Cada vez que un suceso tiene repercusión mundial, no tardan en aparecer las predicciones de Nostradamus. Si es la primera vez que tienes contacto con ellas, te puede parecer un detalle curioso pero, si no las olvidas, cuando vuelvan a compartirlas para referenciar otro evento totalmente distinto, notarás que, las mismas palabras que anunciaban con exactitud la primera catástrofe, se usan para anunciar la segunda. Esa supuesta precisión profética se diluye...y es cuando te preguntas, ¿y esto por qué se popularizó?
Nostradamus no fue el único adivino de su época, pero sí es el único que se recuerda popularmente, aunque su presencia en los medios oscile según los acontecimientos. Durante décadas, trabajó como médico, vagando entre pueblos. En su segundo matrimonio, se asentó en Salon-de-Provence y, en consecuencia, el número de clientes disponibles disminuyó para él, pero comenzó a realizar predicciones. Estas habían sido parte de la formación de los médicos, pues se consideraba que la astrología permitía entender la influencia de los astros sobre el organismo. No obstante, se encontraba en una época de cambios, donde la medicina estaba comenzando a desligarse de la astrología. A su vez, la fe católica estaba en crisis y, antes de desembocar en las guerras de la religión (1562-1598), sus predicciones daban seguridad a quienes no encontraban una guía adecuada en la fe cristiana. Su público fue creciendo gracias a su honestidad, ya que no se valía simplemente de pronósticos lisonjeros con los que ganarse clientes, sino que advertía tanto de las amenazas como de la buena fortuna. De esta manera, transmitía confianza en las capacidades de su cliente para prevenirse ante el peligro y aprovechar su futuro. Este ánimo le ayudó a ampliar su clientela más allá de las fronteras francesas y los límites entre las clases sociales.
Una trágica predicción real
Lo que grabó su nombre en la historia fue su relación con la reina Catalina de Médici, esposa del rey Enrique II de Francia. Catalina confiaba en las predicciones de los astrólogos, por los que los consultaba para conocer el destino de sus hijos o para tomar decisiones. En 1555, Catalina invitó a Nostradamus durante unas semanas a la corte para que le realizara los horóscopos a sus hijos, señalando este que la reina vería ascender al trono a todos sus hijos. Como otros astrólogos habían advertido de una herida en la cabeza en su 40º cumpleaños, Catalina pidió consejo a Nostradamus, que confió en ella para que le protegiera.
En el tratado de paz de Cateau-Cambrésis (1559), Enrique II vio cómo se acordaban las bodas de Margarita y Isabel de Valois, hermana e hija respectivamente, con Manuel Filiberto y Felipe II de España. Para celebrar la paz, se organizó una gran justa en la calle Saint-Antoine de París donde el rey francés se enfrentaría a todos los que le desafiaran como prueba de su virtud. Entonces, la noche antes de participar, Catalina tuvo un sueño premonitorio donde su esposo se hería un ojo. En su enfrentamiento con Gabriel de Lorges, conde de Montgomery y teniente de la guardia escocesa, haría honor a su caballo Desafortunado (Malheureux). Como en primera instancia no hubo ganador en su enfrentamiento, insistió en repetirlo, pero el choque rompió las lanzas de madera y las astillas le entraron por el visor, alcanzándole el cerebro a través del ojo derecho. Aunque inicialmente tenían esperanzas de salvarlo, su médico Ambroise Paré no podría salvarlo y moriría a los 10 días.
Fue en ese momento cuando algunos miembros de la corte señalaron que el almanaque de 1559 de Nostradamus predecía que "El Grande dejará de serlo". También aludieron a la cuarteta 3.55, que hablaba de un señor matando a su amigo, una corte desconcertada, y un reino en problemas durante "el año [que] un ojo sobre toda Francia reinará". Años después, el suceso se relacionaría con la cuarteta 1.35: "el león joven contrarrestará al león viejo en el campo de batalla, luego en una jaula de oro le sacará los ojos y el león viejo morirá de una muerte cruel". Se interpretaría que se refería a los participantes de la justa, pues tanto Enrique II como Gabriel de Lorges tenían leones en sus emblemas y el rey llevaba un casco dorado. La muerte de su hijo y sucesor Francisco II 18 meses después, con dieciséis años, parecía coincidir con la predicción de Nostradamus de que moriría antes de cumplir los dieciocho años.
Por ello, el interés por Nostradamus creció enormemente, pues se temía que pudiera vaticinar grandes desastres. Debido a que, según el sistema que usaba, estos eventos eran cíclicos y aumentaban en gravedad de manera inversamente proporcional a su frecuencia, se temía la llegada de algún cataclismo centenario. El hambre de las imprentas por contenido que interesara al público facilitó que sus almanaques estuvieran constantemente presentes en las vidas de su público.
En vida, Nostradamus supo jugar sus cartas y aprovechar su fortuna para que su falta de claridad fuera un atractivo para el público y un seguro contra quienes le acusaran de herejía. En sus profecías para los siguientes siglos, su lenguaje seguía siendo contradictorio, mezclaba varios idiomas, abreviaturas con significados múltiples o desconocidos y omitía artículos, preposiciones y adverbios. En sus consultas privadas, esta ambigüedad crecía cuando su secretario Jean de Chevigny debía transcribir sus mensajes, no siempre entendiendo su caligrafía. La situación parecía el juego del teléfono cuando esta, a su vez, debía ser interpretada en la imprenta, donde tenían prisa por vender rápido. Distintas ediciones de sus profecías podían contener palabras distintas, un número diferente de vaticinios o una puntuación variable.
Nostradamus también supo aprovechar las preocupaciones del pueblo. Al poder acceder a traducciones de la Biblia, la gente descubrió en primera persona los conflictos que anunciaban el Apocalipsis. El inminente fin de los tiempos estaba siempre a la vuelta de la esquina y, por eso, Nostradamus hizo mayoritariamente presagios negativos, aunque siempre con esperanza para los justos.
Tras su muerte, su fama perduró y sus profecías eran recordadas cuando coincidían con un desastre reciente en las batallas o en las ciudades, donde la alfabetización era mayor que en el campo. Jean-Aimé de Chavigny, que no se sabe si fue realmente el secretario de Nostradamus o alguien que usurpó su identidad tras su muerte, recopiló, interpretó y adaptó las profecías para eliminar meses concretos o añadir rimas, extendiendo su éxito en el siglo XVII. En 1605, el doctor y comerciante de harina Vincent Seve publicó 48 poemas que, supuestamente, le fueron entregados por un supuesto sobrino de Nostradamus. Durante siglos, otros autores siguieron publicando nuevos almanaques en su nombre para capitalizar su notoriedad. Algunos incluso se proclamaban familiares lejanos de Nostradamus, aunque este juró que ni siquiera enseñaría su oficio a sus hijos. También los hubo, como Jean Le Roux, que proclamaron haber descifrado el significado real de las palabras del profeta.
El 6 de diciembre de 1696, un herrero François Michel de Salon-de-Provence afirmó ver al fantasma de Nostradamus, que le ordenó viajar a Versalles a entregarle su mensaje a Luis XIV, siendo su primera intervención política post mortem. Gracias a su versatilidad, las profecías se usaron e interpretaron según conviniera políticamente en el país y época en las que se publicaba. En consecuencia, mientras en vida lo acusaban de tener afinidad por los protestantes, tras su muerte lo convirtieron en un ferviente católico.
Nostradamus siempre tuvo críticos. En vida, lo llamaron payaso, mentiroso o hereje. Con los múltiples autores fingiendo alguna relación con él, crecía la duda sobre la legitimidad de las publicaciones. En primer lugar, se cuestionaba que los libros y almanaques recientes hubieran sido escritos por él. En segundo lugar, durante el siglo XVIII, el empirismo creciente desechaba supersticiones y afirmaciones que no pudieran que no basaran en la experiencia.
A pesar de ello, el interés por Nostradamus se mantenía latente y resurgía con las grandes catástrofes. Por ejemplo, su supuesta predicción de la revolución francesa fue interpretada tanto como el advenimiento del Apocalipsis como de una época mesiánica. El gran incendio de Londres, las guerras de secesión, franco-prusiana o mundiales fueron otros acontecimientos que renovaron la fascinación por el adivino. En otras ocasiones, el temor por un peligro inminente centraba la atención por las predicciones, sea para anunciar un destino fatídico o la estrategia para el éxito.
Los textos confusos y la ausencia de un glosario o una guía para interpretar sus cuartetas han permitido que sean válidas para casi cualquier suceso, manteniendo su vigencia. La celebración de sus aciertos y el olvido de sus fracasos han posibilitado que se convierta en una referencia infalible. La conclusión es que sus palabras eliminan la incertidumbre del mundo y hacen creer que nada está fuera de control.
- Gerson, S. (2012). Nostradamus: how an obscure Renaissance astrologer became the modern prophet of doom. Macmillan.