Imagen: madrid11.com, la web
oficial de la Jornada Mundial de la
Juventud, que fue hackeada
durante la inolvidable semana que
se vivió en Madrid, protagonizada
por un millón de jóvenes de todo
el mundo
El que trabaja o ha trabajado en las Redacciones ya lo sabe: o sale a la calle a buscar la noticia o sale a la calle a entrevistar (o cubrir) a esos “generadores de noticia”, que en una época eran grupos de vecinos que acudían a los medios porque el gobierno y el concejo deliberante de su municipio no les pasaba bola. Entonces el periodismo aprovechaba esas circunstancias para hacer la nota que esos vecinos les pedían, pero también para buscar una segunda opinión, a través del municipio, concejo deliberante o ente gubernamental o de servicios, porque ellos eran quienes debían una respuesta a esos vecinos que generaban el hecho noticioso, cortando una esquina en el barrio. Así nos acostumbramos a ver a Carlos Ciurca en sus tiempos de ministro de Seguridad y a los funcionarios de Aguas Mendocinas o del EPAS, cuando en los veranos anteriores, por el mal uso del agua de los mendocinos –entre otras causas- muchos barrios de Guaymallén se quedaban sin líquido de la canilla. Entonces, ese problema vecinal –como el caso del agua y de la inseguridad- trascendía al barrio mismo y cualquier otro vecino de la provincia podía convertirse en la próxima víctima: entonces el periodismo era la voz de alarma para estos casos y buscaba una respuesta anticipada, para evitar que ese hecho que despertaba a los vecinos se repitiera. Otro caso son las marchas contra el aborto, o a favor o en contra del matrimonio gay –estos últimos, como pasó aquí en Mendoza hace más de un año-. El objetivo de la protesta era la Legislatura de Mendoza y el hecho por sí trascendía en los medios digitales, donde los lectores se sumaban o rechazaban el propósito de esa marcha, a través de sus comentarios o encuestas, si se daba el caso. Pero no eran marchas sólo para salir en los medios, aunque sí siempre se tiene en cuenta la repercusión en la prensa. Distinto fue lo que sucedió la semana pasada en Madrid. ¿Acaso algún mendocino podría imaginar que el ataque de estudiantes secundarios contra hinchas chilenos en la plaza Independiencia, durante la Copa América, tuviera más repercusión en la prensa y en los medios que toda la Copa América en sí? Por suerte, nadie lo imaginó así y mucho menos, ni sucedió así. Aunque claro está: lo que hicieron esos mediocres estudiantes secundarios dio la vuelta al mundo futbolero, pero ni por lejos fue más que todo lo que dejó la Copa América en Mendoza.Con este planteo, entonces, la gran pregunta que me hago es: ¿por qué la quema de banderas de la Jornada Mundial de la Juventud por parte de los tres mil izquierdistas, ateos y asociados indignados tuvo la misma prensa que la Jornada en sí, que reunió a un millón de personas? Y la que más me preocupa, como periodista: ¿por qué ningún medio, ninguna autoridad política o ninguna agrupación de derechos humanos salió a descalificar y condenar a esa evidente expresión de intolerancia religiosa y de rechazo a la libertad? Cuando ellos son las víctimas aparecen los términos “represores”, “fachos” e “inquisidores”. Cuando ellos son represores, fachos e inquisidores, todos miran para el costado. Tampoco nadie salió para replantear el motivo de su protesta: el dinero que puso el gobierno español en salud y seguridad, entre otros, para la organización del evento. Ahora, ¿alguno salió a decir que la JMJ dejó, como mínimo, mil millones de dólares? Si los 40 mil chilenos que vinieron a Mendoza en la Copa América reactivaron el comercio, ¿cómo lo habrá sido los cientos de miles que pasaron la semana última en Madrid? Yo no escuché a nadie que hablara de esto último, que desacredita totalmente la protesta contra el gobierno español y la iglesia, de no poner un euro “para Benedicto”.
Los ateos e indignados, provocando a
los jóvenes que llegaron de todo el
mundo a Madrid, mediante la quema
de la bandera de la JMJ.
Al menos en Mendoza, una parte importante del periodismo viene contaminado de las vieja ideología izquierdista y atea de Ciencias Políticas, donde echan a docentes simplemente por opinar en contra del retiro de crucifijos, y no –como debería ser- por su mal desempeño como docente. Si a esto le sumamos el prejuicio constante hacia la iglesia católica, que oscurece la capacidad de buscar la noticia allí, nos quedamos con un hecho relevante ante la mirada de ojos nublados de prejuicios e ignorancia. Resultado: nunca se podrá informar bien porque nunca se podrá conocer bien al otro. Si los periodistas procedieran con prejuicios en todos los temas que incumbe la realidad, entonces las crónicas periodísticas serían incompletas y hasta inmaduras, porque el prejuicio acorta las preguntas, reduce la curiosidad y, por lo tanto, le quita vida a esa realidad que se está construyendo.
Si en una matrimonio, el diálogo se sustenta en prejuicios, esa pareja tiene fecha de vencimiento. Pero si el diálogo se sustenta en buscar lo mejor de la otra persona, sacar a la luz lo peor de la otra e intentar dar una respuesta positiva y constructiva, esa pareja seguramente no tendrá fecha de vencimiento. Lo mismo sucede con el periodismo a la hora de relacionarse con la realidad. El periodista ideologizado, por lo tanto, empieza la carrera rengueando y con la mirada tuerta.Por todos estos argumentos es que hay que ser cuidadosos a la hora de salir a la calle y cubrir un hecho: siempre será mejor cuando el periodista maneje el barco y conduzca la noticia, y no al revés, sobre todo si quienes generan ese acontecimiento son grupos que acuden a los escándalos para ser noticias.