Revista Cine

Por qué nos gusta Cartarescu

Por Ninyovampiro @ninyovampiro
Por qué nos gusta Cartarescu
Creo no pecar de hiperbólico si afirmo que, en el ámbito de la literatura europea actual, Mircea Cartarescu es el puto amo. Huelga decir que eso no significa que sea el mejor, dado que, en literatura, hablar del más mejor siempre es una memez. Quizá sea menester, por tanto, explicar de qué hablamos cuando hablamos del puto amo, máxime tratándose de alguien discreto y modesto como Cartarescu, a quien, pese a esa mirada hipnótica, ese aire de bohemio atormentado, y ese abrumador prestigio internacional, hay que creer cuando se sacude los elogios de encima:
No vivo como un escritor y no me siento un escritor. Me siento tan sólo un hombre muy libre y, como el precio de la libertad es el más alto, muy triste. Trataré de seguir viviendo. No sé si alguna vez volveré a escribir algo ni me preocupa saberlo. No me gustaría quedar internado en el asilo de la historia de la literatura.
Por qué nos gusta CartarescuÉste es el Cartarescu de Lulu y El ruletista
Escritores que convierten en arte todo lo que escriben hay muchos. Casi cualquier página de, por poner tres ejemplos, Nabokov, Faulkner o Borges vale más que toda la obra de muchos otros. Sin embargo, en estos escritores es palpable la intención de crear arte; en cada una de sus líneas vemos el fruto de horas de trabajo combinado con el don, innato o no, de la palabra, para crear una prosa bella, un estilo único y una obra inmortal.
Pero eso no es así con todos los grandes escritores. Existe otro tipo de escritor, tocado también por la gracia de las musas, que es capaz de cautivarnos con una prosa sencillamente sencilla y natural de manera natural (no confundir con prosa sencilla y natural). Son escritores que, evidentemente, pulen su escritura como el que más, y que, a diferencia de tantos grandes grandísimos, consiguen una sencillez inocente que parece decirnos "no quiero crear arte, sino tan sólo contarte una historia". En fin, yo me entiendo.
Sinceramente, me vienen a la cabeza muy pocos nombres dentro de esta categoría, tan pocos como dos. El primero de ellos es W.G. Sebald, cuya escritura, que algunos definen como hipnótica, es capaz de atrapar al lector con frases de una sencillez que desarma.
Por qué nos gusta Cartarescu
Muchos autores afirman que con sus obras se dirigen al lector, a un solo e hipotético lector, y sin embargo este lector, el menda, no deja de tener la sensación de que en realidad sus páginas hablan a un público. Pues bien, de los dos escritores que, y aquí podéis moriros de envidia, escriben única y exclusivamente para mí, uno es -era- Sebald.
El otro es 1/2 Cartarescu, concretamente la mitad que ha escrito la desternillante Las bellas extranjeras, o la que nos ocupa, Por qué nos gustan las mujeres. Esta mitad de Cartarescu tiene muy poco que ver con la otra mitad, la que escribe sobre adolescentes atormentados en el infierno de sus hormonas, sobre la fisiología de los arácnidos o sobre devotos del suicidio. En el Cartarescu digamos, más lyncheano, el humor nunca está completamente ausente, si bien la atmósfera de pesadilla reinante en obras como Lulu o El ruletista lo cubre casi por completo, y uno difícilmente sale de esas impresionantes y angustiosas lecturas diciendo qué bien me lo he pasado.
Pero el Cartarescu ligeresa parece, sencillamente, otro escritor. Las bellas extranjeras, que reseñé aquí para Librosyliteratura, es uno de los libros más divertidos que he leído en mucho tiempo, y el relato que da título a la obra me hizo reír a mandíbula batiente en más de una ocasión.
Por qué nos gusta CartarescuY éste, el de Por qué nos gustan las mujeres. Mejor rollo
De las cuatro obras que he leído de Cartarescu, esta Por qué nos gustan... es posiblemente, no, indiscutiblemente, la más floja, pero con este autor sucede algo parecido a lo de Woody Allen: sus obras menos logradas están muy por encima de las mejores de otros autores. Este libro de Cartarescu es en realidad, pásmense, la recopilación de artículos y relatos que el autor escribió para una serie de revistas, sobre todo Elle. Bueno, quizá aquí me esté dejando llevar por mi ignorancia y mis prejuicios y no sea consciente de que la susodicha revista es no sólo una publicación más que digna, sino todo un estandarte de la vanguardia literaria. ¿Y por qué no? También conocí, tiempo atrás, gente que compraba el Playboy porque encontraba en él artículos muy interesantes.
El caso es que, aunque estos relatos estaban, a priori, dirigidos a mujeres, en realidad, y como ya he dicho, los escribió para mí. Fijaos si no, los que, como yo, en vuestra juventud no os comíais un rosco, en este maravilloso párrafo:
Ahora pienso en Ester, con la que no me acosté nunca, una circunstancia que evoca la menuda pero tan intensa pregunta: ¿qué significa tener una mujer? Porque en realidad no has tenido decenas de mujeres con las que has hecho el amor, y en cambio sientes que nunca has poseído a ninguna más plenamente, más extáticamente, que a la pobrecilla que te ha lanzado una mirada en un trolebús abarrotado y a la que desde entonces nunca más has vuelto a ver.
Habla de mí. Yo era el rey de los trolebuses.
Por qué nos gusta Cartarescu
Don Mircea ha declarado en alguna ocasión que estas historias no son autobiográficas. Tal declaración resulta innecesaria en una época en que ni un solo escritor admite el carácter autobiográfico de la mayoría de sus obras. No sé si esta actitud general se debe a la precaución, para evitarse líos, o más bien a un deseo de fardar de imaginación. En todo caso, a nuestro autor no le duelen prendas en reconocer los orígenes de algunos de sus ejemplos más notables de desbordante fantasía. Así, en el relato sobre D., nos dice:
Más tarde, al narrar sueños en mis libros, me aproveché en innumerables oaciones, miserablemente, de una fisura en la ley de propiedad intelectual -la ausencia de copyright de los sueños- para robarle las más encantadoras y mejor trabadas visiones, los decorados más místicos, los tránsitos más discretos de lo real a lo irreal y part way back. De ella fue el sueño con el palacio de mármol invadido por las mariposas en Orbitor (...), e igualmente suyo es el sueño del inmenso recinto-cripta por el que Maria deambula durante semanas enteras sobre losas dulces de calcedonia y malaquita.
De acuerdo, es muy posible que también este párrafo sea completamente inventado, uno de esos casos en que la ficción construye una realidad basada en una ficción (seguro que esto tiene un nombre), pero de lo que no me cabe duda es que, por ejemplo, la anécdota central del relato "Con las orejas gachas", de tan surrealista y absurda que es, tiene que ser auténtica. En este relato, el narrador nos presenta a  Rodica, de quien nos dice:
Tenía también una particularidad notable. Cada dos o tres palabras decía, sin que se supiera por qué ni respecto a qué, "con las orejas gachas". Esta frase parecía salpicarlo todo, de manera imprevisible. (...) Habíamos empezado a hablar de poesía, en la terraza pobremente iluminada, de mis recientes lecturas de Ezra Pound, en concreto; yo le estaba leyendo unos versos (aquéllos de la aparición de unos rostros en una estación de metro) a lo que ella, mirando directamente al jarro de cerveza, me había respondido: "¡Sí... con las orejas gachas!", pero nos habíamos hecho amigos...


Zaraza, de Cristian Vasile, tema central de uno de los relatos
Y con tonterías como ésta, este escritor crea un puñado de relatos absolutamente redondos. El conjunto de la obra, no obstante, no está a la altura de otras del autor, pero a mí sinceramente me ha entusiasmado. Cartarescu sólo flojea cuando se pone solemne, como en los relatos "¿Quien soy yo?" y "Queremos con un cerebro de niño", así como en la historia que da título al libro, una larga lista de porques bastante divertidos y sorprendentes, que, lamentablemente, no se puede quitar de encima el tufillo paternalista de dicho título. El resto de relatos, no obstante, impecables, soberbios, sencillos, divertidos, en el estilo característico de un autor que en unos libros te lanza al pozo de tu peor pesadilla, y en otros te encandila con cuatro chorradas escritas para Elle. Eso es ser el puto amo.

Volver a la Portada de Logo Paperblog