito que crea la cuenta, con lo que cedemos —sin siquiera haber leído las condiciones que aceptamos— nuestros derechos de uso y de explotación de todo aquello que creamos y que en principio es nuestra propiedad intelectual (cosa que las plataformas dicen que respetan ciegamente; por eso es tan importante entender la diferencia entre ser propietarixs de nuestra creación y ceder derechos de explotación). Aún más lejos: una vez creada la cuenta, al poco tiempo empezamos a recibir correos de cualquiera de esas plataformas en los que se nos informa que las condiciones han cambiado y que las hemos aceptado por el simple hecho de seguir usándola.
Ya en los 70, los artistas Joseph Beuys, Nam June Paik y Douglas Davis imaginaban un desarrollo de la TV que incorporase la retroalimentación y la posibilidad de simultaneidad global (el link va al PDF en inglés/alemán) No existía aún internet. En los 90 esta ilusión parecía posible, pero entrado el siglo XXI fue secuestrada por los capitales privados y las plataformas. Los mitos de la llamada sharing economy (otro pdf en inglés) o economía del compartir llegarían a colmos como los de Uber, la mega empresa global de transportes que no posee un solo vehículo, Airbnb, la cadena hotelera sin edificios o el más poderoso canal de “contenidos” del planeta que no tiene bajo contrato a un solo creador de contenidos: Facebook y sus spinoffs.
¿Vámonos felices a regalarle nuestro trabajo al feis? ¡No! Vámonos a la resistencia: plataformas cooperativas contra la economía corporativa del compartir. Otra lectura recomendada: The Pirate Book.
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