Revista Política

Por qué el estado se está rindiendo a ETA

Publicado el 26 febrero 2012 por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

Antes de dar respuesta estricta a esta cuestión, abriremos una reflexión preliminar que nos acerque hacia el enunciado de la que podría ser la ley básica por la que se rige el comportamiento humano, lo cual habría de proporcionarnos un marco suficiente desde el que abordar este grave asunto de nuestra actualidad. Ante todo, vamos a necesitar definir previamente dos conceptos que estarán directamente implicados en el enunciado de aquella ley: proactividad y reactividad. No busquemos su significado en el diccionario de la RAE (no son términos admitidos por la Academia), sino en el bagaje intelectual que nos legó Viktor E. Frankl, psicólogo fundador de la logoterapia o terapia del sentido. Proactividad sería la actitud que lleva a las personas a actuar a partir de sus propias motivaciones, tomando la iniciativa por encima de lo que dictaminen las circunstancias, incluso enfrentándose a éstas si fuera preciso, y asumiendo, en fin, la responsabilidad por esas acciones. Reactividad, por el contrario, sería la actitud que lleva a actuar sólo en respuesta a las exigencias del entorno, en el que delegan la responsabilidad de lo que pueda ocurrir. Dejemos sólo sugeridas –nos urge seguir adelante– las conexiones entre estos dos conceptos y aquéllos a los que nos referíamos en el artículo anterior: progresismo y reaccionarismo.
Y ahora, pasemos a enunciar aquella ley a la que nos referíamos: el hombre es proactivo en la medida en que encuentra sentido a lo que hace, en que vislumbra sobre qué fundamenta su ser y hacia qué metas se dirige, las cuales asume como propias y sintiendo que están exigiéndole, desde el futuro virtual en el que aguardan, el esfuerzo, la creatividad y, en general, los comportamientos que eventualmente han de permitir llegar hasta ellas. Si faltan aquel fundamento y estas metas, si el presente se ve como pura contingencia y el futuro es una dimensión temida o desdeñable, si no se cree que la propia situación esté insertada dentro de un trayecto hacia algo que en algún sentido la mejore, el hombre se limita a responder reactivamente a los estímulos externos, no tiene motivaciones propias desde las que dirigir su comportamiento.
A estos dos modos de conducirse se refería Ortega cuando, decepcionado, decía: “Solemos llamar vivir a sentirnos empujados por las cosas en lugar de conducirnos por nuestra propia mano”. De estas contrapuestas actitudes salen, para ponerse a su servicio, sendos recursos personales que colorean decisivamente la conducta: el valor y la cobardía. Quien tiene en qué sustentarse y cree en lo que hace, quien sabe dónde quiere ir y está volcado firmemente hacia las metas que dan sentido a su vida, será capaz de enfrentarse valientemente a los impedimentos o dificultades que surjan en su camino. Quien, por el contrario, esté a falta de motivaciones propias y de metas que ordenen sus comportamientos, actuará empujado por unas circunstancias que, aun sintiéndolas como ajenas, sentirá que le obligan, y buscará no arriesgar en el empeño nada propio, se encogerá, acobardado, hasta encontrar el más barato y seguro acomodo, y el menos comprometido, a lo que el entorno inmediato le exija.
Vayamos transitando, poco a poco, hacia el asunto que ha provocado nuestro titular. No sospecharían la mayoría de estas personalidades reactivas que cuentan con el aval de filósofos que veían en la adaptabilidad el supremo valor. Así, Marco Aurelio, el emperador estoico, recomendaba: “Trata de convencerlos, pero actúa aun contra su voluntad, cuando la razón de la justicia así lo exige. Pero si alguien se te planta, haciendo uso de la violencia, cambia a la complacencia y la alegría y usa el impedimento para otra virtud”. Algo así debió pensar nuestro ex presidente Rodríguez Zapatero cuando desprovisto de un para qué que guiara sus actos, desdeñando la idea de España desde la cual ETA aparece irremediablemente como enemigo irreconciliable de los españoles, siguió, seguro que sin saberlo, los consejos de Marco Aurelio, y, ante la violencia etarra, “cambió a la complacencia y usó el impedimento para otra virtud”. Las propuestas proactivas sólo podrían brotar, en este contexto, de quien tiene claros los objetivos de mantener vigente nuestro ser nacional como españoles y, consiguientemente, la Constitución que como tales nos hemos dado, así como de respaldar a las víctimas cuando reclaman memoria, dignidad y justicia.
La clave del momento actual la ha dado Rosa Díez al decir: “El PP se ha pasado a las tesis del PSOE”. Efectivamente, el PP está demostrando asumir las tesis del estoicismo reactivo de Marco Aurelio, que asimismo recomendaba: “Acomódate a las cosas que te han cabido en suerte”. Y también: “Si no supongo que lo que ha acontecido es malo, todavía no sufro daño. Y en mis manos está no suponerlo”. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz traduce esas consignas filosóficas a lenguaje político de esta manera: “ETA no es hoy en día un problema fundamentalmente policial, aunque la policía siga actuando. Tiene una dimensión política que no podemos obviar”. Mostrando su nuevo perfil reactivo (el mismo que rige desde su Congreso de Valencia), el PP ha dejado de ver que ETA y sus adláteres siguen siendo lo que eran: un grupo despiadado que ha sembrado España de dolor y cuyo objetivo final es la destrucción del estado y la nación españoles, y que ha visto cómo los gestores de nuestro estado han alfombrado su camino hacia tal objetivo, haciendo coyunturalmente prescindible el uso de la violencia (cuya amenaza sigue latente como última garantía de sus irrenunciables objetivos), pues resulta más eficaz la ocupación de las instituciones, incluso, previsiblemente, la lehendakaritza a partir de las próximas elecciones autonómicas.
POR QUÉ EL ESTADO SE ESTÁ RINDIENDO A ETA
De nuevo Rosa Díez tocó fibra cuando afirmó ante el ministro Fernández Díaz, que era una cobardía el que el PP no iniciara los trámites para la eventual ilegalización de Bildu y Amaiur (esto es: ETA, como respecto de los primeros admitió el mismo Tribunal Supremo), y no una muestra de prudencia hasta que el Tribunal Constitucional se decantara. Fuentes cercanas al ministro explicaron después que no tenía sentido iniciar un proceso de ilegalización ahora cuando es evidente que el Constitucional lo tumbaría siguiendo el criterio ya expresado con Bildu. En suma: el PP da vía libre a la ocupación por ETA de las instituciones y a una más que previsible declaración unilateral de independencia tras las próximas elecciones autonómicas; eso mismo que, en lenguaje políticamente correcto, queda expresado en la intención de Rajoy y Basagoiti de buscar un pacto con PNV y PSE “para el final de ETA”. Hablando claro: para que Bildu y Amaiur sean la franquicia encargada de alcanzar los objetivos de ETA y de hacer saltar por los aires (su método habitual) la Constitución y la propia nación española, así como las esperanzas de reparación de las víctimas.
El problema, finalmente, hemos de insertarlo en nuestra general crisis de valores, la que Ortega enunciaba al decir: “La mayor parte de los hombres no hacemos sino querer en el sentido económico de la palabra; resbalamos de objeto en objeto, de acto en acto, sin tener el valor de exigir a ninguna cosa que se ofrezca como fin a nosotros”. En gran medida, los hombres han renunciado a las metas, a los fines encargados de dar sentido a sus actos. Se han ido convirtiendo en seres reactivos que buscan el más fácil acomodo a lo que les acontece. En este caso, desprovistos de una idea de nación que sirva de sustento al quehacer político y de un sentido de la dignidad que permita recordar a las víctimas, ETA ha pasado a convertirse en un problema que se puede solucionar con “prudencia” y condescendencia. En este contexto, UPyD y las asociaciones de víctimas se han convertido en el último reducto de resistencia a tanto extravío moral, tanta cobardía y tanta ignominia. Y yo me siento orgulloso de pertenecer a UPyD.


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