La derrota de Ciudadanos en Galicia y el País Vasco, donde no ha conseguido ni un solo diputado, es el tercer aviso para ese partido, que avanza de derrota en derrota hacia su desaparición como esperanza política renovadora en esta España politica y moralmente podrida. La torpeza de Ciudadanos es sublime. De ser el partido que encarnaba con más credibilidad el impulso regenerador en España, ha pasado a ser, en pocos meses, un partido que pierde posiciones en cada cita electoral, avanzando con paso inexorable hasta su desaparición como nueva gran opción política. ---
Ciudadanos está sucumbiendo a la mediocridad y hundiéndose poco a poco, sin entender que la España actual está tan podrida y tensionada que las medias tintas no convencen. La causa de la caída de Ciudadanos es su cobardía y la línea de falsa prudencia y tibieza que ha impuesto su fundador, Alber Rivera, que si no cambia de rumbo con urgencia se ira pronto de la política tal como empezó, en pelotas.
Albert Rivera y los suyos son incapaces de entender sus propios orígenes. España estaba tan asqueada de la vieja política, encarnada en el PSOE, el PP y los nacionalismos que promueven el odio, que deseó y acogió con ilusión a dos partidos radicales que encarnaban la decepción y el deseo de cambio. Podemos se situó en el espacio de la izquierda radical y abrazó el neocumunismo populista, mientras que Ciudadanos se situó en el espacio del centro, fiel a la Constitución y a las libertades liberales y derechos vigentes en Occidente.
Hoy, Podemos mantiene su rostro radical, pero Ciudadanos lo ha difuminado y se ha transformado en un partido adicto al pacto y a la componenda. Ese cambio es el que le está llevando a la tumba.
La parte más miserable y depredadora de España, representada por gente que promueve el odio y quiere despedazar la nación, como Puigdemont y Rufián, se ríen a carcajada limpia de los resultados obtenidos por Ciudadanos en Galicia y Euskadi. Esas risas es una razón más que suficiente para que los demócratas y la gente decente del país llore en lugar de reir porque la caida de Ciudadanos representa el fin de un sueño regenerador, estúpidamente arruinado por la torpeza estratégica y la cobardía de Albert Rivera.
El fracaso de Ciudadanos es una lástima porque ningún otro partido encarnaba tan bien el impulso regenerador que el país ansia y necesita. Pero, como dice el Evangelio, "porque no eres ni frío ni caliente, empezaré a vomitarte de mi boca". Los españoles no premian, en esta etapa crispada y tensa, la tibieza ni la cobardía. Prefieren la desvergüenza corrupta del PP a la bobalicona regeneración light de Ciudadanos, un partido que pacta con todos con tal de tocar poder, aunque disimule su gusto por las poltronas diciendo que es para "imponer" políticas democráticas y de regeneración.
Rivera solo convence cuando saca el látigo porque los españoles que pueden y quieren votarlo son los que están indignados y desean una España decente y distinta. Todos los demás, desde los cobardes a los paniaguados, los analfabetos y los fanáticos de sus colores, esos que votan a sus partidos siempre, aunque sean escoria moral, votarán a los viejos partidos corruptos del PSOE, el PP y el nacionalismo que propaga el odio y el enfrentamiento.
La parte mas sana de España, que es la clientela natural de Ciudadanos, no quiere a mediocres ni a cobardes capaces de pactar con Susana Díaz en Andalucía, un paso en falso de Ciudadanos que marcó y degradó su imagen y que le está costando sangre.
Ciudadanos tiene que eliminar a los muchos tránsfugas y vividores que está colocando al frente del partido en distintas ciudades y regiones. El partido necesita radicales, pero que sean radicales de la decencia, de España y de la Constitución, no a tipos como el andaluz Marín, un tránsfuga con experiencia en distintos partidos, que encarna como político el espíritu de los antiguos andalucistas de Rojas Marcos, borrados del mapa político andaluz precisamente porque se metieron en la cama con el socialismo corrupto.
Ciudadanos todavía puede salvarse, pero tiene que protagonizar un cambio valiente y difícil que quizás no sean capaces de dar, un cambio duro que obligaría a empuñar el látigo, azotar a los corruptos y entender que la España podrida del presente no se arregla con parches, sino con cambios profundos y metiendo a los sinvergüenzas en prisión.
Francisco Rubiales
Revista Opinión
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