Entre todas las piezas o trebejos del ajedrez, la reina es la que goza de mayor libertad de movimiento, pues puede desplazarse diagonal y perpendicularmente siempre que no encuentre obstáculos. Partiendo de que el ajedrez fue introducido en Europa por los árabes en la Edad Media, ¿qué motivó a dar este poder a una pieza que representaba a un personaje femenino? ¿Siempre fue así?
Los orígenes del ajedrez se sitúan en la India, donde cuenta la leyenda que un rey pidió crear un juego que permitiera mostrar como actúa el destino en el entorno de los hombres y como estos, mediante la estrategia y la reflexión, podían tomar las riendas de este. Este juego del siglo VI d.C. se llamó chaturanga y representaba en sus piezas las distintas unidades militares indias. Sería la base sobre la que se desarrollaría el shatranj, precursor persa del ajedrez.
Con la expansión del islam, el juego se extendió desde España al norte de la India. Debido al aniconismo del islam, especialmente entre los suníes, las piezas del ajedrez tomaron formas abstractas. La religión tan solo permitía este juego si no interfería con los deberes religiosos, no se apostaba dinero y no se producían disputas o lenguaje soez. A pesar de ello, han existido prohibiciones contra el ajedrez. Por otra parte, la popularización del ajedrez en la corte de Bagdad gracias al califa Harún al-Rashiden permitió que aquellos que realizaran grandes logros en el ajedrez pudieran enriquecerse sin importar sus orígenes. En el ajedrez, esto se tradujo en la promoción del peón a visir.
En los reinos cristianos, los enfrentamientos se consideraban un duelo donde, mediante el jaque mate, dejar desnudo metafóricamente al rival, despojándole así de cualquier defensa. De esta manera, según los participantes, las connotaciones de la partida eran diferentes. Entre hombres, era un ejercicio de pura dominación. Sin embargo, si un hombre jugaba contra una mujer, era un cortejo donde la sometía.
El ajedrez era un más que un combate mental, pues se interpretaba como un reflejo de la propia sociedad medieval. Por esa razón, los movimientos de las piezas y sus normas eran diferentes entonces. Un ejemplo de ello es que, de igual manera que el alfil era originalmente un elefante (árabe: أَلْفِيل, al-fīl), la reina era el visir. Aunque esta transformación ocurrió en la península ibérica en torno al siglo XIII, en el Versus de scachis de finales del siglo X, de la abadía de Einsiedeln, entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico, ya se mencionaba a la reina. En este poema, la transformación de elefante a alfil aún no se había completado, pues era se llamaba anciano o conde ( comes/ curvus). Cuando pasó de ser el visir a la reina, la pieza perdió capacidades. Se quedó con una movilidad muy reducida, pues se limitaba a desplazarse diagonalmente al escaque contiguo para estar cerca del rey interponiéndose al peón rival, que se movía perpendicularmente, cuando llegaba desde el otro extremo del tablero. Esta estrategia contrastaba con la árabe, que aseguraban que llegase al corazón de la posición rival. El privilegio del rey como pieza que la reina debe seguir se estableció en torno al 1300, cuando se asentaron los cambios de las reglas respecto al ajedrez árabe. Inicialmente, incluso estaba prohibida la promoción de peón a reina para promover la unicidad de la reina.
Los movimientos implicaban la naturaleza de la pieza y del personaje representado. Unos movimientos directos o perpendiculares eran señal de honestidad y franqueza, en oposición a los diagonales. Con ese planteamiento, la reina simbolizaba un caracter dudoso. El caballo tenía una naturaleza doble, pues el desplazamiento recto indicaba la justicia de sus acciones, mientras el movimiento lateral simbolizaba su capacidad de extorsionar o cometer fechorías. A mediados del siglo XV, la reina obtuvo tanto una pequeña ventaja. En Francia, podía moverse dos escaques en su primer turno si no estaba bloqueada por una pieza rival, condición que no existía en los países de su alrededor. A pesar de ello, el alfil seguía teniendo más movilidad. A pesar de ello, poco antes se degradó su denominación de reina a dama, aún usado actualmente, o incluso a mujer.
Pérdida de derechos de la mujer
Al tiempo que se consolidaban las reglas del ajedrez, las mujeres perdían derechos. En la iglesia se redujo la participación de la mujer y se limitaron o eliminaron sus privilegios en el claustro, incluyendo su educación. Esto favoreció la propagación de la creencia de la mujer como un sexo mentalmente débil. A su vez se prohibió el matrimonio de los clérigos, aumentando el aislamiento entre estos y las mujeres. Los mensajes de la literatura misógina exclusiva de los monasterios comenzó a atravesar sus muros, señalando a las mujeres como la causa del mal e incitando a los hombres a dejar a sus mujeres e hijos para llevar una vida más santa. Entonces surgió una literatura vulgar que despreciaba la vida matrimonial y recomendaba elegir a chicas jóvenes e inexpertas que se pudieran "educar".
La pérdida de derechos no se limitó al contexto religioso, sino que también limitaron su movilidad social y política. Las viudas se convirtieron en víctimas de ataques por "dilapidar" sus fondos familiares en proyectos religiosos y para los pobres. También se criticaba tanto su capacidad de casarse de nuevo como su preferencia por no asociarse a otro esposo. En Francia, incluso vieron a finales del siglo XIV mayores dificultades para obtener la voluntad de su esposo.
Oposición de la iglesia
Al igual que en islam, el cristianismo condenaba los juegos de azar. El ajedrez era rechazado por la iglesia por varias razones. Por una parte, estaba el debate sobre si la victoria dependía de la suerte o de la habilidad. Por otra, se condenaban firmemente tanto las apuestas como el uso de dados para determinar qué pieza mover, lo que hacía que el juego fuera más rápido. No obstante, se sabe que incluso los clérigos disfrutaban de este método de juego y que la postura de la iglesia acabó suavizándose con el tiempo.
El siglo XV vio el crecimiento del liderazgo de las mujeres, como María Estuardo o Catalina Sforza, entre otras. Simultáneamente, el ajedrez ganaba jugadoras como Ana de Bretaña, Margarita de Austria y Catalina de Médici, quienes participaron en partidas mixtas, probando tanto sus capacidades como accediendo a relacionarse con los hombres de la corte, creando conexiones políticas. La presencia femenina no solo era notable con su papel activo en las relaciones político-religiosas, sino también en la literatura. Cada vez más mujeres pudieron tanto escribir como publicar sus obras, algo que había estado dominado durante siglos por el clero. Por supuesto, estos avances fueron posibles tanto por la iniciativa de las mujeres como de aquellos hombres que valoraron positivamente la necesidad de repartir su poder.
Fue en esta época cuando la pieza de la reina obtuvo su poder de desplazamiento. La primera aparición de esta nueva reina fue en Scachs d'amor (1470-1480). En él, Francisco de Castelví y Vic juega contra Narciso de Vinyoles mientras Bernardo Fenollar comenta y explica las reglas. En el poema se explica que hay una reina única y verdadera, en referencia a que solo podrá haber una reina en el tablero de cada color. Se defiende que esta norma resurgió para reflejar el apoyo a Isabel de Castilla frente a Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV, hermano paterno de Isabel. Además, Fenollar señala que perder a una reina implicaba perder el juego. En este caso, a la pieza conocida hasta entonces como alferza la llaman dama, no solo por su condición de señora, sino que era la forma de llamar a Isabel de Castilla. Coincidentemente, este apelativo no solo señalaría a la reina, sino al juego de las damas, también relacionado con Isabel y que probablemente se inventó entre 1492 y 1495. En Francia, por el contrario, en esta época se favoreció el apelativo de reina, aunque también se utilizó la designación de amazona con el sentido de mujer fuerte, valiente y casta.
En Repetición de amores e arte de axedres con CL juegos de partido (1496-1497) de Luís Ramíriz de Lucena se explica que la reina podía desplazarse tanto diagonalmente como en línea recta tan lejos como quisiese. Por ello, Lucena diferenció entre el ajedrez del viejo y el nuevo ajedrez de la dama. El alfil también aumentó su alcance, aunque limitado a los movimientos diagonales. También describía como los peones podían desplazarse dos escaques en su primer turno, cambio que se había mencionado 200 años antes en los manuscritos de Alfonso X el Sabio y Jacobo de Cessolis. Aunque estas normas se conservan, el avance triple del rey en el primer turno, siempre que no estuviera en jaque, fue transformándose en el enroque.
Aunque el ajedrez de la dama se extendió con Europa, no lo hizo sin oposición. Una traducción italiana de Ludus scacchorum de Jacobo de Cessolis se decía que la reina había tomado las cualidades del alfil y la torre pero que le habían negado los del caballo porque, por su fragilidad, no era típico de las mujeres llevar armas. Esta nueva modalidad fue llamada tanto "juego de la dama" como "juego de la dama rabiosa". Un autor francés observó en Le Jeu des Eschés de la Dame, moralisé que le desconcertaban los privilegios de la reina y los alfiles, mientras las torres y caballos, discretos, prudentes y sabios, apenas eran apreciados. El poeta francés Gratien du Pont publicó en 1534 un ajedrez cuyos escaques contenían insultos femeninos que rimaban entre sí.
El juego de la dama se extendió rápidamente gracias a la imprenta y posiblemente por la expulsión de los judíos, que influyeron en varios de los cambios que experimentó el ajedrez. Primero lo hizo por los países de lengua romance. Es la razón por la que en Alemania, fue conocido desde 1536 como welsches Schachspiel (ajedrez italiano). Décadas después llegaría a Inglaterra. En este juego, la importancia de la reina era tal que, hasta el siglo XIX, en Inglaterra, Francia, Alemania e Islandia se anunciaba el jaque a ambos monarcas.
En el siglo XVII, el ajedrez era cada vez menos jugado por las mujeres de clase alta. Tanto las imágenes como descripciones de enfrentamientos mixtos se redujeron. En 1694, Thomas Hyde expresaba en su estudio del ajedrez que se arrepentía de la presencia de la reina y el alfil, llamado obispo en otros idiomas, pues eran inapropiados en un juego militar. También ridiculizó la idea de que un soldado pudiera convertirse en reina. Aunque aconsejaba eliminar tanto a la reina como el alfil, afortunadamente sus recomendaciones no tuvieron la repercusión deseada.
Una posible razón de la pérdida de popularidad del ajedrez entre las mujeres es que la competitividad y rapidez de las nuevas partidas ya no servían para socializar. Cuando tenían menos movilidad, las partidas podían durar al menos un día, con interrupciones para comer, beber, bailar, cantar, hacer la comida o alimentar a los bebés. Las partidas de ajedrez se profesionalizaron con campeones que vivían jugando en las cortes, limitando su antigua accesibilidad, especialmente entre las mujeres restringidas a una esfera privada. Entre las mujeres de clase alta, se consideró una práctica poco femenina, como manejar armas o no montar a caballo a lo amazona.
La presencia competitiva de mujeres en los torneos de ajedrez no se volvería a ver hasta finales del siglo XIX con jugadores como Amalie Paulsen (1831-1869) y la creación de clubes femeninos de ajedrez en Estados Unidos y Europa.
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