Revista Cultura y Ocio
POSIBLES CAUSAS DE LA DECISIÓN DE FELIPE II
Pero, ¿cuáles son las causas por las que Felipe II decidió abandonar Toledo como capital de su reino y trasladar ésta a Madrid? Las teorías son diversas y dispares y algunas de ellas, además de peregrinas, descabelladas o poco afortunadas.
Achacar la salida de la Corte de Toledo a una animadversión hacia esta ciudad por parte del monarca porque su egolatría no podía soportar el vivir en una urbe que encerraba nombres, instituciones y monumentos de enorme gloria que harían sombra perpetuamente a su personalidad, parece un tanto disparatado y de base insostenible. Hacerlo basándose en que el rey no hallaba en Toledo ni lugar ni apoyo humano para elevar el magnificente monumento que proyectaba en honor de San Lorenzo para darle gracias y conmemorar la victoria de San Quintín, que debía descollar sobre los demás, no creemos que tenga el suficiente fundamento, pues no nos parece que fuera una condición "sine quanon" el trasladar una Corte sólo para estar cerca del lugar donde deseaba hacer un monumento-palacio-monasterio, aunque éste sea de soberbia traza.
Pensar que se escogía Madrid y se abandonaba Toledo porque aquella se hallaba más en el centro de España, por mor del llamado centralismo de Felipe II, no creemos que una distancia de 70 kilómetros sea suficiente motivo, ni el radio de una y otra ciudad con respecto a la periferia tan diferente como para tomar tan trascendental decisión.
Hacerlo porque Toledo fuese una ciudad donde había muerto su madre, la emperatriz Isabel, nos parece una explicación altamente simplista. La idea de que la monarquía se hallaba disgustada con Toledo por la sublevación de los Comuneros en 1520 y por ello se le daba de lado como sanción a su atrevimiento, no es
descartable totalmente; pero, ¿no habría sido más lógico que fuera el Emperador el que inflingiera tal castigo a la ciudad pues contra él se había efectuado la revuelta? Podría ser que fuera su hijo el que recogiera el agravio hecho a la monarquía y sintiera cierta repulsa por Toledo, lo que le llevó a trasladar la capital al entonces poblachón manchego de menos de 20.000 habitantes; pero, ¿por qué entonces Felipe II mandó ir su Corte a la ciudad del Tajo en 1559, reunir Cortes en ella y residir allí hasta 1561? Más lógico parece, que si pretendía castigarla lo hubiera hecho dándola la espalda de principio y no hubiera venido a residir en ella durante casi año y medio.
Con visos de mayor verosimilitud o de probabilidades son los motivos de un mejor clima de Madrid, sobre todo teniendo en cuenta la geografía urbanística toledana de callejuelas estrechas y tortuosas en las que el sol entra con dificultad y la higiene tenía sus grandes obstáculos, y el de una mayor abundancia de agua, pues Toledo, verdaderamente tenía grandes embarazos en el suministro del líquido elemento ya que en el casco antiguo existían escasos pozos y la mayoría eran salobres.
Para lavar y fregar se utilizaba el agua de lluvia almacenada en aljibes, pues para elevar la del Tajo, que circunda la ciudad, había grandes inconvenientes e impedimentos de tipo mecánico. Sólo los azacanes (aguadores), con sus burros y sus cántaros abastecían las viviendas de los toledanos.
No obstante los romanos ya solucionaron este problema trayéndola de la presa de la Alcantarilla, construida en el término del cercano pueblo de Mazarambroz y entrándola en la ciudad por medio de un acueducto y el ingeniero cremonés Juanelo Turriano, al servicio de Carlos I, intentó y consiguió subir el agua del Tajo hasta el alcázar por medio de un artificio mecánico en 1569; pero sus continuas averías y los reparos subsiguientes le hacían inviable económica y técnicamente .
También es probable que los intereses cinegéticos de Felipe II fueran otra causa de la mudanza al pretender tener cerca los cotos de caza del Pardo y Segovia que eran sus lugares preferidos y más visitados. Asimismo no son de desdeñar los deseos de su tercera esposa, doña Isabel de Valois, la cual se moría de melancolía a la vez que su salud se resentía, especialmente con el invierno tan crudo que hubo en Toledo en el año 1561.
A las quejas de la reina se unían las de los cortesanos que no encontraban en Toledo las condiciones idóneas para residir:
incomodidad del urbanismo de la ciudad, estrechez de espacios, escasez y carestía de los mantenimientos para personas y animales, insuficientes viviendas apropiadas a los personajes que conformaban la corte real y para albergar a toda la comitiva y parafernalia que conllevaba.
Y a las de estos se añadían las de los habitantes de Toledo sobre los que recaía esa escasez de sustentos y la carestía de vida que la Corte acarreaba, así como el aumento de la delincuencia.Todo esto, posiblemente influyó en el monarca para tomar la decisión de abandonar Toledo y trasladar la capital a un lugar más abierto y con menos problemas que esta ciudad más pensada para fortaleza que como residencia palaciega.
A estas motivaciones, que podríamos calificar de accesorias, aunque con posible influencia y coadyuvadoras en la toma de decisión de Felipe II, habría que añadir las que parecen más consistentes, básicas y seguras.
Una causa que tomamos verbalmente del excelente historiador toledano Fernando Martínez Gil y que asumimos como muy verosímil de ser la propiciadora del traslado de la Corte a Madrid, es la de que Felipe II deseara alejarse de una autoridad tan grande que pudiera hacer sombra a su persona o con la que pudiera chocar de forma más violenta al tenerla tan cerca: la Iglesia, con el Primado y el Cabildo catedralicio como grandes centros de poder.
Ya se habían producido enfrentamientos entre ambos mastodontes: en 1556, siendo cardenal de Toledo Juan Martínez Silíceo, el cabildo promulgó una "cesación a divinis", apoyado en un breve del papa Paulo IV, oponiéndose de esta forma tan drástica a las pretensiones del rey de apoderarse de parte de las rentas de los clérigos por sus múltiples gastos de guerra18.
Esta situación duró veinticinco o veintiséis días y durante dicho tiempo no hubo servicios religiosos de ningún tipo, por lo que la población se encontraba alterada. En 1559, con el más tarde perseguido por la Inquisición fray Bartolomé Miranda de Carranza ocupando la sede arzobispal, se produjo un enfrentamiento por un conflicto de jurisdicción entre las justicias real y eclesiástica, volviéndose a poner la "cesación a divinis" por orden del arzobispo19.
La paz sobrevino después que el Corregidor de la ciudad, sus oficiales y alguaciles cedieron, solicitaron el perdón, se soltó a los clérigos que habían sido apresados y todos ellos hicieron penitencia pública, bastante infamante por la forma en que se produjo. Esta decisión del Corregidor no fue del agrado del rey, antes bien aquél fue reprendido por haber cometido tal deshonor y humillación.
Estos dos enfrentamientos asentaron más si cabe en Felipe II la idea de poder absoluto y la de mantener una total autonomía respecto a otras instituciones y jurisdicciones, en especial de la Iglesia, sin permitir que nadie estuviera por encima de su persona. Y a la vez quizás pesaron sobre su ánimo, posiblemente predispuesto ya con anterioridad, para trasladar su residencia y la de su Corte a Madrid, lugar lo suficientemente alejado del poder del arzobispo de Toledo como para sentirse más libre a la hora de tomar decisiones; pero lo bastante próximo como para que el contacto entre los dos poderes, estrechamente vinculados a la hora de gobernar, fuera el necesario. Madrid sería centro de la corte real y Toledo de la eclesiástica.
No obstante, y con ser la teoría anteriormente expuesta de un valor primordial, creemos que la historiografía ha olvidado otro posible motivo que también influiría en la toma de decisión de Felipe II que estamos analizando. En 1548, cuando tenía 21 años de edad, a requerimiento de su padre, para que conociera los que más adelante serían sus dominios europeos, emprendió un largo viaje que comenzó en Barcelona y le llevó a Bruselas, pasando por Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Munich y Heidelberg.
Después de su llegada recorrió junto al emperador Carlos V los Países Bajos –lugar donde este último había nacido–, culminando su viaje en Augsburgo. El futuro monarca debió quedar gratamente impresionado al observar los nuevos paisajes naturales, las novedosas realidades artísticas, los recientes descubrimientos científicos y la creciente agitación comercial que iba pasando ante sus jóvenes ojos: el dulce, colorista y luminoso Mediterráneo; el bellísimo y elegante Renacimiento italiano; los verdes y jugosos campos centroeuropeos de exuberante y lujuriosa vegetación; las esmeraldas montañas boscosas; las altas y albas montañas alpinas; los puertos industriosos y comerciales; las bellas y esplendorosas ciudades llenas de jardines y elegante arquitectura.
La grata y profunda impresión que todas estas cosas dejaron en su espíritu a lo largo de los tres años que duró su viaje, intentó plasmarlas a su regreso en España, de donde ya nunca saldría. Favoreció el diseño de palacios y jardines, como había visto en su viaje a los Países Bajos (lo que podemos observar en Aranjuez, donde se aprovechó la confluencia de los ríos Tajo y Jarama, que proporcionaban abundante agua y tierras aptas para el proyecto), o el trazado del parque ajardinado que, siguiendo los modelos flamencos e italianos, ordenó construir al lado de la Casa de Campo, o las reformas que mandó realizar en el Pardo y El Bosque.
Para todo ello se trajo jardineros flamencos e hizo que le enviasen retoños de árboles y arbustos de diversos viveros de Europa y España .¿No podría ser que Felipe II viera a Toledo como una ciudad obstáculo para llevar a cabo las ideas arquitectónicas y urbanísticas que había adquirido en su viaje por tierras flamencas? Toledo, por su urbanismo medieval, era la ciudad más contraria a la nueva concepción renacentista, con una intrincada red de callejuelas tortuosas, angostas, de pendientes arriscadas, callejones anárquicamente dispuestos y con una impronta judaica e islámica que no sólo incidía en su urbanismo sino también en su sociedad.
¿No le parecería una ciudad triste y sombría, que chocaba abiertamente con cualquier proyecto de espacios modernos, alegres, abiertos, limpios y claros que el Renacimiento estaba imponiendo en toda Europa?
Es de tener en cuenta que Felipe II, hasta 1568, fue un rey que vivía conforme a las ideas humanísticas en que había sido educado, y su espíritu era netamente renacentista. A esto acompañaba su juventud y por ello se mostraba receptivo a las innovaciones, a los adelantos, a os proyectos modernistas, al arte, a la belleza, por lo que vería a Toledo como una ciudad vieja, ntigua, cerrada, poco apta para las nuevas corrientes y eso a pesar de que la ciudad trataba de adaptarse a una urbanización más adecuada a la época, derribando a la mínima oportunidad aquellas casas o partes de las mismas que estorbaban y renovando otras conforme al nuevo gusto italiano.
Se adecentaban y ensanchaban calles, se construían nuevos edificios, se situaban, como una exposición artística al aire libre, estatuas en cada una de las puertas y puentes de la ciudad, se explanaban terrenos y se construían paseos y se adecuaba la entrada a la ciudad por el camino de Madrid; sin embargo, Toledo seguía siendo una ciudad de calles angostas y de edificios al gusto islámico (pobres y nada vistosos por el exterior), donde se echaba en falta espacios abiertos, jardines y paseos al gusto renacentista, y todo esto era lo que disgustaba a Felipe II.
A esto podríamos añadir lo que percibían los viajeros europeos como Andrea Navaggiero quien escribió en su carta segunda: “pasado el río por todas partes hay riscos y montes muy ásperos, más elevados que aquel en que está situada la ciudad, de modo que, aún cuando en alto, como la rodean por todas partes montañas más grandes, está como ahogada, y en el verano hace en ella grandísimo calor y en el invierno es muy húmeda, porque entra poco el sol, y por las continuas emanaciones del río...”. Podría aducirse contra esto que si lo hubiera pretendido, tenía la posibilidad de construir una ciudad nueva hacia el noreste, por el valle abierto del Tajo, en dirección hacia Aranjuez; pero ni el terreno parece el idóneo por las periódicas inundaciones que padecía por el desbordamiento del río ni la excesiva cercanía al casco antiguo lo hacía viable, además de verse imposibilitada, o por lo menos con fuertes impedimentos topográficos, la expansión en el interior y por otras latitudes, lo que hubiera condicionado mucho el crecimiento de la urbe.
Estas dos últimas teorías –que consideramos las fundamentales– se aúnan y se confirman en un hecho que sucede en Toledo en 1589 con ocasión del incendio que se produjo en la plaza de Zocodover, donde se quemaron más de veinte casas, quedando otras muchas dañadas al hacer los cortafuegos. Felipe II, a raíz de este suceso, dio orden de reformar la plaza con el propósito de proporcionarle una estética acorde con los nuevos tiempos y con la importancia de la ciudad, para lo que encargó el proyecto al arquitecto Juan de Herrera.
Éste pensó en una plaza cuadrada, cerrada, con fachadas homogéneas, con soportales en la zona inferior y balconadas corridas en los pisos superiores y sobriamente decorada; pero nadie contó con el poderoso, soberbio y mezquino cabildo catedralicio que se opuso a esta reforma ante la posibilidad de verse perjudicado en sus intereses económicos, ya que poseía varias viviendas en ella que le reportaban pingües beneficios cada vez que se celebraban corridas de toros en la plaza, y consiguió que el Consejo de Castilla no aprobase el proyecto.. Como ya hemos hecho patente, no pretendemos decir con lo expuesto que éste último sea el único ni principal motivo del traslado de la Corte de los reinos de España de Toledo a Madrid, pero sí que es otra causa a tener en cuenta y que unida a algunas otras de las manifestadas por otros historiadores, en especial la de Fernando Martínez Gil, conformarían el marco del porqué Toledo perdió la capitalidad.
¿Y por qué no escogió Valladolid, ciudad en la que él había nacido, a pesar de que en ella residió un largo período de tiempo hasta que en 1606 volviera a Madrid definitivamente?
Entre otros motivos no sería el más despreciable el que se decidiera por una tercera población para evitar un grave enfrentamiento entre las dos ciudades castellanas; así no agraviaría a ninguna de ellas y ya que en Toledo residía la sede primada de la Iglesia española, en Valladolid dejaría la Chancillería, a fin de que la balanza entre ambas estuviera equilibrada. Mientras, él se iba con su Corte a una ciudad que todavía no estaba modelada y que podría urbanizar a su gusto, aunque luego El Escorial, debido a su cambio de humor, acapararía toda la actividad del monarca y allí se encerrara como un monje, abandonando su interés por la capital.
Sea como fuere, el caso es que la bellísima y antigua ciudad de Toledo, la Toletum romana, la Tolaytola árabe, la Tholedoth judía, tras este hecho comenzó a declinar y su decadencia siguió imparable a lo largo de las centurias posteriores, circunstancia que sólo se trató de paliar en el siglo XVIII con algunas medidas económico-industriales (Compañía y Fábrica de seda y Fábrica de armas), que no dieron resultado y no la sacaron de su abatimiento y languidez.
Quedó llena de gloria pretérita, pero sin futuro. Sólo al consolidarse el auge del turismo y posteriormente ser declarada capital de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, esta singular y magnífica ciudad ha empezado a levantar cabeza; pero esto ya es otra historia.
Fuente: http://www.ateneodetoledo.org/wp-content/uploads/2013/01/Felipe-II-y-Toledo.pdf
Pero, ¿cuáles son las causas por las que Felipe II decidió abandonar Toledo como capital de su reino y trasladar ésta a Madrid? Las teorías son diversas y dispares y algunas de ellas, además de peregrinas, descabelladas o poco afortunadas.
Achacar la salida de la Corte de Toledo a una animadversión hacia esta ciudad por parte del monarca porque su egolatría no podía soportar el vivir en una urbe que encerraba nombres, instituciones y monumentos de enorme gloria que harían sombra perpetuamente a su personalidad, parece un tanto disparatado y de base insostenible. Hacerlo basándose en que el rey no hallaba en Toledo ni lugar ni apoyo humano para elevar el magnificente monumento que proyectaba en honor de San Lorenzo para darle gracias y conmemorar la victoria de San Quintín, que debía descollar sobre los demás, no creemos que tenga el suficiente fundamento, pues no nos parece que fuera una condición "sine quanon" el trasladar una Corte sólo para estar cerca del lugar donde deseaba hacer un monumento-palacio-monasterio, aunque éste sea de soberbia traza.
Pensar que se escogía Madrid y se abandonaba Toledo porque aquella se hallaba más en el centro de España, por mor del llamado centralismo de Felipe II, no creemos que una distancia de 70 kilómetros sea suficiente motivo, ni el radio de una y otra ciudad con respecto a la periferia tan diferente como para tomar tan trascendental decisión.
Hacerlo porque Toledo fuese una ciudad donde había muerto su madre, la emperatriz Isabel, nos parece una explicación altamente simplista. La idea de que la monarquía se hallaba disgustada con Toledo por la sublevación de los Comuneros en 1520 y por ello se le daba de lado como sanción a su atrevimiento, no es
descartable totalmente; pero, ¿no habría sido más lógico que fuera el Emperador el que inflingiera tal castigo a la ciudad pues contra él se había efectuado la revuelta? Podría ser que fuera su hijo el que recogiera el agravio hecho a la monarquía y sintiera cierta repulsa por Toledo, lo que le llevó a trasladar la capital al entonces poblachón manchego de menos de 20.000 habitantes; pero, ¿por qué entonces Felipe II mandó ir su Corte a la ciudad del Tajo en 1559, reunir Cortes en ella y residir allí hasta 1561? Más lógico parece, que si pretendía castigarla lo hubiera hecho dándola la espalda de principio y no hubiera venido a residir en ella durante casi año y medio.
Con visos de mayor verosimilitud o de probabilidades son los motivos de un mejor clima de Madrid, sobre todo teniendo en cuenta la geografía urbanística toledana de callejuelas estrechas y tortuosas en las que el sol entra con dificultad y la higiene tenía sus grandes obstáculos, y el de una mayor abundancia de agua, pues Toledo, verdaderamente tenía grandes embarazos en el suministro del líquido elemento ya que en el casco antiguo existían escasos pozos y la mayoría eran salobres.
Para lavar y fregar se utilizaba el agua de lluvia almacenada en aljibes, pues para elevar la del Tajo, que circunda la ciudad, había grandes inconvenientes e impedimentos de tipo mecánico. Sólo los azacanes (aguadores), con sus burros y sus cántaros abastecían las viviendas de los toledanos.
No obstante los romanos ya solucionaron este problema trayéndola de la presa de la Alcantarilla, construida en el término del cercano pueblo de Mazarambroz y entrándola en la ciudad por medio de un acueducto y el ingeniero cremonés Juanelo Turriano, al servicio de Carlos I, intentó y consiguió subir el agua del Tajo hasta el alcázar por medio de un artificio mecánico en 1569; pero sus continuas averías y los reparos subsiguientes le hacían inviable económica y técnicamente .
También es probable que los intereses cinegéticos de Felipe II fueran otra causa de la mudanza al pretender tener cerca los cotos de caza del Pardo y Segovia que eran sus lugares preferidos y más visitados. Asimismo no son de desdeñar los deseos de su tercera esposa, doña Isabel de Valois, la cual se moría de melancolía a la vez que su salud se resentía, especialmente con el invierno tan crudo que hubo en Toledo en el año 1561.
A las quejas de la reina se unían las de los cortesanos que no encontraban en Toledo las condiciones idóneas para residir:
incomodidad del urbanismo de la ciudad, estrechez de espacios, escasez y carestía de los mantenimientos para personas y animales, insuficientes viviendas apropiadas a los personajes que conformaban la corte real y para albergar a toda la comitiva y parafernalia que conllevaba.
Y a las de estos se añadían las de los habitantes de Toledo sobre los que recaía esa escasez de sustentos y la carestía de vida que la Corte acarreaba, así como el aumento de la delincuencia.Todo esto, posiblemente influyó en el monarca para tomar la decisión de abandonar Toledo y trasladar la capital a un lugar más abierto y con menos problemas que esta ciudad más pensada para fortaleza que como residencia palaciega.
A estas motivaciones, que podríamos calificar de accesorias, aunque con posible influencia y coadyuvadoras en la toma de decisión de Felipe II, habría que añadir las que parecen más consistentes, básicas y seguras.
Una causa que tomamos verbalmente del excelente historiador toledano Fernando Martínez Gil y que asumimos como muy verosímil de ser la propiciadora del traslado de la Corte a Madrid, es la de que Felipe II deseara alejarse de una autoridad tan grande que pudiera hacer sombra a su persona o con la que pudiera chocar de forma más violenta al tenerla tan cerca: la Iglesia, con el Primado y el Cabildo catedralicio como grandes centros de poder.
Ya se habían producido enfrentamientos entre ambos mastodontes: en 1556, siendo cardenal de Toledo Juan Martínez Silíceo, el cabildo promulgó una "cesación a divinis", apoyado en un breve del papa Paulo IV, oponiéndose de esta forma tan drástica a las pretensiones del rey de apoderarse de parte de las rentas de los clérigos por sus múltiples gastos de guerra18.
Esta situación duró veinticinco o veintiséis días y durante dicho tiempo no hubo servicios religiosos de ningún tipo, por lo que la población se encontraba alterada. En 1559, con el más tarde perseguido por la Inquisición fray Bartolomé Miranda de Carranza ocupando la sede arzobispal, se produjo un enfrentamiento por un conflicto de jurisdicción entre las justicias real y eclesiástica, volviéndose a poner la "cesación a divinis" por orden del arzobispo19.
La paz sobrevino después que el Corregidor de la ciudad, sus oficiales y alguaciles cedieron, solicitaron el perdón, se soltó a los clérigos que habían sido apresados y todos ellos hicieron penitencia pública, bastante infamante por la forma en que se produjo. Esta decisión del Corregidor no fue del agrado del rey, antes bien aquél fue reprendido por haber cometido tal deshonor y humillación.
Estos dos enfrentamientos asentaron más si cabe en Felipe II la idea de poder absoluto y la de mantener una total autonomía respecto a otras instituciones y jurisdicciones, en especial de la Iglesia, sin permitir que nadie estuviera por encima de su persona. Y a la vez quizás pesaron sobre su ánimo, posiblemente predispuesto ya con anterioridad, para trasladar su residencia y la de su Corte a Madrid, lugar lo suficientemente alejado del poder del arzobispo de Toledo como para sentirse más libre a la hora de tomar decisiones; pero lo bastante próximo como para que el contacto entre los dos poderes, estrechamente vinculados a la hora de gobernar, fuera el necesario. Madrid sería centro de la corte real y Toledo de la eclesiástica.
No obstante, y con ser la teoría anteriormente expuesta de un valor primordial, creemos que la historiografía ha olvidado otro posible motivo que también influiría en la toma de decisión de Felipe II que estamos analizando. En 1548, cuando tenía 21 años de edad, a requerimiento de su padre, para que conociera los que más adelante serían sus dominios europeos, emprendió un largo viaje que comenzó en Barcelona y le llevó a Bruselas, pasando por Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Munich y Heidelberg.
Después de su llegada recorrió junto al emperador Carlos V los Países Bajos –lugar donde este último había nacido–, culminando su viaje en Augsburgo. El futuro monarca debió quedar gratamente impresionado al observar los nuevos paisajes naturales, las novedosas realidades artísticas, los recientes descubrimientos científicos y la creciente agitación comercial que iba pasando ante sus jóvenes ojos: el dulce, colorista y luminoso Mediterráneo; el bellísimo y elegante Renacimiento italiano; los verdes y jugosos campos centroeuropeos de exuberante y lujuriosa vegetación; las esmeraldas montañas boscosas; las altas y albas montañas alpinas; los puertos industriosos y comerciales; las bellas y esplendorosas ciudades llenas de jardines y elegante arquitectura.
La grata y profunda impresión que todas estas cosas dejaron en su espíritu a lo largo de los tres años que duró su viaje, intentó plasmarlas a su regreso en España, de donde ya nunca saldría. Favoreció el diseño de palacios y jardines, como había visto en su viaje a los Países Bajos (lo que podemos observar en Aranjuez, donde se aprovechó la confluencia de los ríos Tajo y Jarama, que proporcionaban abundante agua y tierras aptas para el proyecto), o el trazado del parque ajardinado que, siguiendo los modelos flamencos e italianos, ordenó construir al lado de la Casa de Campo, o las reformas que mandó realizar en el Pardo y El Bosque.
Para todo ello se trajo jardineros flamencos e hizo que le enviasen retoños de árboles y arbustos de diversos viveros de Europa y España .¿No podría ser que Felipe II viera a Toledo como una ciudad obstáculo para llevar a cabo las ideas arquitectónicas y urbanísticas que había adquirido en su viaje por tierras flamencas? Toledo, por su urbanismo medieval, era la ciudad más contraria a la nueva concepción renacentista, con una intrincada red de callejuelas tortuosas, angostas, de pendientes arriscadas, callejones anárquicamente dispuestos y con una impronta judaica e islámica que no sólo incidía en su urbanismo sino también en su sociedad.
¿No le parecería una ciudad triste y sombría, que chocaba abiertamente con cualquier proyecto de espacios modernos, alegres, abiertos, limpios y claros que el Renacimiento estaba imponiendo en toda Europa?
Es de tener en cuenta que Felipe II, hasta 1568, fue un rey que vivía conforme a las ideas humanísticas en que había sido educado, y su espíritu era netamente renacentista. A esto acompañaba su juventud y por ello se mostraba receptivo a las innovaciones, a los adelantos, a os proyectos modernistas, al arte, a la belleza, por lo que vería a Toledo como una ciudad vieja, ntigua, cerrada, poco apta para las nuevas corrientes y eso a pesar de que la ciudad trataba de adaptarse a una urbanización más adecuada a la época, derribando a la mínima oportunidad aquellas casas o partes de las mismas que estorbaban y renovando otras conforme al nuevo gusto italiano.
Se adecentaban y ensanchaban calles, se construían nuevos edificios, se situaban, como una exposición artística al aire libre, estatuas en cada una de las puertas y puentes de la ciudad, se explanaban terrenos y se construían paseos y se adecuaba la entrada a la ciudad por el camino de Madrid; sin embargo, Toledo seguía siendo una ciudad de calles angostas y de edificios al gusto islámico (pobres y nada vistosos por el exterior), donde se echaba en falta espacios abiertos, jardines y paseos al gusto renacentista, y todo esto era lo que disgustaba a Felipe II.
A esto podríamos añadir lo que percibían los viajeros europeos como Andrea Navaggiero quien escribió en su carta segunda: “pasado el río por todas partes hay riscos y montes muy ásperos, más elevados que aquel en que está situada la ciudad, de modo que, aún cuando en alto, como la rodean por todas partes montañas más grandes, está como ahogada, y en el verano hace en ella grandísimo calor y en el invierno es muy húmeda, porque entra poco el sol, y por las continuas emanaciones del río...”. Podría aducirse contra esto que si lo hubiera pretendido, tenía la posibilidad de construir una ciudad nueva hacia el noreste, por el valle abierto del Tajo, en dirección hacia Aranjuez; pero ni el terreno parece el idóneo por las periódicas inundaciones que padecía por el desbordamiento del río ni la excesiva cercanía al casco antiguo lo hacía viable, además de verse imposibilitada, o por lo menos con fuertes impedimentos topográficos, la expansión en el interior y por otras latitudes, lo que hubiera condicionado mucho el crecimiento de la urbe.
Estas dos últimas teorías –que consideramos las fundamentales– se aúnan y se confirman en un hecho que sucede en Toledo en 1589 con ocasión del incendio que se produjo en la plaza de Zocodover, donde se quemaron más de veinte casas, quedando otras muchas dañadas al hacer los cortafuegos. Felipe II, a raíz de este suceso, dio orden de reformar la plaza con el propósito de proporcionarle una estética acorde con los nuevos tiempos y con la importancia de la ciudad, para lo que encargó el proyecto al arquitecto Juan de Herrera.
Éste pensó en una plaza cuadrada, cerrada, con fachadas homogéneas, con soportales en la zona inferior y balconadas corridas en los pisos superiores y sobriamente decorada; pero nadie contó con el poderoso, soberbio y mezquino cabildo catedralicio que se opuso a esta reforma ante la posibilidad de verse perjudicado en sus intereses económicos, ya que poseía varias viviendas en ella que le reportaban pingües beneficios cada vez que se celebraban corridas de toros en la plaza, y consiguió que el Consejo de Castilla no aprobase el proyecto.. Como ya hemos hecho patente, no pretendemos decir con lo expuesto que éste último sea el único ni principal motivo del traslado de la Corte de los reinos de España de Toledo a Madrid, pero sí que es otra causa a tener en cuenta y que unida a algunas otras de las manifestadas por otros historiadores, en especial la de Fernando Martínez Gil, conformarían el marco del porqué Toledo perdió la capitalidad.
¿Y por qué no escogió Valladolid, ciudad en la que él había nacido, a pesar de que en ella residió un largo período de tiempo hasta que en 1606 volviera a Madrid definitivamente?
Entre otros motivos no sería el más despreciable el que se decidiera por una tercera población para evitar un grave enfrentamiento entre las dos ciudades castellanas; así no agraviaría a ninguna de ellas y ya que en Toledo residía la sede primada de la Iglesia española, en Valladolid dejaría la Chancillería, a fin de que la balanza entre ambas estuviera equilibrada. Mientras, él se iba con su Corte a una ciudad que todavía no estaba modelada y que podría urbanizar a su gusto, aunque luego El Escorial, debido a su cambio de humor, acapararía toda la actividad del monarca y allí se encerrara como un monje, abandonando su interés por la capital.
Sea como fuere, el caso es que la bellísima y antigua ciudad de Toledo, la Toletum romana, la Tolaytola árabe, la Tholedoth judía, tras este hecho comenzó a declinar y su decadencia siguió imparable a lo largo de las centurias posteriores, circunstancia que sólo se trató de paliar en el siglo XVIII con algunas medidas económico-industriales (Compañía y Fábrica de seda y Fábrica de armas), que no dieron resultado y no la sacaron de su abatimiento y languidez.
Quedó llena de gloria pretérita, pero sin futuro. Sólo al consolidarse el auge del turismo y posteriormente ser declarada capital de la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, esta singular y magnífica ciudad ha empezado a levantar cabeza; pero esto ya es otra historia.
Fuente: http://www.ateneodetoledo.org/wp-content/uploads/2013/01/Felipe-II-y-Toledo.pdf
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