Anotaciones sueltas sobre la situación política en Cataluña… Pensamientos deshilachados a vuela pluma…
Todos (o casi todos) estamos de acuerdo en preferir la democracia como forma de gobierno (o forma de estado, que no es lo mismo, de hecho son conceptos muy diferentes). Pero la cuestión comienza a complicarse cuando tratamos de definir la palabra democracia y su plasmación en un sistema político. Porque la cuestión no es si deseamos una democracia, sino más bien, ¿qué es la democracia?
Concepto complejo
Etimológicamente lo tenemos claro: el poder del pueblo, el gobierno del pueblo. Pero cuando observamos lo que pasa en los países democráticos vemos que tales no serían democráticos si aplicáramos a rajatabla el significado etimológico de la palabra. El pueblo no gobierna. No ejerce el poder. El poder lo ejercen los políticos, los partidos, las instituciones. Es cierto que se dice que el poder “emana” del pueblo, pero también el agua emana de la fuente pero la fuente no decide hacia donde corre el agua ni quién la bebe. De modo que… en realidad, el pueblo no tiene poder. El poder está en quien lo ejerce. Y si lo ejerce es porque otros creen que lo detenta, que lo tiene, que es poderoso, y respetan esa situación.
De modo que el poder no está en el pueblo. Éste, la mayor parte del tiempo, no tiene poder para oponerse al poder. Cumple órdenes, obedece leyes, ejecuta instrucciones. Sin respuesta, sin veto.
Pero el pueblo algo tendrá… En efecto, elige al Parlamento, y de éste se elige al gobierno. Es lo que se llama “gobierno representativo”. En cierta forma, ello le permite al pueblo determinar quién gobernará y quién no. También le permite determinar qué leyes se aprobarán (y que tendrá, por tanto, que cumplir), aunque habría muchos peros que poner a estas afirmaciones. Por ahora, démoslas por buenas a efectos expositivos.
De modo que aunque el poder no lo ejerce el pueblo, “es del pueblo”, porque los gobernantes se elegirán de entre los partidos y candidatos votados por el pueblo, aunque sea por intermediación del Parlamento. En éste se dice que “reside la soberanía popular”, por estar investido de la elección del pueblo. De todo el pueblo. Por eso el Parlamento es plural, y contiene representantes de todas (o casi todas) las tendencias políticas de importancia que se manifiestan en la sociedad.
Pero el poder no se agota en el Parlamento. De hecho, éste no ejerce otro poder más que dictar leyes y reglamentos. En realidad, en la práctica, estas leyes ni siquiera proceden de la iniciativa del pueblo ni del propio Parlamento, sino que cada vez más son producto de “transferencias de poder legislativo” desde el Parlamento al Gobierno, difuminando de esta forma la tradicional separación de poderes entre Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Así, cada vez más, los programas políticos de los partidos se convierten en letra muerta, su presencia en el Parlamento es puramente testimonial y la iniciativa legislativa reside en gran parte en el propio Gobierno, cuyos tentáculos lo controlan todo. Esto es, el que ejerce el poder atrae el poder.
Esta atracción es universal y total. Universal porque trata de englobar todos los temas y materias que pueden estar bajo la lupa del Parlamento o de otros poderes. Total, porque intenta expulsar del ámbito del poder último a todas las demás instituciones o personas. Aunque el sistema de gobierno contenga una previsión descentralizadora, creando de esta forma muchos gobiernos donde sólo había uno, en realidad cada uno de ellos actúa de la misma forma en su territorio, y el Gobierno central lo hace respecto de todo el territorio.
Así, el Gobierno catalán ha pretendido arrogarse todo el poder dentro de Cataluña. Ha exigido y obtenido con el paso de los años muchas competencias del Gobierno central, que ha ejercido cada vez con mayor ímpetu y control, fueran cuales fueran. Educación, transportes, carreteras, sanidad… da igual. Lo importante era marcar la línea del poder, trazar la frontera. Y lo ha conseguido, ¡vaya si lo ha conseguido! Miles de personas han huido de Cataluña al sentirse extranjeras y perseguidas en su propia ciudad, en su propia región. Se ha impuesto artificialmente un idioma de minorías, como el catalán. Se ha adoctrinado a los niños y jóvenes desde hace muchos años en el nacionalismo, con su discurso pseudo-histórico. Se ha creado un guetto dentro de España para que las sociedades cada vez se diferenciaran más… Todo con la intención de crear su propia democracia, lo que en el fondo ha significado crear primero su propia “fuente de poder”; es decir, su propio pueblo.
Esto es, a grandes rasgos, lo que vemos todos los días. Sólo que no lo vemos.
¿Qué dice nuestra Constitución?
Dice que “la soberanía reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Esto lo olvidan demasiado pronto y demasiadas veces nuestros gobernantes. Olvidan que la Constitución establece como primer deber sagrado de los poderes del Estado servir al pueblo, y no servirse de él. Pero ¡qué mas da! El poder es el poder. No se ocupa de quienes creen tontamente que son “la fuente del poder”. Es sólo un título, nada más.
Dice también la Constitución que ésta “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Pues muy bien… la Nación española. Así, sin definición ni determinación. Pero ¿dónde está la Nación española y a quienes comprende? ¿No estamos dando por supuesto lo definido en la definición? Además, ¿por qué se afirma tan rotundamente que es indisoluble, cuando todos los pueblos y naciones han sido históricamente divisibles y “solubles”? En efecto, es una ficción jurídica, nada más. Una ficción que sirve mientras se cree en ella. Luego… todo es inútil.
El problema es el pueblo
La cuestión es: ¿quién forma el pueblo español? Aquí es donde los nacionalistas golpearon más y con más decisión, y donde han logrado producir las grandes grietas que amenazan la estabilidad de todo el edificio de nuestra nación. Han roto la unidad del pueblo. Han creado artificialmente”otro pueblo”, diferente del español, del que por otra parte todos sus integrantes proceden, y lo han hecho con la ayuda del adoctrinamiento político, ideológico y educativo. Así, los héroes españoles son a sus ojos asesinos de pueblos, genocidas, como Hernán Cortés, que para ellos mató a millones de indígenas con su propia espada, como Arturo con Excalibur en los poemas antiguos. Así, la Guerra de Sucesión fue en realidad una invasión sangrienta que los españoles perpetraron contra los catalanes, hasta entonces bondadosos habitantes de un planeta en paz… ¿Es que no nos damos cuenta?
Han logrado que otro pueblo, sustentado por la mentira y el odio, surja de la nada. Un pueblo que ya no es español, porque no se define a sí mismo así, y porque está dirigido por un gobierno totalitario (porque total es el control que ejerce sobre las vidas y las mentes de sus súbditos) hacia la gran guerra final: la lucha contra el “Estado opresor español”, que terminará, en sus fantasías, en la victoria del aguerrido y valiente y pequeño pueblo catalán, lleno de las virtudes guerreras y austeras que tenían, por ejemplo, los antiguos romanos republicanos; y, por supuesto, una nueva era de libertad y prosperidad seguirá a la independencia.
Así, quienes mantienen que el pueblo debe decidir sobre su destino no tendrán reparo, porque hablamos de dos pueblos diferentes. Aquellos otros que tengan una visión más realista y comprendan que la democracia no existe tal como la imaginamos y que el concepto de pueblo no está determinado con exactitud cuando se lleva a la práctica, y se nieguen a admitir las prácticas totalitarias, no podrán quedar conformes con la solución.
Por qué no habrá independencia
Por dos razones: porque los gobernantes catalanes no quieren independencia, sino poder. Poder y riqueza. Y eso se puede obtener mejor y sin tanto riesgo formando parte del sistema autonómico, aunque con ciertas “garantías” que ya están ocupando de dejar aseguradas. Y la segunda razón, porque el verdadero poder no está en el pueblo español, sino en el Gobierno Español. Y si éste se decide a ejercer el poder de verdad e impedir la independencia, ningún maniaco podrá oponerse, ningún mafioso podrá esconderse, ningún pueblo podrá resistirse.
La pregunta final es: ¿querrá el Gobierno ejercer el poder hasta sus últimas consecuencias?