No sabía negarse. Debía de tratarse de laguna malformación congénita. No es que no supiera decir que no. De hecho, era la palabra que más pronunciaba. Cualquier cosa que se le sugería, la primera respuesta era: no. Además se trataba de un no enérgico y contundente.
- Sisebuto baja a comprar el pan.
- No.
- Sisebuto toma veinte duros.
- No.
Pero Sisebuto bajaba a comprar el pan y cogía los veinte duros. Por que lo que realmente le pasaba a Sisebuto era: que no sabía negarse.
Sisebuto se vio dos o tres veces con una chica algo pavisosa y cojitranca. Se llamaba Remigia. Un buen día, Remigia le preguntó a Sisebuto:
- Oye Sisebuto ¿somos novios verdad?
- No.
Sí señores, lo han acertado. Remigia y Sisebuto se hicieron novios en ese mismo punto y hora. A los pocos días Sisebuto le dijo que no quería conocer a los padres. Luego le dijo que no quería acostarse con ella. Más tarde le dijo que el niño que esperaba no era de él y por fin, le dijo que no se casaría de penalti.
Y así fue como terminaron unidos en santo y ejemplar matrimonio, con la bendición del cura párroco de San Cucufato: Don Agapito. Elección de parroquia y párroco realizada por Sisebuto al ponerles a ambos sendos noes.
Transcurrieron los años y fueron teniendo, uno tras otro, sin solución de continuidad y con la inevitable distancia de entre nueve o diez meses, hasta doce hijas que no quiso tener Sisebuto.
-Sisebuto, vamos a hacerlo sin condón.
-No.
Y embarazo al canto, porque además la Remigia era de las que se embarazaban lavando los calzoncillos del Remigio en la acequia.
Fue echando horas y más horas de trabajo por el sencillo método de decir que no a la sempiterna pregunta de Remigia.
- ¿Sisebuto, no deberías echar más horas extras en la fábrica? Qué con lo que ganas, tus hijas y yo no comemos.
- No.
De esta forma, su jornada diaria de trabajo ya alcanzaba las veintiuna horas.
Así que no fue de extrañar que el día que se le acercó un colega del barrio y con tono conspiratorio le preguntó:
¿Sisebuto, a ti no te gustaría deshacerte de tu mujer y tus hijas?
Sisebuto contestara con un lacónico pero esperanzador, e incluso, porque no decirlo, ilusionante:
- No.