Revista Coaching
Si pusieras un listón de madera de un metro de ancho en el suelo y alguien te pidiera que andaras sobre él, seguro que no tendrías ningún problema en hacerlo. Pero imagina por unmomento que el tablón lo ponen entre dos edificios digamos a 50 metros de altura. ¿A que no sería lo mismo? La inmensa mayoría de personas tendría serias dificultades para hacerlo, y de hecho no lo haría, incluso aunque hubiera una recompensa de por medio.
Si te pidieran hacerlo después de haber caminado sobre el tablón en el suelo seguro que empezarías a darte toda una serie de razones por las que puedes hacerlo: “lo he hecho en el suelo y es lo mismo”, “tiene un metro de ancho y el tablón es muy sólido, no se va a partir”, “no va a pasar nada”, “ es ridículo que tenga miedo”, “hay miles de personas que todos los días caminan sobre tablones mucho más estrechos y más altos y a ninguno le pasa nada”, etc.
Pero con cada una de esas razones, por ciertas que sean, aparece una imagen en tu cerebro mirando desde 50 metros de altura hacia abajo y ponderando las posibilidades de caer y las consecuencias al hacerlo. Es como cuando alguien te dice “no imagines un elefante rosa”. ¿A que has visto en tu mente un elefante rosa? Eso a pesar de que no existen los elefantes rosas y por supuesto nunca has visto ninguno.
Y es que nuestra imaginación es una magnífica herramienta que todos tenemos para visualizar los posibles escenarios en una situación dada y ver cuáles pueden ser las posibles consecuencias para así poder decidir la que se adapta mejor al fin que deseamos para la situación, o mejor aún: la que vemos como más segura. De hecho la imaginación guiada es una excelente herramienta terapéutica que utilizo constantemente para prácticamente todo en mis sesiones, desde fobias hasta para aumentar la creatividad o cualquier otra habilidad de una persona.
El eslabón perdido al considerar la relación e influencia entre la razón y la imaginación es la emoción. Porque cuando la razón y la emoción entran en conflicto, y los neurocientíficos lo han comprobado con imágenes de nuestro cerebro, la emoción tiene todas las de ganar. Hay algo primitivo y básico en este mecanismo en el que su principal función es preservar nuestra integridad y asegurar nuestra supervivencia. Así que da igual que en el ejemplo anterior alguien nos diga que nos van a poner una colchoneta debajo, o que nos van a poner un arnés. Lo más probable es que digamos que no. No todo el mundo, por supuesto que hay personas que sí lo harían, pero normalmente son personas con un gran apego al riesgo, lo que es otra historia, ya que en lugar de evitar el riesgo lo buscan y necesitan el chute de adrenalina para sentirse vivos.
La razón por la que la emoción tiene las de ganar en contraposición con la razón es que la emoción, generada en la amígdala (una parte de nuestro cerebro con forma de almendra en donde se almacenan y se generan las emociones), bloquea la comunicación con el cerebro lógico, el neocortex, y se hace cargo de la situación, es como si le diera un golpe de estado a la razón y la aislara del resto del mundo. Por eso en momentos con un alto nivel emocional por más que intentemos razonar, u otros lo hagan con nosotros, no somos capaces de procesar adecuadamente la información. La amígdala nos hace creer algo distinto a lo que el neocortex vería. Por eso a veces nuestras creenciasno son reales. Pero reaccionamosde la misma forma ante situaciones a veces distintas, aparentemente, aunque no para nuestro cerebro emocional.
Por tanto, cualquier intento de cambiar cualquier tipo de comportamiento, emoción o actitud, pasa por bajar el nivel emocional, bajando la actividad de la amígdala y restaurando la comunicación del neocortex con el resto del cuerpo y nuestra capacidad de razonar adecuadamente. Esta es la razón por la que la mayoría de las terapias psicológicas no funcionan. Porque se busca razones o explicaciones que escuchamos pero no podemos procesar. ¿Has intentado alguna vez razonar con alguien que esté muy enfadado? La frase “ciego de rabia” es una clara expresión de lo que pasa. Vemos en blanco y negro, y no vemos que hay en medio muchos grises.
Esta misma es la razón de que las visualizaciones no funcionen en la mayoría de los casos. Si nos imaginamos haciendo algo que no nos gusta hacer, por mucho que intentemos “vernos” realizando esa acción, al mismo tiempo se genera, por nuestra amígdala una emoción, que utiliza las imágenes que en forma de recuerdo estén allí almacenadas, y la visualización, para la que estamos usando nuestra imaginación se ve “contaminada” con las imágenes, sensaciones y emociones relacionadas con ese recuerdo que no necesariamente tiene que ser igual a la situación actual, pero para la amígdala es relevante, por lo que el uso “en frío” de la imaginación o de la visualización no funciona.
Así, para que una visualización funcione, primero hay que “apagar” a la amígdala. Una vez descargadas o liberadas las emociones se puede comenzar la visualización, y si aparece durante ella una emoción hay que desactivarla de nuevo antes de continuar.En 5 Maneras de Sentirte Mejor y en Cómo Funciona el Método Sedona podrás encontrar técnicas para soltar las emociones.
¿Cuál ha sido tu experiencia al razonar cuando sentías una emoción intensa? Espero tus comentarios y te invito a visitar mi tablero en Pinterest de Coaching y Emociones