El desarrollo del liderazgo es una de las principales preocupaciones en muchas organizaciones.
Signifique lo que signifique esta término, y al margen de las numerosas interpretaciones y múltiples matices que se le pueden aplicar, parece que existe un consenso generalizado en que la existencia de liderazgo en las organizaciones es muy preferible a su ausencia.
Resulta curiosa esta preocupación porque todas las personas son líderes, no solo en potencia sino también en la práctica. Lo único que varía es el contexto y la frecuencia con que expresan este liderazgo, así como el alcance o impacto del mismo.
¿Por qué entonces hay tan pocos líderes en las organizaciones? O, mejor dicho, ¿por qué se expresa tan poco el liderazgo en ellas?
Seguramente sean muchas y variadas las razones pero me gustaría centrarme en dos de las que considero más relevantes.
Por una parte, el absurdo concepto de liderazgo que existe en el mundo del management. Si nos paramos a pensar un momento en todas las cualidades que se esperan de un líder, nos daremos cuenta de que hablamos de semi-dioses poseedores de un compendio de virtudes y habilidades estadísticamente inexistentes en cualquier mortal.
Por otra parte, los aún más absurdos métodos utilizados por las organizaciones para designar a sus “líderes”, y eso cuando utilizan algún método y no lo hacen “a dedo”.
Aún así, si consideramos la premisa anterior de que todas las personas son líderes, no parece sencillo explicar por qué la ausencia del liderazgo en las organizaciones es tan marcada.
Sin embargo, para mí las razones son evidentes. ¿De quién se espera que se comporte “como un líder”? De los responsables de equipo, sean del nivel que sean. Tu organización te nombra “jefe” y espera que tu liderazgo aflore de forma espontánea y natural. ¿Por qué no ocurre?
Ya he comentado en alguna ocasión por aquí que la principal preocupación de un jefe, en la realidad, no es los “pouerpoint” corporativos, no es su equipo, ni los resultados de la empresa, ni los accionistas, ni los clientes. La principal, y yo diría casi única, preocupación de un jefe es seguir siéndolo y, a ser posible, “pasar al siguiente nivel”, como en los videojuegos.
Cuando llegas a jefe caben varias reacciones posibles. Hay quienes entienden que no podría haber sido de otra forma, que se lo merecen. Otros no entienden cómo ha sido posible, pero no es cosa de ponerse a protestar, ¿verdad? En uno y otro caso, lo que está claro es que ser promocionado es algo que, salvo contadas excepciones, nos llena de orgullo y satisfacción…
Y esto es un problema grave porque, tanto si has llegado a jefe porque crees que te lo mereces como si ha sido por completo fruto del azar, no quieres perder ese estatus que acabas de alcanzar. En otras palabras, aparece el miedo a perder lo que has conseguido.
Y ese miedo te paraliza, te impide pensar, sentir y actuar con claridad. Miedo y liderazgo son incompatibles.
El miedo aparece porque comparamos lo que tenemos hoy con lo que teníamos antes. Se combina con la inseguridad que, en mayor o menor medida, tenemos todas las personas y empezamos a recordar nuestro historial de fracasos. Esta perspectiva es muy negativa y limitante porque cualquier alternativa que contemplemos, cualquier cambio que nos planteemos, la percibiremos como un riesgo enorme de empeorar la situación actual, de “perder” ese estatus que hemos logrado.
Ahí es donde el coaching puede ejercer su magia. Las técnicas de coaching están marcadamente orientadas al logro y al futuro. El coaching rara vez se adentra en el pasado y, cuando lo hace, es únicamente para recuperar recursos, experiencias y sentimientos positivos que podríamos reutilizar en el presente y en el futuro.
Además, el coaching pone a la persona en el centro. No se trata de que imites comportamientos de otros, de que apliques “buenas prácticas” de liderazgo ni de que desarrolles competencias. Se trata de que reconozcas y liberes el líder que todos llevamos dentro.
Este simple cambio de perspectiva, este desplazamiento de la atención desde el pasado hacia el futuro y desde fuera hacia dentro, hace que dejemos de preocuparnos por lo que podemos perder para empezar a tomar consciencia de lo que podemos ganar.
Y cuando la perspectiva deja de ser de pérdida, riesgo y amenza, el miedo y la inseguridad desaparecen y dejan espacio libre para que se exprese el liderazgo. Cuando somos capaces de imaginar un futuro ilusionante hacia el que caminar con paso firme y decidido, aflora lo mejor de nosotros y podemos ser líderes. Por eso, así de simple y de sencillo, el coaching funciona donde los cursos y ponencias sobre liderazgo fallan.
El liderazgo no puede activarse externamente, tiene que surgir del interior de la persona. Por eso el coaching sí activa y desarrolla el liderazgo.
Fuente http://www.optimainfinito.com/2012/12/por-que-el-coaching-si-activa-y-desarrolla-el-liderazgo.html
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