Revista Cómics

Por qué he votado a Podemos

Publicado el 22 diciembre 2015 por Xavier Xavier B. Fernández
Por qué he votado a Podemos He votado a Podemos no porque Pablo Iglesias sea el candidato que más me guste: de hecho, me gusta más Alberto Garzón. Es un líder honesto, sensato, muy preparado y de gran talla intelectual; pero monta un caballo cojo. Iglesias es peor jinete, pero monta mejor caballo. Y el que corre es el caballo.
He votado a Podemos porque Podemos no es Pablo Iglesias, no es un movimiento mesiánico sometido al capricho de un líder carismático. De hecho, Podemos, con su organización en asambleas ciudadanas, es el partido donde el líder está más controlado por las bases. Y las bases de Podemos son muy diversas y se extienden en un abanico social e ideológico muy amplio. Ese es el caballo, y es un excelente caballo. Un caballo con un esqueleto mucho más democrático que los partidos tradicionales, tan apegados a, y tan podridos por, su estructura jerárquica y piramidal. He votado a Podemos consciente de los muchos defectos de Pablo Iglesias; pero consciente, también, de sus virtudes. Le he votado porque he puesto en una balanza unos y otras y han pesado más las segundas que los primeros. Le he votado a pesar de su exceso de ego, que ha impedido—y nunca se le criticará lo bastante—un amplio pacto de las fuerzas de izquierda; le he votado a pesar de sus pasadas connivencias con el bolivarianismo, de las que se ha retractado, es cierto, aunque tarde y con pocas explicaciones; pero valoro que haya rectificado, aunque sea tarde y mal, y se lo perdono como en su momento le perdoné a Santiago Carrillo y en general a todos los eurocomunistas su pasado prosoviético. Porque pienso que rectificar es de sabios, y saber rectificar es una virtud de peso, sobre todo en un político, y extremadamente rara en un político español, tan habituados ellos a sostenella y no enmendalla porque aquí yo y mis cojones somos mayoría absoluta. He votado a Podemos porque Podemos es hijo del 15 M, el movimiento que a este escéptico por sistema le devolvió la esperanza y la ilusión en los movimientos ciudadanos y en la política como instrumentos para mejorar las cosas; una esperanza y una ilusión que, desde hacía mucho tiempo, daba por perdidas. Les he votado porque creo que este país necesita un gran cambio, y el motor de ese cambio no puede ser ni el PP ni el PSOE, porque les interesan que las cosas sigan, no ya como están, sino como estaban. Ni Ciudadanos, porque el cambio que estos plantean no es más que un ejercicio de gatopardismo: cambiarlo todo para que todo siga igual. Ni siquiera puede serlo Izquierda Unida, demasiado prisionera de sus intereses creados, demasiado anclada en la vieja forma de hacer las cosas. Ellos también son parte de ese antiguo régimen que hay que reformar. He votado a Podemos porque apruebo algo que otros les reprochan: su golpe de timón hacia el centro. Porque ese golpe de timón me parece un ejercicio de realpolitik y una muestra de pragmatismo, una virtud que creo muy necesaria en un político. Desconfío de los dogmáticos, en política y en todas partes (y muy especialmente en religión y en nacionalismo). Precisamente una de las virtudes de Pablo Iglesias a las que antes aludía es esa, su pragmatismo. Sabe observar la realidad sin gafas ideológicas y rectificar el rumbo si lo cree conveniente. Como debe ser. He votado a Podemos porque, lejos de la imagen de ultraizquierda radical y bullanguera que el búnker mediático trata de dar son, ahora mismo, el único partido que defiende en España los valores de la vieja socialdemocracia europea; los que debería defender el PSOE, el tradicional dueño de la franquicia. Pero los socialistas le han echado tanta agua a su vino que ya no sabe a vino, ni siquiera a agua. He votado a Podemos porque han puesto por delante tres cuestiones que me parecen esenciales: el blindaje legal de los derechos cívicos y sociales, que con la excusa de la crisis tanto ha erosionado el gobierno del PP; la reforma de la ley electoral, que en España es abiertamente injusta; el establecimiento de revocatorios (la posibilidad de censurar a un gobierno si incumple el programa con el que se presentó a las elecciones, incurriendo así en incumplimiento de contrato) y un nuevo acuerdo territorial. He votado a Podemos porque, como ciudadano catalán, me parece que están afrontando el problema secesionista con una sensatez de la que carecen tanto los papanatas exaltados del soberanismo como los inmovilistas cerriles de los dos grandes partidos tradicionales. He votado a Podemos porque no dudaba de que, aunque no ganaran, harían todo lo posible para librarnos de esa pesadilla que ha sido el gobierno de Mariano Rajoy, el más inepto y nefasto de todos los gobiernos que hemos tenido en democracia, manchado por la corrupción a gran escala, mentiroso compulsivo, incumplidor sistemático de su propio programa electoral; un gobierno que ha gobernado para la Troika y los amiguetes, que ha incrementado la desigualdad económica hasta niveles sólo vistos en el tercer mundo y ha provocado, a posta, un retroceso social y cultural sin parangón. He votado a Podemos porque estaba seguro de que el gobierno que surgiese de las urnas en estas últimas elecciones iba a ser, necesariamente, el resultado de pactos y acuerdos. Pero desconfío de cualquier pacto y acuerdo entre los dos viejos dinosaurios, el PP y el PSOE, por otra parte demasiado acostumbrados a no hacerlos. Y desconfío aún más de cualquier pacto entre los gatopardistas de Ciudadanos y cualquiera de los dos viejos dinosaurios, porque del cruce de un dinosaurio con un gatopardo sólo puede salir un dinosaurio con motitas. Podemos ha demostrado tener gran soltura en la mesa de negociaciones y gran capacidad para el pacto y el acuerdo, y no tienen intereses creados que defender. Y en todo caso, los pactos que acuerden sus líderes tendrán que refrendarlos sus asambleas ciudadanas. Por eso les he votado.
He votado a Podemos porque prefiero las reformas a las revoluciones (muere demasiada gente en las revoluciones; y encima suelen acabar en contrarrevoluciones), y porque creo que, a pesar de todo, el sistema funciona, y cambiarlo desde dentro aún es posible. Y Podemos ha elegido ese camino desde el principio.

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