¡Hola, bookers! Me gustaría compartir con vosotros un pequeño artículo que escribí para el periódico de mi instituto el curso pasado. Hace unos días me lo publicaron también en la web de la biblioteca, y pensé que quizás a vosotros también os gustaría leerlo. ¡A ver qué os parece! ¿Por qué leer? Hoy me ha sucedido algo curioso que me ha hecho pensar. Mi hermano pequeño me ha preguntado porqué me gusta tanto leer. Y esa no es una cuestión que me planteen muy a menudo. ¿Por qué leer? Dándole vueltas, se me ocurren unas cuantas respuestas y, a grandes rasgos, me atrevería a clasificarlas en dos grupos: las que apelan al disfrute personal y las que se refieren al aprendizaje. Comenzaré por esta segunda categoría, dado que yo soy más de argumentos emotivos y me gusta dejar lo mejor para el final. Muchos podríais pensar (y probablemente penséis) que solo se obtiene información real de los libros de clase, como lo pueden ser el de matemáticas o el de historia. Algunos también diréis que a ese colectivo hay que añadir los periódicos, las enciclopedias y los diccionarios, todos con definiciones y noticias actuales. Ambas líneas de pensamiento cometen el mismo error. Y es que el aprendizaje, los datos, los conocimientos en general, no están confinados en los textos informativos. ¿Habéis oído hablar del término “literatura”? Sí, seguro que estáis hasta hartos de escucharlo en clase de lengua. ¡El arte de las palabras! Por favor, ¿qué tiene eso de instructivo? Pues tal vez os sorprenda descubrir que un libro de aventuras puede aportar tanto como un ejemplar de El País. ¿Queréis pruebas? Fácil: jugad a intentar adivinar qué niños son lectores habituales y cuáles no. Haced un esfuerzo. Recordad a vuestros compañeros de clase de segundo de Primaria, o a vuestros primos, hermanos y vecinos pequeños. Evocad las conversaciones que teníais o tenéis con ellos, y veréis lo sencillo que es señalar a los amantes de los libros. ¿Recordáis ese niño que nunca repetía dos veces la misma palabra en una redacción? Robó su extenso vocabulario a las novelas que devoraba por las tardes. ¿Y la niña que era capaz de imaginarse a la perfección a cualquier persona y cualquier situación sin haberla visto o vivido jamás? Aprendió a abrir su mente gracias a los cuentos que su madre le leía por las noches. ¿Aquel chaval que contaba historias reales de guerras de otros tiempos, vidas singulares de grandes personajes históricos, acontecimientos célebres vividos en España sin vacilar? Pasaba las noches en vela leyendo libros de viajes en el tiempo. ¿Y la chica que podía describir sin traba alguna cada capital de Europa pese a no haber salido nunca de su ciudad? Descubrió el mundo entero de mano de sus historias de aventuras sin moverse ni un milímetro de su habitación. La teoría dicta que los humanos en plena posesión de nuestras facultades y a partir de cierta edad sabemos hablar, pero eso no significa que todos sepamos expresarnos. Los libros nos ayudan a entender al mundo y a entendernos a nosotros mismos, ayudándonos a encontrar las palabras adecuadas para decir bien alto y claro quiénes somos y quiénes queremos ser. No, definitivamente no hallaremos en El Quijote o en Veinte mil leguas de viaje submarino la resolución de integrales, la alimentación de los equinodermos o los resultados del último Madrid-Barça, pero sí descubriremos cómo ser personas y vivir más intensamente. Ese punto me lleva, además, a la parte emocional de todo esto. Y es que pocas cosas hay tan gratificantes como sentarse en cualquier rincón iluminado con un libro entre las manos. Leyendo, viajarás a la otra punta del mundo, del universo incluso, estando tumbado en tu cama. Serás testigo de batallas legendarias, de apasionados romances, de peligrosas aventuras y de amistades inquebrantables. Te convertirás en mil personas distintas y vivirás sus vidas, aprendiendo a pensar, sentir y sufrir como ellos. Reirás a mandíbula batiente, te esconderás temblando bajo la mesa hasta que la tormenta haya amainado o llorarás amargamente por la pérdida de tu personaje favorito o por el final de ese libro que tantas horas te ha robado. Y comprenderás que conceptos como el amor, el odio, la amistad, la muerte, la esperanza, el caos, la inocencia y la maldad son tan complejos y volátiles como las nubes que cubren nuestras cabezas: podemos osar hablar de ellos, divagar sobre su textura y su condición o engañarnos diciéndonos que los entendemos, pero nunca seremos capaces de atraparlos por completo entre nuestros dedos. Sí, me gusta leer.
Y en el fondo, tengo muy claro el porqué."