Vivimos determinados por una forma de entender la realidad que tiene sus últimos fundamentos en la perspectiva que nos legaron los filósofos griegos. El primero que marcó la trayectoria de lo que iba a ser esa manera de instalarse en lo real fue Parménides, que, en singular combate con Heráclito, entendió que el “ser”, “lo real” coincidía con nuestro pensamiento, que desecha los cambios y se decide por lo estable, lógico y no contradictorio. “Ser” y “ser pensado” era lo mismo. Heráclito, que, por el contrario, afirmó que “todo fluye”, que todo cambia, en suma que las cosas, contradiciendo las conclusiones de la lógica”, de la razón, son “A” y “no A”, dejó su pensamiento soterrado hasta que en nuestro tiempo ha sido recuperado y reinterpretado por filosofías como la de Ortega o por descubrimientos científicos como los que ha hecho la física cuántica, la teoría de la relatividad o Heisenberg con su principio de incertidumbre. Estamos asistiendo, pues, al cambio más trascendental en la manera de entender el mundo y la vida habido desde los tiempos de Grecia.