El requesón y el parmesano están en el olimpo de los quesos más aclamados por su digestibilidad. Poseen un contenido bajo en lactosa y aportan gran cantidad de bacterias aliadas de la salud gastrointestinal. Pero existe un derivado lácteo que iguala sus propiedades: el queso de cabra. En cualquiera de sus versiones (el mató catalán, el Valençay francés, el queso crema cabra, etcétera), este producto sorprende por su sabor y fácil digestión.
Según un estudio del departamento de Microbiología de la Universidad de Granada, los quesos elaborados con leche de cabra contienen más de cien bacterias por gramo, y la inmensa mayoría de ellas son de ácido láctico o BAL, es decir, benéficas para la salud humana.
Específicamente, las bacterias de ácido láctico presentes en esta leche contribuyen a acidificar el pH del sistema digestivo. Mantener bajo este valor es esencial para que las funciones estomacales se desarrollen de manera eficiente.
Su riqueza en compuestos prebióticos y probióticos es otro argumento a favor del queso de cabra. Esta leche es una fuente de oligosacáridos, no digeribles directamente por el organismo, que sirven de «abono» a la microbiota intestinal, favoreciendo tanto la digestión como la regulación metabólica.
La alta digestibilidad de este queso reside también en su bajo contenido en lactosa, un disacárido formado por glucosa y galactosa que está presente de forma natural en todas las leches. Sin embargo, la elaborada a partir de leche de cabra posee valores de lactosa inferiores a lo habitual.
Como resultado, el consumo de queso cabrío previene la acumulación de gases durante la digestión y genera menos molestias en las personas con intolerancia a la lactosa. En definitiva, el queso y otros derivados de esta leche tienen bien ganada su fama entre los dietistas y nutricionistas. Incorporar este alimento a las comidas ayuda a potenciar su sabor y a optimizar la salud digestiva.
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