Revista Cultura y Ocio

Por la telúrica espada de Piropinga

Publicado el 31 diciembre 2012 por _jorge_

Clariso Porrucio, eminente escritor de paisajes fantásticos pensó que le convenía mejor que las flores hablaran al paso de los enanos con tres piernas que acababa de idear. Luego lo repensó mejor y no las hizo hablar -a las flores- o no tanto o tan bien como debieran, y entonces las hizo tartamudas y que solo hablaran chino cantonés, o mejor aún; un idioma que él solo supiera y que iba a inventarse en los diez minutos siguientes. “Mojinarro”, y ya está, ese iba a ser la lengua que las flores tartamudas hablaran al paso de los enanos de tres piernas.

Mmmm, flores tartamudas que hablan un extraño dialecto, el Mojinarro… ¿debería haber una fonética mojinarra del norte y otra del sur, más cerrada y directa…? Clariso pensó y repensó, pero abandonó pronto la idea porque se le ocurrieron unos cochinos con los ojos rojos que montaban caballos y en vez de espadas llevaban como armas piernas resecas de humanos, por aquello de que, aunque fuera fantásticamente, los cochinos vieran recompensada tanta explotación humana sobre sus paletillas y jamones; toma ya justicia subliminal aprovechando un cuentecillo fantástico.

¿Qué podían estar buscando los enanos de tres piernas? Pues algo valioso, pues todos estos cuentos casi que van a lo mismo, a buscar algo mágico y bonito, con luces brillantes o que hace fummmmmm y destruye a los enemigos o tiene mucho poder, eso nunca falla.

Clariso recordó que, por imperativo legal, había que meter en la historia de los enanos de tres piernas y las flores tartamudas que hablan Mojinarro y los cochinos jinetes con piernas de humanos a una princesa -o así- un guapo, uno muy bruto y uno que haga las veces de mago, con preferencia por barba blanca y larga y gorro de pico.

De buenas a primeras se le ocurrió un personaje gigante que camina lentamente por las tierras de… Gracolúm o Pirrolóm -Clariso ya elegirá luego el nombre que más le mole- y cuando llega a un poblado o ciudad tipo castillito va y se la come, sí, como se lee; se la come entera, piedras, señoras, caballos, alguaciles y herreros con su fragua. Luego avanza unos pasos y caga toda la ciudad pero con curiosos cambios que se han producido en su intestino, aunque la ciudad o poblado permanece exactamente posicionado tal como era antes de pasar por el interior del personaje que camina lentamente. Cuando caga la ciudad o poblado, esta aparece toda de color rojo: paredes, personas y animales de toda raza y condición. Esto ocurre porque el personaje enorme que camina tiene mucha afición a la remolacha cocida y envasada al vacío. Aparte de este cambio cromático, los habitantes de la ciudad deglutida y posteriormente defecada hablan exclusivamente tal como cantaba Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas, pero con los ademanes físicos del bajista de la banda Red Hot Chilli Peppers, Flea, cuando está totalmente inmerso en una actuación.

Clariso, mientras rememoraba en su mente los aspavientos físicos de Flea con el bajo, se tiró un pedo y, bien lejos de desechar tal acto de la naturaleza por pestoso y cochino, lo trasladó, lo agregó a su mundillo fantástico: los enanos de tres piernas, en un momento u otro de su azarosas andanzas encontrarían a otra raza, en otro pueblo, en otras tierras, todos con la apariencia física de un hombre de unos cincuenta años, calvo pero que se hace la raya del pelo más baja para llevarse el cabello al otro lado y no parecerlo, con gafas de lentes progresivas, con unos pantalones grises, que le gusta ver Intereconomía y la oír la Cope por la mañanas y que acaba de conocer la noticia de que toda su familia ha muerto en un accidente de autobús, justo dos minutos después de confirmar que todos los números de su boleto del euromillón coinciden con la combinación ganadora: 658 millones de euros. Los enanos de tres piernas encontrarán este pueblo de personas idénticas unas a las otras y advertirán una cualidad curiosa -otra más, sí, que para eso son las novelillas fantásticas-; cada vez que se encuentran dos de ellos en cualquier ambiente, se saludan protocolariamente flexionando el tronco, movimiento este que tiene la virtud de hacerlos pederse, pero no será un pedo de los habituales, no: el gas se convertirá pronto en un genio de lámpara al que solo se le verá la cara, llevará un ojo colgando de sus músculos sobre la mejilla y dos dientes con la inscripción “D&G” en oro. Este genio quedará flotando sobre su propio expulsor y dirá: “Por esta flor yo perdí la vida”, o “Morirás como un perro enamorado en primavera”, frases que dividirán a todos los habitantes del pueblo entre una y otra frase. Como colofón explicatorio, baste decir que nacerá, años adelante, un habitante con su calvicie mal disimulada, pantalones grises y gafas progresivas que al iniciar su vida social, expulse su gas, pero este no diga alguna de las dos frases ortodoxas, sino otra distinta: “Niño, el botijo parte el alma del burro Lobato… ¡Gurri maricón!, este revolucionario acto, anatematico en su propia esencia, llevará al susodicho pueblo a una cruenta guerra civil de dramáticas consecuencias.

Clariso se encontraba ya exhausto de tanta creatividad fantástica, así que se echó de lado en el sillón de pana Wourcester, se introdujo un supositorio de glicerina en el ojete y se dispuso a echar una ligera siesta que le trajese más inspiración ficticia.

[Por El niño sipote]


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