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¿Por qué nos atraen las malas noticias?

Por Mariodehtercom
pollyanna

No somos cándidos, ni optimistas incondicionales

Es muy probable, que el bombardeo mediático sobre los problemas desencadenados por la crisis económica de los últimos siete años ha empeorado su dramatismo por aquello mismo que los climatólogos denominan “la sensación térmica”: si hace frío, el viento y/o la humedad hace que sintamos más frío del que realmente hace… sin embargo, aun sabiendo esto, nos exponemos a la “inclemencia informativa” que agudiza a los peores aspectos de la realidad.

¿Por qué nos atraen las malas noticias?

efecto en cascada

En el peor de los casos, la continuidad de malas noticias estimula estados de depresión y provocan tal impacto emocional que conduce a tomar decisiones equivocadas.

Muchos estudios han demostrado que nos preocupamos más por los peligros que por los beneficios de las cosas. Somos mucho más sensibles a lo que estimula nuestro estado de alerta, que a nuestras motivaciones positivas. Tendemos a sentir más miedo que felicidad.

Los neurocientíficos atribuyen esto al hecho que nuestro cerebro ha estado evolucionando preservando nuestra supervivencia en un medio hostil plagado de amenazas. A falta de tigres hambrientos, buenas parecen ser las noticias de las 21 para mantenernos alertas por si aparecen feroces depredadores debajo del sofá.

Otra explicación proviene de la teoría de la probabilidad. En esencia, las cosas negativas e inusuales ocurren todo el tiempo en todo el mundo, pero los medios informativos locales —como un boletín vecinal— tiende a contener menos malas noticias que los grandes medios dirigidos a grandes audiencias. En una ciudad de 1 millón de habitantes, todo el tiempo están sucediendo incidentes dramáticos y negativos. En los últimos años hay otro aliado al morbo consumista de “todo está mal, muy mal, cada vez peor…”: las redes sociales amplifican geométricamente a las malas noticias.

Entonces, según la perspectiva evolutiva de los neurocientíficos y la teoría de la probabilidad: estamos configurados para buscar la cuestión negativa del drama cotidiano y cuando lo encontramos: ¡lo compartimos!

¿Hay alguna buena noticia en todo esto? Si. Podemos cambiar nuestros hábitos, y podemos centrarnos en el vaso medio lleno.

Cuando adquirimos nuevos hábitos, nuestros cerebros adquieren “neuronas espejo” y desarrollar una perspectiva positiva que puede propagarse a otras personas como un virus.

Esto no se trata de ser cándidos y obstinados optimistas como la niña Pollyanna; se trata de ser capaz de reprogramar nuestro cerebro.


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