Previamente publicado en Cámara Cívica
Al parecer Pablo Iglesias “quiere llevar a la calle su oposición al Gobierno de Mariano Rajoy”, a lo que algunos han contestado sorprendidos, lo han calificado como “sandez”, o, como es el caso del portavoz de Ciudadanos en el Congreso Juan Carlos Girauta, han indicado que “la política se hace en la calle en una dictadura”. Sí, es cierto: una de las características fundamentales de los sistemas dictatoriales es la negación del acceso a las instituciones encargadas de la toma de decisiones sobre lo público, lo cual obliga a que la participación de la mayoría sea principalmente fuera de las instituciones; pero no, no es cierto que la extensión de la política a ‘las calles’ sea un rasgo único de las dictaduras. Este tipo de caracterización se corresponde con una visión torticera y elitista de la política.
Afirmar que el ideal clásico de democracia directa equivale al de dictadura, resulta no sólo discutible, sino señal de ignorancia supina y manipulación torticera. En el primer caso, la tarea legislativa engloba idealmente al conjunto de la población; mientras que el segundo se define principalmente por excluir a una mayoría de la población. ¿Similitudes? Ninguna. Hacer afirmaciones de este tipo supone asimilar irresponsablemente conceptos contrapuestos, por lo que entiendo que sólo pueden ser fruto de un arrebato discursivo prefabricado y poco meditado. Ahora bien, ¿por qué el gobierno del pueblo es preferible al deeste tipo de parlamento? Veamos.
- Una de las razones por las que entendemos que un parlamento está legitimado para representar a un pueblo es por haber sido elegido por éste a través del sufragio, cuestión que en el caso español –visto el alto nivel de abstencionismo, desproporciones (justificadas o no) en el sistema electoral y el uso de listas cerradas y bloqueadas– es más que cuestionable.
- Otro motivo es que el Parlamento legisle en beneficio del demo al que representa, y controle permanentemente al Gobierno, lo cual tampoco es fácilmente defendible visto el alto porcentaje de leyes aprobadas por éste frente a la reducida proporción promulgada a iniciativa de las Cortes Generales así como por los sospechosos flujos de personas entre lo público y lo privado.
- Y no entraré aquí a considerar las enormes deficiencias mostradas a la hora de cumplir su función de investir la Presidencia del Gobierno. Éstas son sólo algunas razones. ¿Está el Parlamento cumpliéndolas? No. ¿Está por tanto en mejor posición que ‘la calle’ para ser sede de la política? Probablemente no.
Esta crítica nos lleva a cuestionarnos qué quiere decir “visión elitista”, dado que gran parte de las ineficiencias que señalo no son más que fallos en el modelo de representación (ya de por sí elitista) que desconectan, aún más si cabe, el Parlamento de sus representados. En este debate hay dos visiones en juego: una progresista y otra reaccionaria. La primera es, con matices, la visión populista defendida por Iglesias (entendida ésta en el sentido más técnico), la que entiende que la política sucede en las calles y son los partidos políticos, los parlamentos y los gobiernos las instituciones que transforman la voluntad general en legislación, normativas, planes de actuación y demás formas de positivación. Por contra, la visión elitista defendida por el dirigente de Ciudadanos entiende que la representación responde a una delegación de la voluntad y que ésta, por tanto, ha dejado de residir en el demo para pasar a pertenecer a las instituciones representativas. Y esto pese a que la Constitución nos dice que “la soberanía nacional reside en el pueblo español” (art. 1). ¿Qué visión es pues más cercana a la realidad (entendida ésta como lo contenido en las normas)? ¿Y al ideal? Parece que la populista. Afirmar que la forma elitista es la más fiel a la idea de democracia no puede entender como nada más que una falaz estratagema discursiva para evitar que nada cambie y el poder siga siendo ajeno a la demo.
En definitiva, ¿quién está en lo cierto? Personalmente soy favorable a considerar que la política está presente en todos los recovecos de la sociedad: no sólo en la calle, no sólo en el parlamento ni en el gobierno, y no sólo en los partidos políticos, sino en todo intercambio entre personas, ya sean públicos o privados, con repercusión o no. Toda toma de decisión conjunta necesita de un instrumento para la ordenación de la convivencia que necesariamente deberáser llamado ‘política’. Es más, ésta no sólo está sino que debe estar porque en esa dirección apuntan las contemporáneas demandas de participación y transparencia: en devolver el poder a la base, en más y mejor democracia.
Espera, ¿el pueblo decidiendo su destino? ¡Insidias!