Hace más de treinta años que tengo la tarjeta de El Corte Inglés. Y hace más de treinta y cinco que no compro en ese centro, aunque parece una contradicción, no lo es.
Un vecino que trabajaba en esa empresa, de cuyo nombre no quiero acordarme, me hizo una tarjeta y me la entregó. Podría haber dicho que no, pero a mi vecino y amigo le daban mil pelas –un pastizal en aquella época—, y desde entonces tengo una tarjeta que no sé donde está y que nunca he utilizado. Eso sí, he de reconocer que todos los años recibo una cartita felicitándome por mi cumpleaños. ¡Qué detalle!
Y ustedes dirán por qué tengo esa inquina a ese distinguidísimo y ejemplar negocio. Y les diré que era y es un sitio donde se persigue a los sindicalistas de los sindicatos de clase –a los de los amarillos, simplemente se les compra—, se les echa, se les traslada, se les hace la vida imposible. Esa empresa es un centro fascista donde se practica el antisindicalismo y donde todo se negocia con peloteo en relaciones personales.
Conozco más de un caso, y si alguien tiene dudas que pregunte en CC.OO o en UGT o en CGT, y verán lo que opinan de esta empresa. Esa es la razón por la que no compro nunca en tal sitio. Y es que además es absolutamente sustituible. Ni es más barato, ni ofrece nada que no tengan en otros comercios.
Pero esta introducción viene a cuento por la huelga de ayer. Yo no sé si ustedes han pasado en un día de huelga por la entrada de un Corte Inglés, pero si no, deberían haber hecho ese ejercicio y se darían cuenta de que las fuerzas armadas sirven para algo. Por ejemplo, para hacer de esta empresa una fortaleza inexpugnable. Es tremendo el número de policías que rodea el edificio, todos con casco y dispuestos a atacar a la mínima. Su cara de tensión les delata como si estuvieran en la guerra de Afganistán. Y a poco que alguien del piquete se acerque, ya está armada.
Esas fuerzas del orden, seguramente al Sr. Rubalcaba y a los demás ministros del Interior les debe parecer que son suyas y como tales qué mejor acción pueden realizar sino defender el baluarte español number-one.
Ahí se pasan el día de huelga esperando cazar piqueteros como quien decide ir de excursión. Pagadas por todos nosotros defienden esa fortaleza de unos peligrosísimos piqueteros que los quieren machacar.
Y una prueba más es la que se vivió ayer en El Corte Inglés de Córdoba, que fue utilizado como centro de detención cual si fuera una comisaría. Un compañero piquetista, Pascual Campos, se atrevió a decir algo así como: ¡Huelga! –hay que entender que decir eso en las proximidades de un Corte Inglés es el peor insulto que se puede soltar--. Y como castigo al grito de guerra, recibió su merecido. O sea la policía le agarró del pelo, le arrastro y le metió dentro del local comercial con ayuda de trabajadores esquiroles y allí le dieron, entre todos, hasta en el carné de identidad. Como ven, aleccionador, un linchamiento justificado.
Durante una hora a sus compañeros no les dijeron donde se encontraba y se ve que insistían que no estaba detenido, sino retenido --ya saben matices policiales guantanemeros—. Finalmente llegó su abogada y accedieron a que lo viera y le trasladaron a una comisaría. Al final ha tenido que comparece ante un juez –ya saben ustedes la rapidez de nuestra justicia, pero si se trata de este afamado Centro, funciona la excepcionalidad—sin saber todavía cómo terminará el caso.
En fin, ya ven ustedes, para que luego digan que los piquetes no colaboran. Pascual ayer sirvió de conejillo de Indias para que los policías y los empleados aficionados pudieran practicar la ley antiterrorista.
Así es que, como el que escribe no quiere que además de que de sus impuestos paguen policías para defensa de esta multinacional –eso no lo puede impedir—, decidió hace décadas no comprar ni una tachuela en este centro, a eso nadie me puede obligar.
Desgraciadamente no pasará nada. El Corte Inglés está blindado. Y a pesar de que se les acuse de detención ilegal y de violencia injustificada, a poco que se descuida la culpa será de Pascual, porque en una actitud piquetera tuvo la osadía, en un día de huelga, de acercarse a las puertas de El Corte Inglés y gritar: Huelga. ¡A quién se le ocurre!
Salud y República
P.D. Habla también de esto, y con muy buen tino, D. Ricardo.