(JCR)
Les ofrezco una traducción que he realizado de un artículo recientemente publicado por Richard Dowden. Periodista e historiador británico, es el actual director de la Royal African Society de Londres y autor de numerosos libros sobre África. El último de ellos, “Africa. Altered States, Ordinary Miracles”, publicado en 2011, es el que siempre recomiendo como lectura principal a cualquier persona que quiera tener una visión global de este continente. Me encanta cómo da las pinceladas esenciales sobre algunas diferencias entre las Iglesias de África y las de Europa, aunque yo matizaría que tampoco en África todo el monte es orégano y hay un par de cosas en las que yo personalmente no estaría muy de acuerdo. No obstante, espero que el artículo les guste. El texto original en inglés lo pueden encontrar en http://allafrica.com/stories/201302191510.html
Durante las décadas que llevo viajando por África sólo me he encontrado con cuatro ateos africanos. Las personas de este continente parecen estar adheridas de forma natural a la religión. Cualquier reunión –ya sea sobre política, deportes o incluso negocios- comienza siempre con una oración. A Dios se le invoca en cualquier circunstancia, en privado o en público. Lo religioso se encuentra cómodamente tejido en la vida diaria. Como parte del “boom” económico que tiene lugar en la mayor parte de los países africanos, uno se encuentra con una gran cantidad de iglesias nuevas, y algunas de ellas son enormes.
La Iglesia Católica, la denominación cristiana mayoritaria, es parte del tejido de todas las sociedades africanas. La gente confía en sus escuelas, centros comunitarios y clínicas mucho más que en las del Estado, y a estas instituciones se las ve como mucho más cercanas a la gente.
En las guerras africanas que he cubierto como periodista, siempre me he encontrado con parroquias católicas que se habían convertido en centros de refugio donde las víctimas recibían alimentos y medicinas, como fue el caso con los monasterios en los caóticos años de la Alta Edad Media europea. Siempre me di cuenta de que los sacerdotes, monjas y trabajadores pastorales que llevaban adelante estas parroquias solían ser siempre las personas mejor informadas sobre lo que ocurría y los más dedicados a la comunidad local, no como las agencias extranjeras de cooperación, que se marchan de un país cuando hay peligro.
Así era también la Iglesia Católica en Europa hace muchos años, parte esencial del urdimbre y la trama de su sociedad. Y si desea volver a serlo lo mejor que podría hacer es elegir un Papa africano.
El porcentaje de católicos practicantes en Europa y América del Norte ha declinado vertiginosamente. Según un estudio llevado a cabo por el Pew Research Centre, desde comienzos de los años 1960, por cada nuevo católico nacido en América cuatro han abandonado la Iglesia.
En este sentido, el contraste con África es impresionante. En este continente, el número de católicos ha pasado de 55 millones en 1978 a más de 150 millones hoy. Se espera que en 2025 esta cifra alcance los 230 millones. Durante los últimos cinco años, el número de seminaristas que se preparaban para ser sacerdotes en Europa y América ha caído en un 10 por ciento. En África ha crecido en más de un 14 por ciento.
La historia de África, por lo general, ha estado libre de guerras religiosas. Cuando oímos hablar de conflictos religiosos en África la causa suele ser una disputa sobre el derecho a la tierra en la que hay involucradas dos comunidades que –accidentalmente- pertenecen a confesiones religiosas diferentes. Raramente suele ser la religión la causa. Sin embargo, esta tradicional tolerancia religiosa se encuentra hoy bajo una fuerte presión, y no a causa del ateísmo ,sino debido a fundamentalismos financiados desde el exterior: ya se trate del Islam Wahabista importado de Arabia Saudita o del fundamentalismo evangelista apoyado desde Estados Unidos.
En Europa y en Estados Unidos, la Iglesia se ha convertido en una institución obsesionada por la sexualidad, al margen de las visiones más modernas sobre este tema, y muy desprestigiada por su fracaso en cómo ha gestionado los casos de abuso de menores, algo que es una consecuencia inevitable de un sacerdocio célibe.
En África, donde aún se acepta la poligamia, son numerosos los sacerdotes que tienen esposa e hijos, pero cuando esto ocurre el asunto no pasa de ser un mero secreto a voces, no un tema que molesta a sus comunidades. Los líderes espirituales tienen asuntos mucho más serios a los que enfrentarse.
En un continente rico pero lleno de pobres, la muerte y la enfermedad nunca están lejos. En los países africanos, la gente confía en los líderes católicos y los escucha con respeto cuando hablan sobre la justicia social y económica, algo que muchos de ellos hacen con bastante más pasión y credibilidad que sus colegas del mundo occidental.
Si hubiera un Papa africano, ¿cambiaría la actitud de la Iglesia sobre la homosexualidad? Lo más seguro es que no, pero si hablamos de justicia social, a niveles locales o internacionales, sí que podríamos esperar una voz mucho más directa y vigorosa.
Pero sobre todo, un Papa africano traería a la Iglesia un gran entusiasmo y una enorme pasión de renovación espiritual. Hay 16 cardenales africanos entre los que se puede elegir. Entre ellos se han mencionado los nombres del cardenal Francis Arinze, de Nigeria, y el de Peter Turkson, de Ghana.
Los dos últimos Papas han intentado restaurar, incluso recrear, una Iglesia conservadora centrada en Europa, manteniendo todos los resortes propios de una monarquía eclesial autoritaria.
Un Papa africano nos libraría de este lastre. Podría restaurar la visión universal de la Iglesia saliendo del Vaticano y legando sus magníficos –pero casi exclusivamente europeos- tesoros al mundo.
Podría entonces situar el centro espiritual, emocional y geográfico de la Iglesia en algún lugar mucho más cercano a los cruces de caminos de la humanidad moderna, una región donde el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam dieron sus primeros pasos, un lugar donde la religión se siente de forma más intensa, donde se podría forjar el mismísimo destino de la humanidad: Jerusalén.