Cualquier musulmán suscribiría aquello de Jesucristo de que “Mi reino no es de este mundo”. Pero no aquello otro de “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Los primeros cristianos se inclinaron más hacia la primera máxima, y su modelo de vida quedó marcado por los anacoretas que se retiraban al desierto. No había para ellos puente que se pudiera transitar entre este mundo pecador, que es uno de los enemigos del alma (los otros son el demonio y la carne), y aquel otro dichoso que nos espera tras la muerte (y que cuando llegaron los musulmanes poblaron de huríes).
En consonancia con ello, en el Imperio bizantino a lo largo del siglo VIII, los herejes iconoclastas se dedicaron a destruir todas las imágenes que pretendían servir de metáfora o alegoría de lo sobrenatural. Lo divino era inefable e inexpresable, y tratar de vestirlo con las formas que este mundo oferta era idolatría. Los severos artes bizantino y románico, eran una iconoclasia de segunda mano, en donde las imágenes solo pretendían tener un valor didáctico, de transmisión de las Sagradas Escrituras (incluidas esas sorprendentes esculturas de tema sexual de algunas iglesias), pero seguía vigente por entonces la idea de que nada de lo que pudiera proceder de este mundo era bueno ni servía para enlazarnos con el del más allá. En sus “Soliloquios”, San Agustín describe un supuesto diálogo que mantiene con la Razón, y en él afirma: “Deseo conocer a Dios y al alma”. “¿Y nada más?”, le pregunta su alter ego, la Razón. “Absolutamente nada más”, responde categórico. El mundo (la realidad externa) no merecía ser conocido, puesto que era la morada del pecado, un error, una distracción, algo que había que combatir o, al menos, alejarse de él. ¿Qué ciencia hubiera podido desarrollarse a partir de esos presupuestos?
Hubo que esperar a Santo Tomás para que desde el cristianismo se pudiera afirmar: “No me avergüenzo en decir que yo hallo que mi razón es alimentada por los sentidos”. Ortega dejó señalado que “Santo Tomás (…) hizo de Dios algo en muchas porciones interior al mundo”. Y aún empujó más Guillermo de Ockham hacia la atención a lo mundano cuando dijo que solo existían los entes individuales. La atención a lo concreto, lo particular, lo que conocemos por los sentidos fue pasando al primer plano. El arte gótico hizo que las imágenes esculpidas en sus edificios se acercaran cada vez más a las configuraciones de los seres reales y reconocibles entre los que discurren por el mundo.
Y al fin, lo que acabó llegando, y que marcó la diferencia sustancial entre la cultura occidental y las demás, la islámica para empezar, fue el Renacimiento, donde las imágenes artísticas reflejaban cada vez más las configuraciones que de lo real se mostraban a los sentidos (por ejemplo, apareció el retrato). Llegado el Barroco, esa encarnación de lo divino en el mundo real llega a incluir la ironía cuando, por ejemplo, Velázquez hizo descender del Olimpo a los dioses y pintó a Baco coronando a una cuadrilla de borrachines. Pero lo más decisivo de aquel tiempo fue que, una vez permitido ese acercamiento a lo concreto, al mundo empírico, pudo Galileo concebir el método científico, y de su mano las generaciones que desde entonces se han sucedido han elevado el conocimiento de lo real a grados inconmensurables.
Mientras tanto, los musulmanes siguen aferrados a la idea iconoclasta de que el mundo divino al que aspiran no tiene comunicación con este de aquí abajo. No solo la representación de la divinidad (su encarnación) sigue prohibida, sino que la atención a lo mundano sigue siendo, como en la Edad Media, pecado. Lo humano ha de someterse a los dictados de Dios (“islam” significa “sumisión”), que son recogidos por el Profeta en el Corán y transmitidos fielmente por los imanes. La shariaes el código moral que marca la conducta de los musulmanes, y su fuente, además del Corán, es la propia vida del Profeta Mahoma. Dentro de la shariaexiste un tipo específico de ofensas conocidas como hadd. Estas ofensas, entre las que no se incluye la poligamia o el matrimonio consumable con niños de nueve años, que son permitidos, son crímenes castigados con penas especialmente severas, tales como el ahorcamiento, la lapidación, los azotes o la amputación de una mano. Esas transgresiones incluyen el adulterio, la homosexualidad, las acusaciones falsas, el consumo de bebidas alcohólicas, el robo, la desobediencia de las mujeres hacia la autoridad del padre o el esposo, las relaciones con infieles y el incumplimiento de las normas de vestimenta de las mujeres (hiyab), a las cuales, si efectivamente incumplen esta obligación, se considera inmorales y culpables en caso de violación.
La yihad o guerra santa es asimismo un deber para el musulmán ortodoxo. Obliga a todo buen musulmán a luchar para defender y propagar el Islam, con la fuerza si es necesario. Es lo que ordena el Corán, 9, 5: “Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a los infieles dondequiera que les encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes! Pero si se arrepienten (…) entonces ¡dejadles en paz! Alá es indulgente, misericordioso”. Así es que los muyahidines (practicantes de la yihad) del Estado Islámico que ahora mismo están cometiendo terribles matanzas en Irak por la única razón de que los masacrados no quieren abrazar el Islam, y que se llevan secuestrados a las mujeres y niños a los que no matan, no están haciendo otra cosa que ser buenos musulmanes. Y los otros muyahidines de Hamás, que no pueden negociar con el estado de Israel porque el Corán les obliga a matar a todos los judíos (http://avalon.law.yale.edu/20th_century/hamas.asp--; 2º párrafo: “Israel existe y continuará existiendo hasta que el Islam lo destruya”), no son asimismo sino otros buenos, o al menos estrictos, musulmanes.
Progres del mundo… o, para no ser demasiado pretenciosos, progres, feministas, militantes del movimiento LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) de los alrededores, ¿todavía no os habéis enterado? ¿A qué esperáis? Y asimismo, si ya lo sabíais, ¿a qué esperáis?