Revista Opinión

Por pedir que no quede

Publicado el 05 mayo 2010 por Javiermadrazo

Cuando se cumple el primer aniversario de la constitución del Gobierno PPSOE el lehendakari ha comparecido ante los medios de comunicación para anunciar que su gabinete “no sólo sabe gestionar” sino que “incluso lo hace mejor que el anterior”, en referencia al llamado tripartito vasco. Las palabras de PPatxi suenan tan falsas como huecas y su rictus, entre enojado y distante, demuestra que no se las cree ni él mismo por mucha fe y vehemencia que ponga en el discurso. 

En realidad, tiene tres lastres difíciles de superar. Primero, el pacto con el Partido Popular, negado en campaña electoral y suscrito al concluir la misma; segundo, la imagen socialmente extendida sobre su falta de formación académica y experiencia profesional, potenciada, a voluntad propia, con un inoportuno posado en Vanity Fair y sus declaraciones admitiendo realizar “piras a las clases de euskera; y, tercero, un sentimiento de provisionalidad que le atenaza y le resta confianza como lehendakari.

Su problema prioritario no tiene nada que ver con la comunicación; va mucho más allá. El acuerdo PSOE-PP levanta ampollas entre el voto nacionalista, que ve en este dúo la representación del centralismo más feroz, pero también lo hace entre el voto vasquista, por el que en una época tanto peleó Jesús Eguiguren, y más aún en el voto de izquierda, reacio a compartir el mismo espacio que Antonio Basagoiti, quien ejerce en la práctica como lehendakari en la sombra. 

El drama de PPatxi es sencillo: necesita desmarcarse del PP, pero si lo hace, aunque sea tímidamente, se encuentra con un Parlamento en el que sólo tiene veinticinco representantes de un total de setenta y cinco. Además, en un año se celebrarán elecciones municipales y forales y es razonable pensar que Antonio Basagoiti quiera cobrar su peaje, trasladando el pacto PPSOE a Ayuntamientos y Diputaciones. Cuantos más pasos de PPatxi en esta dirección más crédito perderá, y su declive continuará acentuándose aún más. 

Por si todo ello fuera poco, la persistencia de la crisis económica también le perjudica, al igual que la incapacidad de Zapatero para hacer frente a la que está cayendo. En realidad, ni uno ni otro tienen propuestas efectivas y eficaces para generar empleo o promover el tejido empresarial. Se conforman con cruzar los brazos, en la confianza de que el número de personas desempleadas descienda unas décimas para poder vender y capitalizar una supuesta recuperación, que saben que no es cierta.

A ambos les falta valor para hacer política de izquierda y se saben prisioneros de la banca y la patronal. Han vendido su alma a la derecha y ahora tienen que pagar un alto precio por ello: impulsar una reforma laboral regresiva, contraria a los intereses y derechos sociales de la ciudadanía, y recortar el gasto público con todo lo que ello conlleva en materia de pensiones, dependencia, medio ambiente o servicios básicos vinculados al bienestar. 

Esta vez tienen miedo porque saben que no pueden pedir por más tiempo el voto de la izquierda para hacer después la política de la derecha.  Esta estrategia ya no cuela; está tan quemada como la imagen de sus promotores.  Por ello, sólo les aconsejo, si me permiten el atrevimiento,  que en lugar de prometer y hablar tanto del cambio que nunca llega, cambien ellos y recuperen los valores y principios del socialismo.  Sin duda alguna, es tarde para ello, pero por pedir que no quede.


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