Revista Salud y Bienestar

¿Por qué hablar de cuidados paliativos?

Por Doctor Juan Carlos Trallero
Richard Newstead / Getty Images Una mujer mirando de cerca el ADN 1  

Oír hablar de cuidados paliativos suele desencadenar en el ciudadano reacciones encontradas y poco reflexivas, fruto del desconocimiento y de la confusión que producen quienes, desde su tarima política o desde el poder mediático, vierten afirmaciones tergiversadas sin rubor alguno.
Desde siempre y ante cualquier problema o cuestión discutible, lo que da más rédito es fomentar la bipolarización trazando una línea que deja un puñado de personas a cada lado de la misma a las que se les quiere ahorrar el trabajo de pensar, y de rebote se las confronta con las del otro lado.
La sedación, el empleo de morfina, la tan mal utilizada palabra "eutanasia", el malicioso uso del concepto de "muerte digna", han sido y son campos de batalla cuyo telón de fondo es el sufrimiento de miles de personas (las que cada día en nuestro país afrontan una muerte próxima propia o de un ser querido) que lo están pasando muy mal, y a las que se genera temor, confusión, y hasta dilemas éticos gratuitos.
Los cuidados paliativos son universales
Los cuidados paliativos no están adscritos a ninguna tendencia política, ni pertenecen moralmente a nadie. Deberían ser universales, y pretenden ayudar a cada persona desde su forma de entender su vida.
Los cuidados paliativos tienen más de 40 años de historia, nacen en Inglaterra, y las primeras experiencias en nuestro territorio datan de los años 80. Se desarrollan como una forma de devolverle a la medicina el rostro humano que está perdiendo, justo en la fase que parece tener ya menos interés, la de la muerte. Su eficacia está más que demostrada, y la percepción positiva y de agradecimiento de quienes los reciben es una realidad diaria.
La presentación de la ciencia como dios omnipotente siempre capaz de devolver al ciudadano su salud y estado de bienestar total supone una enorme falacia que genera falsas expectativas con la consiguiente frustración. Y convierte la enfermedad final y la posible muerte en una "equivocación" inaceptable, al enfermo en un perdedor, y a quien le dedica cuidados en un sanitario de segundo orden.
Pero por mucho que se fabule, la verdad ineludible es que a todos nos espera un día el tramo final de nuestra vida. Y si nos dan la oportunidad, si lo sabemos y lo aceptamos, podemos intervenir en la redacción del último capítulo y del final de nuestra historia. O podemos dejar que otros lo escriban como les parezca sin contar con nosotros.
Los profesionales que nos dedicamos a los cuidados paliativos atendemos al hombre sufriente, y a quienes sufren con él, durante todo el proceso (no sólo en las últimas horas, eso es otra simplificación falsa acerca de nuestro trabajo).
Cuando llega la hora de la verdad, que reduce al absurdo nuestras preocupaciones habituales y a un estorbo los tratamientos heroicos para salvar lo insalvable, lo que el enfermo quiere es que se le reconozca como persona, que le acompañen sus seres queridos y que quien le trata, lo haga con cercanía y humanidad, y de forma competente.


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