08/09/2011 10:37:44 PM
Hoy los cubanos celebramos la fiesta de Ntra. Sra. De la Caridad (del Cobre), Madre y Patrona de Cuba desde 1914. A ella, advocación de la virgen María, hace exactamente un año, encomendé la salvación de mi nieta Ana Sofía, con solo un mes y ocho días de nacida.
No sé como su cuerpecito resistió tantos pinchazos y aparatos. «¿Se salvará, médico?», pregunté a mi antiguo vecino, amigo de la familia y especialista de primer grado, Profesor Dr. Rogelio Caballero, de visita ese día en la Sala de Terapia Intensiva del Hospital Pediátrico Docente «José Luis Miranda», de Santa Clara.
«Está en estado de shock, pero aquí lo tiene todo, tranquila, Merceditas, ten confianza, aquí están los mejores especialistas, pero sí crees en Dios, reza», me respondió.
Y a Dios la encomendé. Pero era 8 de septiembre y confié a la Virgen de La Caridad la vida de mi nieta.
«Sálvala, Madre mía, y dame fuerzas para sobrellevar lo que pueda suceder», rogué con desacostumbrado ardor. Tanto, que sentí, primero, un leve dolor en el pecho; luego, más intenso, por todo el cuerpo, como una quemadura que se iba extendiendo y consumiéndome desde lo más hondo de mi ser, hasta dejarme exhausta.
De aquella especie de trance me sacó mi hijo, que golpeaba impotente la pared preguntando(se) —no sé a quién— en voz baja, pero con furia: «¿Por qué tiene que ser la mía? ¿Por qué? ¿Por qué?»
En sus 27 años nunca le había visto tan indefenso. Es alto, fuerte, lleno de bríos; por lo regular, calmoso, introvertido, con una autoestima tan elevada que a veces suele confundirse con la prepotencia. A diferencia mía, educada en colegios religiosos, padece de un nihilista empedernido.
Sin embargo, ahora, ¡qué diminuto, confundido y desprotegido lo sentía! Mas, me contuve de abrazarlo, de soltarle una lágrima. Debía sentirme fuerte, indemne. Bien sé que soy su primer escudo y que nada lo descompondría más — ¿más de lo que estaba?— que verle a mi adarga señorial una abolladura, una fisura, un rasguño, un orificio.
«Cálmate, Alejandro, tú no crees en nada, pero Ana Sofía no se va a morir ahora. Tal vez Dios quiera tantearte para ganarte entre sus fieles», le dije con extraordinaria firmeza y más autoridad que nunca.
No me respondió una sola palabra. Me pidió un cigarrillo, lo encendió, inhaló y expelió casi a la vez, impetuoso. Fue un humo exorcizante, limpiador, digo yo.
La niña fue mejorando. El 21 de septiembre regresó a casa. Tres días después, tuvo una recaída. De vuelta a las mismas angustias, a la misma sala del mismo hospital y a los mismos médicos…
Falta de respuesta al tratamiento. Conteo sanguíneo completo con fórmula leucocitaria. Coprocultivo para salmonella. Resistencia al antibiótico disponible. Al fin aparece el indicado, una cefalosporina de tercera generación, adquirida por Cuba en terceros países o a través donaciones. (Esto lo que más duele del bloqueo).
Ana Sofía estaba desnutrida. La madre, no podía lactarla. Solo toleraba el yogurt natural, que le suministraban por sonda gástrica y junto con un medicamento para asimilar la lactosa, igualmente deficitario, por la misma e inhumana razón. En un momento, quedaba solo para cuatro o cinco dosis más. Por suerte y en menos de 73 horas, unos amigos de la abuela materna lo trajeron del mismo país que lo embargaba.
El primero de agosto mi nieta cumplió un año. Ha crecido saludable, alegre, con peso y talla por encima de su edad. Gracias a Dios y a Ntra. Sra. De la Caridad del Cobre. Porque la fe, salva. Y gracias a la Ciencia, al personal médico y paramédico que la atendió, y la sigue atendiendo.
Ella representa los valores del reino de Dios, y al contrario de lo que muchos puedan pensar, el modo en Jesucristo vivió su vida, su relación con la gente —especialmente con los que sufren—, debía ser el paradigma de todos los que participan en la vocación de sanar, curar, salvar…
Yo la venero, porque también es un símbolo de la nación. En los días azarosos de las guerras por la Independencia su imagen no faltaba en ningún campamento, y no pocos mambises cayeron en el campo de batalla con su puño apretando la medalla con su efigie.
Siempre es un acontecimiento la celebración de la Virgen porque ella representa lo más preciado de la fe cristiana, y también un signo de la unidad de nuestro pueblo. Y el pueblo también necesita símbolos que lo hagan pensar, salir de la indiferencia, revivir la fe dormida, callada en el fondo por temor o por compromiso y, en ocasiones, desconocida por las nuevas generaciones. ¡Y cuánta amargura, resentimiento, violencia y aún odio se alberga en los corazones cuando falta la fe cristiana!
Es imprescindible sembrar amor, para que haya esperanza. Y eso también se lo agradezco, en el caso de mi hijo ya menos descreído, pienso. Al menos, no me reprocha, y acata. No me critica el gasto de electricidad por la lucecita prendida permanentemente a en mi cuarto, a la Virgencita, y por Ana Sofía.
Mi bolsillo no da para velas, ni para promesas como viajar al santuario en El Cobre y colocarle una ofrenda. Ella me habita por dentro. Ella, como la Bandera, el Himno, el Tocororo y la flor Mariposa, yacen en el centro de mi espiritualidad.
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