Son muchos los que, a menudo, me preguntan el por qué de mi vocación de escritor de tres al cuarto. Pocos me entienden cuando les expongo la satisfacción que siento al encontrar mi libro en los estantes de cualquier librería, compartiendo balda con los grandes a los que siempre he admirado y respetado. Tan solo quien ama los libros como yo lo hago es capaz de comprender esa sensación, tan parecida a la felicidad, al ver una persona acercarse a mi libro, como si tal cosa, y tomarlo, ojearlo, detenerse a leer la sinopsis...
Ya desde niño me gustaba inventarme historias, primero en forma de comics, y más tarde por medio de enrevesados relatos que escribía con más corazón que cabeza. Algunos libros mágicos me acercaron a este mundillo, y me hicieron desear la misma destreza que sus autores para narrar historias que a mi me parecían increibles. Fueron los tiempos de Susan E. Hinton, de Andreu Martín y Jaume Rovira, de Charles Dickens... De forma prematura, fuí dejando los libros juveniles (que no olvidándolos) para sumergirme en un tipo de literatura más madura, pensando que su lectura me ayudaría a comprender un poco más el incomprensible mundo en el que vivía. Pasé tardes enteras con Arthur Conan Doyle, con Agata Christie y su Hercules Poirot, con Dean R. Koontz y con el gran Stephen King.
Los libros han formado parte de mi vida desde siempre, han estado ahí como compañeros fieles de mi juventud, y aún hoy siguen dándome fuerzas y explicándome algunas cosas que la vida no ha podido enseñarme. Con Perez-Reverte y su Territorio Comanche comprendí lo que se sentía siendo espectador de primera fila de una guerra, y con La Sonrisa Etrusca de José Luis Sampedro aprendí que las segundas oportunidades existen, pero tan solo para quien quiera verlas.
Es por ello que escribir, para mí, es una misión, un desafío. Una manera de devolverle el favor a mis amigos los libros, y de unirme a ellos en la lucha por un mundo mejor. Puede que algún día alguien lea mis libros y sienta ese mismo cosquilleo que yo sentí en el momento en el que supe que quería ser escritor. Mientras tanto, aún me quedan muchas historias que contar, y muchas páginas que escribir.