No todos estamos igual de dotados para los chistes. Muchos, de entrada, se declaran insolventes en este campo, y seguramente tienen razón. Y luego está ese embarazoso silencio que se hace tras contar la presunta gracia: “¿No lo pilláis?”, preguntamos incrédulos. Solo nos carcajeamos, nerviosamente, nosotros. ¿Qué hace que un chiste sea bueno o que algunas personas cuenten chistes mejor que otras?Desde sus inicios, la psicología moderna ha estudiado los mecanismo de ese pequeño relato humorístico, probablemente tan antiguo como la humanidad: Paul McDonald, de la Universidad de Wolverhampton, asegura que el primero es este proverbio sumerio del año 1.900 antes de Cristo: “Algo que nunca ha ocurrido desde tiempos inmemoriales: una joven mujer tirándose un pedo sobre las rodillas de su esposo”. Sigmund Freud ya abordó profundamente el tema y, en los años sesenta, el experto Edward de Bono creía que la risa se producía porque nuestro cerebro, siempre buscando patrones para ordenar la información, encuentra de repente una conexión inesperada.
¿Es, pues, la sorpresa el secreto de un buen chiste? Hasta cierto punto… Una investigación que acaba de publicar el psicólogo cognitivo Sascha Topolinski, de la Universidad de Wurzburgo (Alemania), aparentemente demuestra que a veces es más importante aún la fluidez con que los narras. En sus experimentos, presentó a los sujetos palabras importantes del golpe final, del remate chistoso, minutos antes de contarlo, y muchos voluntarios lo puntuaron más alto en la escala de “gracioso”. Cuando se anticipaban palabras del principio, no tenía efecto. La conclusión que saca Topolinski es que contrariamente a lo que dice el sentido común, hacer un “spoiler” a veces aumenta la eficacia del gag, porque los oyentes lo entienden mejor. Como todos sabemos, Eugenio, Chiquito de la Calzada, ese cuñado tronchante y otros artistas del humor se ganan a la audiencia por su manera de contar el chiste, aunque nos sepamos el final de antemano o lo hayamos oído mil veces.