Si estás a punto de cerrar la página, indignado ante semejante error en el título, o si ya estás tecleando a toda velocidad, escribiéndonos un correo para acusarnos de flojos o descuidados detente, espera un segundo.
En este caso –al menos– el error es deliberado y viene a cuento para explicar por qué nos resulta tan difícil reconocer nuestros propios errores, aunque revisemos el texto una y otra vez para asegurarnos de que está bien y evitarnos un papelón (o un regaño).
A mí me pasa con frecuencia el omitir un qué, un le, escribir desición en vez de decisión y, en algunos casos, olvidarme por completo de incluir un párrafo o una explicación esencial para hacer comprensible una nota.
Al parecer, y no lo digo en ninguna medida para justificar los errores que yo u otros colegas míos podemos cometer, no se trata de negligencia, falta de inteligencia o pereza.
Según Tom Stafford, psicólogo de la Universidad de Sheffield, en Reino Unido, esto ocurre precisamente por lo contrario.
Aunque escribir nos resulte algo cotidiano, el poner ideas en palabras es para el cerebro una tarea compleja y sofisticada.
Nuestro cerebro se concentra en la estructura, las oraciones y las frases y deja que el piloto automático se encargue de los detalles.
Lo mismo se aplica en el caso de la lectura.
Expectativas
Ahora bien, si estamos leyendo lo que nosotros mismos hemos escrito, el problema, le dice Stafford a BBC Mundo, es que “se produce una combinación entre lo que vemos y lo que esperamos ver”.
Para detectar los errores con más facilidad Stafford sugiere cambiar el tipo, el tamaño o el color de las letras.
“Como sabes qué quisiste escribir, eso interfiere con lo que en realidad escribiste”, explica el investigador.
Es decir, no reconocemos nuestros propios errores porque lo que vemos entra en competencia con la versión que tenemos en nuestra cabeza.
Por esta razón “es mucho más fácil detectar los errores de los demás, porque tenemos muchas menos expectativas” respecto a lo que vamos a leer, afirma Stafford.
A no ser, agrega, que estemos muy familiarizados con lo que estemos leyendo, aunque no lo hayamos escrito nosotros.
En ese caso, podemos pasar por alto los errores como si fuese un texto nuestro.
Solución
Pero no todo está perdido, es posible mejorar nuestra habilidad para detectas esos detalles que arruinan nuestra escritura.
“Hay que hacer que el texto se nos vuelva, de alguna manera, poco familiar”, le dice a BBC Mundo el investigador.
“Puedes cambiar el color, el tamaño o el estilo de las letras antes de volverlo a leer”.
“Otra opción es imprimirlo y dar vuelta la hoja, para leerlo al revés”, concluye Stafford.