He votado a Podemos no porque Pablo Iglesias sea el candidato
que más me guste: de hecho, me gusta más Alberto Garzón. Es un líder honesto,
sensato, muy preparado y de gran talla intelectual; pero monta un caballo cojo.
Iglesias es peor jinete, pero monta mejor caballo. Y el que corre es el
caballo.
He votado a Podemos porque Podemos no es Pablo Iglesias, no es
un movimiento mesiánico sometido al capricho de un líder carismático. De hecho,
Podemos, con su organización en asambleas ciudadanas, es el partido donde el
líder está más controlado por las bases. Y las bases de Podemos son muy diversas
y se extienden en un abanico social e ideológico muy amplio. Ese es el caballo,
y es un excelente caballo. Un caballo con un esqueleto mucho más democrático que
los partidos tradicionales, tan apegados a, y tan podridos por, su estructura
jerárquica y piramidal.
He votado a Podemos consciente de los muchos defectos de Pablo
Iglesias; pero consciente, también, de sus virtudes. Le he votado porque he
puesto en una balanza unos y otras y han pesado más las segundas que los
primeros. Le he votado a pesar de su exceso de ego, que ha impedido—y nunca se
le criticará lo bastante—un amplio pacto de las fuerzas de izquierda; le he
votado a pesar de sus pasadas connivencias con el bolivarianismo, de las que se
ha retractado, es cierto, aunque tarde y con pocas explicaciones; pero valoro
que haya rectificado, aunque sea tarde y mal, y se lo perdono como en su momento
le perdoné a Santiago Carrillo y en general a todos los eurocomunistas su pasado
prosoviético. Porque pienso que rectificar es de sabios, y saber rectificar es
una virtud de peso, sobre todo en un político, y extremadamente rara en un
político español, tan habituados ellos a sostenella y no enmendalla
porque aquí yo y mis cojones somos mayoría absoluta.
He votado a Podemos porque Podemos es hijo del 15 M, el
movimiento que a este escéptico por sistema le devolvió la esperanza y la
ilusión en los movimientos ciudadanos y en la política como instrumentos para
mejorar las cosas; una esperanza y una ilusión que, desde hacía mucho tiempo,
daba por perdidas. Les he votado porque creo que este país necesita un gran
cambio, y el motor de ese cambio no puede ser ni el PP ni el PSOE, porque les
interesan que las cosas sigan, no ya como están, sino como estaban. Ni
Ciudadanos, porque el cambio que estos plantean no es más que un ejercicio de
gatopardismo: cambiarlo todo para que todo siga igual. Ni siquiera puede serlo
Izquierda Unida, demasiado prisionera de sus intereses creados, demasiado
anclada en la vieja forma de hacer las cosas. Ellos también son parte de ese
antiguo régimen que hay que reformar.
He votado a Podemos porque apruebo algo que otros les
reprochan: su golpe de timón hacia el centro. Porque ese golpe de timón me
parece un ejercicio de realpolitik y una muestra de pragmatismo, una
virtud que creo muy necesaria en un político. Desconfío de los dogmáticos, en
política y en todas partes (y muy especialmente en religión y en nacionalismo).
Precisamente una de las virtudes de Pablo Iglesias a las que antes aludía es
esa, su pragmatismo. Sabe observar la realidad sin gafas ideológicas y
rectificar el rumbo si lo cree conveniente. Como debe ser.
He votado a Podemos porque, lejos de la imagen de
ultraizquierda radical y bullanguera que el búnker mediático trata de dar son,
ahora mismo, el único partido que defiende en España los valores de la vieja
socialdemocracia europea; los que debería defender el PSOE, el tradicional dueño
de la franquicia. Pero los socialistas le han echado tanta agua a su vino que ya
no sabe a vino, ni siquiera a agua.
He votado a Podemos porque han puesto por delante tres
cuestiones que me parecen esenciales: el blindaje legal de los derechos cívicos
y sociales, que con la excusa de la crisis tanto ha erosionado el gobierno del
PP; la reforma de la ley electoral, que en
España es abiertamente injusta; el establecimiento de revocatorios (la
posibilidad de censurar a un gobierno si incumple el programa con el que se
presentó a las elecciones, incurriendo así en incumplimiento de contrato) y un
nuevo acuerdo territorial. He votado a Podemos porque, como ciudadano catalán,
me parece que están afrontando el problema secesionista con una sensatez de la
que carecen tanto los papanatas exaltados del soberanismo como los inmovilistas
cerriles de los dos grandes partidos tradicionales.
He votado a Podemos porque no dudaba de que, aunque no ganaran,
harían todo lo posible para librarnos de esa pesadilla que ha sido el gobierno
de Mariano Rajoy, el más inepto y nefasto de todos los gobiernos que hemos
tenido en democracia, manchado por la corrupción a gran escala, mentiroso
compulsivo, incumplidor sistemático de su propio programa electoral; un gobierno
que ha gobernado para la Troika y los amiguetes, que ha incrementado la
desigualdad económica hasta niveles sólo vistos en el tercer mundo y ha
provocado, a posta, un retroceso social y cultural sin parangón.
He votado a Podemos porque estaba seguro de que el gobierno que
surgiese de las urnas en estas últimas elecciones iba a ser, necesariamente, el
resultado de pactos y acuerdos. Pero desconfío de cualquier pacto y acuerdo
entre los dos viejos dinosaurios, el PP y el PSOE, por otra parte demasiado
acostumbrados a no hacerlos. Y desconfío aún más de cualquier pacto entre los
gatopardistas de Ciudadanos y cualquiera de los dos viejos dinosaurios, porque
del cruce de un dinosaurio con un gatopardo sólo puede salir un dinosaurio con
motitas. Podemos ha demostrado tener gran soltura en la mesa de negociaciones y
gran capacidad para el pacto y el acuerdo, y no tienen intereses creados que
defender. Y en todo caso, los pactos que acuerden sus líderes tendrán que
refrendarlos sus asambleas ciudadanas. Por eso les he votado.
He votado a Podemos porque prefiero las reformas a las
revoluciones (muere demasiada gente en las revoluciones; y encima suelen acabar
en contrarrevoluciones), y porque creo que, a pesar de todo, el sistema
funciona, y cambiarlo desde dentro aún es posible. Y Podemos ha elegido ese
camino desde el principio.