Por qué no hay una Psicología

Por Davidsaparicio @Psyciencia

¡Qué bueno es reunirse cierto día con compañeros y aprovechar para conversar espontáneamente sobre lo que estudiamos! Varias veces lo he hecho y he reflexionado sobre este asunto de los enfoques en Psicología. No suele transcurrir mucho tiempo entre el primer día de clases y la primera ocasión en que tomamos, con manos aún muy jóvenes, la bandera de algún enfoque disciplinar que ha logrado llamar nuestra atención. Habiendo abandonado la cándida imparcialidad de novato, nos “casamos con un enfoque” –¡vaya expresión!– y nos ubicamos aquí o allá, entre las tensiones y rivalidades “intelectuales” que fragmentan el gremio de los psicólogos de ayer, de hoy y de quién sabe cuánto más.

El tema, opino, merece mucha atención y varios minutos de nuestras cavilaciones. Seguramente nos hemos topado con el eterno problema de “las psicologías”, de las escuelas y los enfoques aparentemente irreconciliables. Presento aquí mi opinión, y la formulo casi en honor de las veces que hemos imaginado la posibilidad de “unificar” el collage de la Psicología.

¿Qué tal si empezamos por algo que, me imagino, no es fácil admitir?: En este tema de las divisiones entre nuestros colegas lo que está en juego la mayor parte del tiempo no es la codiciada objetividad del saber psicológico.

Nosotros, veteranos en no ponernos de acuerdo, sabemos muy bien que las fronteras entre uno y otro “gran psicólogo”, donde empieza o termina una escuela, una teoría, un enfoque o un paradigma, yacen regularmente ambientadas por la perseverante confrontación entre adeptos de cada postura, para quienes tanto hay de acierto en los propios supuestos como hay de error en los del sector vecino.

LAS DIVISIONES ENTRE NUESTROS COLEGAS LO QUE ESTÁ EN JUEGO LA MAYOR PARTE DEL TIEMPO NO ES LA CODICIADA OBJETIVIDAD DEL SABER PSICOLÓGICO

Cuando llevamos cierto tiempo en estos terrenos limítrofes memorizamos o reconocemos con facilidad los instrumentos más empleados para debatir: las frases desgastadas de autores clásicos, el listado de críticas generalizadas extraídas de unos cuantos best-sellers, argumentos sacados del armario personal, señalamientos fundados en el prejuicio y la no-comprensión, reproches (que sin notarlo recaen también sobre la propia postura), la demagogia maniqueista ciencia/pseudociencia, la evitación del debate, salidas fáciles, fórmulas engañosas… y, de vez en cuando, sensatas reflexiones, buenos razonamientos. ¿Y qué hay detrás de toda esta algarabía sino nosotros mismos?

Me explico. No debemos perder de vista que la Psicología es lo que hacen los psicólogos, no un mundo platónico de las ideas en existencia latente. He llegado a pensar que el destino inexorable de los psicólogos es el devenir constante de su condición humana, y esta condición humana se encuentra en la raíz misma de cualquier postura, de cualquier ideología. El meollo del asunto es que en toda ideología, en todo fundamento del pensamiento propio, hay “algo personal” que sostiene el grado de afinidad con la idea correspondiente, ese “estar de acuerdo con”; sin embargo, el carácter de tal “enganche” escapa a nuestra muy pretendida racionalidad, y podemos constatarlo cada tanto.

Dicho de otra forma, lo que opinamos está a menudo apoyado sobre aspectos importantes de nuestra persona; es parte de lo que llamamos identificación, y sí, también ocurre con el pensamiento. De allí que, en esencia, creamos lo que “queremos” (o nos vemos predispuestos a) creer (por los motivos psicológicos que fuere y respecto a los cuales ya empezaríamos a divergir en opiniones).

“Debemos darnos cuenta que el modo por-defecto de la psicología humana es aferrarse a ciertas creencias consoladoras por puras razones emocionales, y luego justificar esas creencias con racionalizaciones post-hoc” – Steven Novella.

Estos términos ponen en relieve nuestra subjetividad incluso en el dominio del saber, donde muchos prescriben la abnegación más intelectual y rehúyen cualquier vestigio de “irracionalidad”. Acaso sea más difícil aun admitir en este punto que en nuestros gethos disciplinares (enfoques, escuelas, teorías, paradigmas, filosofías, epistemologías, etc.) también hay una ideología con la cual nos hemos identificado ante todo por la complicidad entre sus implicaciones prácticas y eso de nosotros que nos mueve a creerla.

DEBEMOS DARNOS CUENTA QUE EL MODO POR-DEFECTO DE LA PSICOLOGÍA HUMANA ES AFERRARSE A CIERTAS CREENCIAS CONSOLADORAS POR PURAS RAZONES EMOCIONALES

Asimismo, quienes ostentan esa ruidosa fachada de ciencia metódica y escrupulosa ocultan, a mi parecer, un intrincado laberinto de ideología y creencia que gira en torno a sí mismos camuflados por el discurso de la objetividad y la veracidad, de las pruebas, los hechos y la rigurosidad científica en la que se ha pretendido bautizar nuestra profesión.

Pero… ¿qué ocurre en la Psicología, que contrasta con el feliz consenso en las Ciencias Exactas? Posiblemente se deba a lo que es objeto de nuestro estudio y labor, esto es, nosotros mismos. ¿No habríamos de esperar una participación activa de nuestra subjetividad en cualquier intento de conocernos a nosotros mismos? Pues bien, somos nosotros mismos quienes estamos en juego y no existe forma alguna de extirpar el influjo de nuestro acontecer psíquico/mental (emociones, creencias, conflictos, prejuicios, hábitos, valores, etc.) en el conocimiento de que somos capaces. En el mejor de los casos, quizá podamos tan sólo levemente depurar ese influjo.

Esta conclusión, que a algunos puede parecer obvia y a otros cuestionable –¡qué bien que lo sea!–, aparenta ser ignorada en muchos casos cuando nos topamos con la diversidad de perspectivas vigentes, aún muy vigentes, en la Psicología; cuando comprendemos que la historia de nuestra profesión no es una sucesión lineal de paradigmas y que muchos aún juran ver un vestido azul con negro mientras otros insisten en que es blanco con dorado –si se me permite la analogía–.

Estamos en aprietos cuando intentamos hablar de una Psicología. Sabrá a qué me refiero quien cierta vez haya sido sorprendido por algún inocente mortal que pregunta algo tan sencillo como “¿Qué estudia la Psicología?”, “¿Qué dice la Psicología sobre…?”, “¿Cómo hace un Psicólogo en tal caso?”. Nosotros ya no somos tan inocentes, ¿no?

A pesar de todo, algunos nos preguntamos… ¿es posible una Psicología?

No me arriesgaré a responder, pero es tentadora la pregunta.

Hay quienes auguran el futuro ascenso triunfal y hegemónico de su candidato favorito; algunos piensan que esto ya sucedió. También los hay quienes desdeñan, por demasiado optimismo, cualquier ambición de unificar la disciplina. Hay quienes no ven necesidad alguna de ello. Otros parecen dispuestos a reñir y competir sin tregua hasta el ocaso de sus rivales. Y sin embargo me llaman mucho la atención quienes aluden la inexistencia real del conflicto, porque “es lo mismo pero con otras palabras”. Eso lo dudo, aunque no es difícil acomodar las cosas para que así parezca.

Empero, ¿podría suceder que cada getho haya vislumbrado hasta la fecha tan sólo una fracción del “hecho psicológico”, de lo que ocurre realmente con nuestra mente y comportamiento?, ¿es demasiado descabellado suponer que todos están observando tan sólo diferentes partes de un mismo objeto y que, por lo tanto, a cada cual corresponde una cuota de acierto en lo que refiere a su sector particular, pero también una dosis mayor de desvarío en cualquier especulación sobre el todo?

Ilustración por: Blanca Martí de Ahumada

Probablemente, lo que estudiamos no es tan “sencillo” como un elefante sino muy extraño como el ornitorrinco, o dantesco como la quimera.

Es por lo menos un gesto de entereza intelectual reconocer que los psicólogos de muchos enfoques, escuelas o teorías han recopilado evidencias a favor y en contra de sus posturas y de las ajenas; que la experiencia profesional sugiere para cada postura una efectividad limitada a ciertos casos; que sus años de historia no hacen ni más próximo ni más lejano su fin; en últimas, que cada una yace más o menos bien cimentada en sus fundamentos y contextos epistemológicos.

Eso NO significa que “¡Todo se vale!”, pues el pensamiento complejo no es por ello blando y permisivo. De hecho, dos de los motores principales  para el avance en el saber psicológico son el pensamiento crítico y el escepticismo científico; la rivalidad interna, que tampoco es cosa nueva en la profesión, ha sido en ocasiones un incentivo para el mejoramiento, pero, más a menudo quizá, un motivo de estancamiento. Paradójico.

ESO NO SIGNIFICA QUE “¡TODO SE VALE!”, PUES EL PENSAMIENTO COMPLEJO NO ES POR ELLO BLANDO Y PERMISIVO

Propongo, entonces, que pensemos un poco más en el asunto con toda la seriedad del caso. Por mi parte, suelo verlo en términos de “niveles de análisis”, algo similar al estudio de la materia desde los niveles físico, químico y biológico: cada uno con sus propias leyes, métodos y nociones teóricas. La Psicología para muchos asemeja una torta repartida en porciones para comensales que quisieran la torta completa. ¿Qué pensaríamos de una Psicología que estudiase parte de lo que somos como si se tratase de las capas de un mismo pastel, con límites difusos pero, al fin y al cabo, una diversidad reconciliada? La capa de los sistemas humanos, la capa de la conducta observable, la capa de los eventos cerebrales, la capa de los procesos cognitivos, la capa de lo inconsciente…

Consideremos que en cada nivel se originan algunos problemas que le son propios y en los cuales se especializa determinado enfoque. No obstante, algunas situaciones implican la interacción de varios niveles, e incluso algunas consecuencias similares podrían originarse en niveles diferentes a los de uno u otro caso. Además, los profesionales de la Psicología habrían de especializarse, preferiblemente, sólo en un nivel de análisis, pues hay suficiente tela por cortar como para apenas tener tiempo de ir a fondo en otro nivel.

Descabellado o no, esto sumaría complejidad al estudio de la Psicología. Pero, visto de cerca, poco sería lo novedoso, excepto por una actitud integradora de los saberes de cada enfoque, lo cual implica, de hecho, un esfuerzo nada despreciable. Y no se trata de nadar en un caos sin sentido, sino de obtener un pastel con buena apariencia, con forma definida, con estructura y armonía, uno que pueda saciar el hambre con los ingredientes a la mano. Podría ser un modelo temporal y defectuoso para hacer Psicología, es cierto; pero despejaríamos una ruta diferente (y a mi parecer, sensata) para un conflicto no tan intelectual como de intereses.

Más que respuestas, lo que aquí formulo son preguntas, y preguntas para pensar más allá de nosotros mismos.