Ves a una mamá en el parque que llama a su hijo para que meriende y entonces el niño se baja del balancín y va ligero y contento hasta donde su madre, coge el bocata, le da un mordisco y se marcha a jugar de nuevo con su merienda en la mano.
Y no entiendes por qué el tuyo se hace el sordo y refunfuña para tomarse la suya.
Y por qué tienes que llamarlo tres veces.
Encima es la misma historia para cada pequeña cosa que le pides, ya sea lavarse las manos, recoger los juguetes o guardar sus calcetines.
Sientes una gran envidia.
Dudas y analizas tus palabras y las de ella y no entiendes nada: “pero si yo le digo lo mismo a mi hijo, ¿por qué no me hace caso? ¿por qué se enfada y pelea conmigo cada dos por tres?”
Quizá te pasa alguna (o todas) estas cosas:
- Hablas con tu hijo desde la distancia, le llamas de la cocina al salón, o de tu habitación a la cocina… en definitiva, a varios metros de distancia, con puertas y paredes de por medio y sin saber si te oye o te escucha en medio de su actividad
- Cuando te pregunta algo o le pides que te ayude estás mirando a otro lado: el arroz que estás guisando, el móvil con el que “wassapeas”o el capítulo X de tu serie favorita
- Cuando comete un error o tiene un accidente (rompe algo, estropea una tela, deja el baño lleno de agua después de jugar en el lavabo…) lo acusas sin preguntar ni dejar que se explique, mucho menos estar dispuest@ a aceptar sus explicaciones y experiencia
- Si hay un conflicto apenas puede expresarse porque no lo dejas meter baza, sentencias la situación y lo castigas o lo penalizas con tu enfado o tus palabras
- Te dejas llevar por tus emociones (estás cansad@, estresd@ después de un largo día de trabajo, pendiente de todo lo que te queda por hacer, impaciente…) y aprovechas cualquier pequeña discusión con él para desahogarte y dar rienda suelta a tu rabia
- Lo responsabilizas mental y verbalmente de tu ira y tu enfado y se lo dices a menudo
- Intervienes en cuanto oyes discutir a tus hijos, buscas un culpable y lo sancionas
- Estás pendiente de todo lo que hace y le das indicaciones a menudo sobre su vestimenta, su peinado, lo que debe y no debe comer y a qué hora, cuándo y cuánto estudiar…
Más allá de los motivos que te llevan a actuar así, cuando eres consciente de que esto no funciona y además hace que a nivel familiar y comunicativo caminéis hacia atrás hay algo que SÍ puedes hacer: decidir qué es lo que no vas a volver a hacer y buscar una alternativa.
- Si necesitas hablar con tu hijo asegúrate de que te escucha y ponte frente a él
- Míralo a los ojos, tócalo, pon atención a lo que te dice y a lo que le dices
- Antes de acusar, pregunta y escucha la respuesta con verdadera atención porque lo cierto es que no estabas presente y solo conoces las consecuencias de sus acciones, pero no el proceso para que el agua llegara al suelo del baño
- Si no estáis de acuerdo no zanjes la discusión con un “porque yo lo digo y punto”: intercambia opiniones, ten en cuenta las suyas y busca un acuerdo y soluciones conjuntas
- Cuando estés saturad@ tenlo presente y busca un modo de desahogarte que no sea descargar sobre ellos. Si esto te pasa a menudo, busca el modo de solucionar la fuente de estrés
- Deja de culpabilizarlo con la consabida “mira cómo me haces enfadar”: ya eres adulta y tus emociones, actos y palabras son responsabilidad tuya
- Los niños discuten en ocasiones, aunque también saben solucionarlo si los dejamos: deja de intervenir en cuanto hay una palabra más alta que otra. Cuando buscas culpables y castigas los animas a hacer lo mismo y a tratar de acusar al otro para librarse del castigo, entonces pueden desarrollar resentimiento uno contra otro y competir constantemente por quedar bien ante ti
- Las normas en casa pocas y muy claras: para todo lo demás dales libertad y responsabilidad para hacerse cargo de sus decisiones y de las consecuencias que estas les traen