Ahí va la segunda tanda de por qué el fútbol es un fenómeno social:
Quinto. La “opinabilidad” es otro de los factores que ha ayudado a su difusión. El fútbol no es ciencia y como tal, admite opiniones. En la ciencia, la verdad es conocida de antemano: si se mezcla ácido con base se obtiene sal más agua (en un entorno no forzado). En el fútbol esto no sucede, y eso lo convierte en un elemento de debate y discusión. El fútbol es el deporte del que todo el mundo sabe... y mucho.
Los orígenes de la tertulia futbolística en nuestro país se remontan a la época de la dictadura. En un contexto social en el que casi todo estaba censurado, el fútbol actuó de válvula de escape. Los ciudadanos no podían charlar de temas políticos ni criticar al régimen por lo que el balompié ayudó a desviar la atención sobre estos asuntos que no interesaba que estuviesen en boca de la gente y se convirtió en un vehículo ideal a través del cual canalizar las diferencias de pensamiento. A ello contribuyeron en gran medida los medios de comunicación. La prensa permitió cubrir ese hueco, con lo cual los ciudadanos ya tenían un tema para discutir, criticar y con qué conversar sin ningún temor de represión del régimen político.
El discurrir de este proceso ha dado como resultado que todos somos –sin serlo– entrenadores y presidentes; y además creemos saber más que el resto; y más aún, los demás no tienen ni idea. En el fútbol todo está sometido al escrutinio de la opinión pública: la disposición táctica del entrenador, los fichajes, la gestión empresarial, el juego o cualquier otro aspecto. Todo el mundo opina, participa y entiende. Hay tantos entrenadores como personas. Todos llevamos uno dentro; y además, somos mejores que los demás. Las críticas, ex post y nunca ex ante, animan el debate: “Varios cientos de miles de españoles, a lo mejor millares de miles, aplican sus energías de los lunes, los martes y los miércoles a glosar los lances del partido de fútbol que ya pasó, y sus arrestos de los jueves, los viernes y los sábados a predecir los aconteceres del partido de fútbol que está al caer. Los domingos descansan y van al fútbol: a sufrir o solazarse, honestamente, viendo sufrir a los demás” (Camilo José Cela).
Hace unos años me propuse contrastar empíricamente una vieja suposición que tenía desde hacía algún tiempo. Pedí a personas cercanas a mi entorno que preguntasen de manera aleatoria entre gente conocida la siguiente pregunta: ¿Usted cuánto cree que sabe de fútbol? Las opciones de respuesta eran tres: a) mucho; b) normal; c) nada. De mil respuestas obtenidas, el 90 por ciento, 900 personas, contestó la primera opción. La evidencia empírica era concluyente, aunque el sentido común nos hubiese llevado a conclusiones similares.
Sexto. La necesidad del grupo. Aristóteles afirmaba que “el hombre solitario o es una bestia o es un Dios”. También decía el de Estagira de Tracia que “el hombre es un ser social por naturaleza”; necesita de los demás, y en algunas culturas –como las latinas y las mediterráneas donde la necesidad de afiliación es mayor– esta necesidad es aún más fuerte. En el fútbol, el sentimiento de grupo se manifiesta de manera muy acusada ya que permite concentrar a un gran número de personas que comparten una ideología común sin fisuras: la victoria de su equipo. A la hora de defender los colores de la selección no existen diferencias de ningún tipo; Todos somos aceptados dentro del mismo grupo como uno más independientemente de nuestro estatus, clase social, edad, sexo, procedencia o tendencia política, lo que nos hace sentirnos cómodos.
Séptimo. El poder de la ilusión. Fue una poetisa rusa quien afirmaba que “lo peor de la vida no es no cumplir nuestros sueños sino no tener sueños que cumplir”. La ilusión es el motor de la vida. El hombre es un ser proyectivo, necesita de ilusiones y vive empapado de futuro; el mañana es el que nos moviliza y tira de nosotros para adelante. Por eso, se ha dicho que “gran parte de la pasión futbolística depende de esperar cosas que no suceden necesariamente”. El fútbol mantiene a la gente expectante como a un niño la llegada de los reyes magos. Cada partido despierta la esperanza de los seguidores por derrotar al contrario –lo que nos hace estar vivos y alegres–, cosa que, en el caso de ocurrir, alimenta aún con más fuerza la espera del siguiente encuentro.
Octavo. El fútbol como desatascador de tensiones. Séneca decía que “empezar a vivir es empezar a sufrir”. La vida no es fácil y para unos menos que para otros. Por este motivo, todos necesitamos de vez en cuando evadirnos del asfixiante día a día y refugiarnos en un mundo donde los problemas quedan anestesiados, algo así como “un escape de la realidad inmediata”, según Raymond Carr. El fútbol lo hace posible. Javier Marías describió a este deporte como “la recuperación semanal de la infancia”, un mundo sin preocupaciones en el que al menos durante noventa minutos todo es secundario. El escritor argentino Osvaldo Soriano también se refirió al aspecto infantil del balón, “nada más que una fantasía, dibujitos animados para mayores”.
Todas estos motivos han convertido al fútbol en el rey de los fenómenos. Nada comparable al poder de movilización del balón. Su capacidad de influencia rebasa cualquier tipo de barrera. Ya no es posible utilizar como antaño el argumento de que el fútbol es el “opio del pueblo” propio de los fascismos o las dictaduras sudamericanas del siglo XX. En tiempos de democracia, reducir el espectáculo a eso sería infravalorar un fenómeno que ya no sólo seduce a las clases de menor nivel cultural sino también a las más pudientes.