Votar no es un deber. Es un derecho. Y no hay ninguna obligación de ejercer un derecho si uno no lo desea, por mucho que insista una sociedad lanar acostumbrada a ser manipulada y expoliada. El aleccionamiento es tan profundo y constante que, para quienes no votamos, estos periodos de campañas electorales para el reparto de taifas y prebendas acaba invariablemente por ser un tiempo de explicaciones constantes y repetitivas para defender nuestro derecho a no ejercer un derecho. O dicho de otro modo, para defender nuestro derecho a no participar de una farsa que en nada nos aprovecha y de la que no queremos contaminarnos.
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