¿Cuántas veces has escuchado hablar de los estilos de aprendizaje? Seguro que muchas y además te habrá parecido un planteamiento bastante razonable. Lo malo es que no existe ninguna evidencia científica que lo avale. De hecho, la forma de funcionar de nuestro cerebro apunta justamente en otra dirección. A pesar de que procesamos la información que recibimos del entorno a través de diferentes sentidos, el cerebro actúa como un todo.
Estilos de aprendizaje: los orígenes del neuromito
Desde hace varias décadas, y especialmente durante la denominada década del cerebro (1990-2000), los neuromitos arraigaron en el sector educativo justificando enfoques ineficaces en la formación. El motivo es bien sencillo. Muchos de estos neuromitos se han producido y han prosperado a partir de la distorsión de hechos científicos.
En el caso de los estilos de aprendizaje, el planteamiento parte de la idea de que el aprendizaje podría mejorarse si jóvenes y adultos fuésemos formados de acuerdo a nuestro estilo de aprendizaje preferido. Pero este modelo educativo, aunque nos suene bien y resulte fácil de asimilar, es erróneo. La razón es que se basa en una mala interpretación de la evidencia científica que demuestra que la información visual, auditiva y cinestésica se procesa en diferentes partes del cerebro. Sin embargo, conviene insistir en que estas estructuras separadas en el cerebro están altamente interconectadas y existe una profunda activación y transferencia de información entre las distintas modalidades sensoriales. En definitiva, no hay aprendices "visuales", "verbales", etc.
Aunque los individuos puedan tener preferencias por un determinado estilo de aprendizaje, no existen evidencias de que adaptando la formación a dicho estilo se alcancen mejores resultados. Lo que sí señalan diversas investigaciones es que los estudiantes con conocimientos previos limitados acerca de un tema, o que poseen menos dominio, requieren de mayor apoyo durante la formación. Esto hace que en el diseño instruccional debamos tener muy en cuenta la organización del contenido, y además pensar en cómo ofrecer al alumno más retroalimentación. Por su parte, los alumnos que poseen más conocimientos previos o mayores habilidades en una determinada área, necesitan menos apoyos durante su proceso de formación en esta área concreta (Tobias, 1989; Corno y Snow, 1986; Gustaffson y Undheim, 1996). Lo cierto es que al llegar a esta conclusión tampoco han descubierto la pólvora, ¿verdad?
Qué dice la ciencia cognitiva
Lo realmente interesante para la práctica educativa es saber que los alumnos se diferencian en cuanto a sus habilidades para generar distintas representaciones del contenido pero es precisamente este factor, el contenido, lo que debe determinar la modalidad de instrucción a utilizar en cada caso. En definitiva, los formadores debemos centrarnos en pensar cómo presentar el material dependiendo del contenido y no en el estilo de aprendizaje de los alumnos.
En relación con este tema, el psicólogo cognitivo Daniel Willingham cita en su artículo acerca de los estilos de aprendizaje las tres principales conclusiones a las que se ha llegado desde la ciencia cognitiva:
- Algunos recuerdos se almacenan como representaciones visuales y auditivas, pero la mayoría de los recuerdos se almacenan en términos de significado.
- Las diferentes representaciones visuales, auditivas y basadas en el significado que generamos en nuestra mente no son intercambiables, es decir, no pueden sustituirse entre sí.
- Los alumnos probablemente difieren en sus habilidades para generar recuerdos visuales y auditivos, pero en la mayoría de las situaciones, estas diferencias son poco significativas en el aula.
En este vídeo (en inglés) encontraréis las explicaciones de Willingham acerca de los estilos de aprendizaje.
Otros neuromitos presentes en la educación
Los neuromitos no se quedan únicamente en los estilos de aprendizaje. Hay otros tantos que se propagan como la pólvora en el ámbito educativo. Seguro que has oído hablar acerca de que "solo usamos el 10% de nuestro cerebro", que "hay aprendices con dominancia del hemisferio izquierdo o derecho", o también que "ciertos tipos de alimentos pueden influir en el funcionamiento del cerebro". El caso es que muchos neuromitos intoxican la educación y consumen el entusiasmo y los esfuerzos de muchos profesionales que con su mejor intención adaptan su práctica educativa para intentar mejorar el aprendizaje. Lamentablemente, estas adaptaciones metodológicas sirven de poco o nada. La gran pregunta es por qué tienen tanta difusión y acogida estos neuromitos.
Por qué arraigan los neuromitos en el ámbito educativo
Los formadores que leen revistas de divulgación científica tienen una mayor tendencia a creer en neuromitos. Curioso, ¿verdad? Si no me crees, puedes encontrar los resultados del estudio que lo demuestra en este artículo. La investigación sugiere que los profesores que están entusiasmados con la posible aplicación de los hallazgos de la neurociencia en el aula encuentran difícil distinguir la pseudociencia de los hechos científicos. No es difícil de entender si consideramos que la aparente simplicidad con la que se presentan ciertos hallazgos en los artículos de divulgación puede llevarnos a pensar que la neurociencia compleja es fácilmente aplicable en el aula. Y es que cuando las personas carecen de una comprensión general del cerebro y no reflexionan críticamente sobre este tipo de publicaciones, al final terminan siendo más vulnerables a los neuromitos. El problema de todo esto es que se terminan implementando en la práctica educativa ideas erróneas basadas en el cerebro.
Parece evidente que la falta de alfabetización en neurociencia y la lectura de los medios populares pueden ser factores que predicen la cantidad de conceptos erróneos que tienen los profesores sobre el cerebro. Pensemos que los formadores con años de experiencia a sus espaldas se habrán vistos expuestos a numerosa información, tanto correcta como incorrecta, sobre el cerebro y su influencia en el aprendizaje. En este sentido, la lectura de divulgación científica pone de relieve nuestra tendencia a buscar respuestas simples a fenómenos complejos. Esto puede reforzar nuestra sensación de comprensión pero al mismo tiempo corremos el peligro de caer en un exceso de simplificación, a menudo porque ese supuesto conocimiento científico se queda en simples verdades incompletas. Llegados a este punto, la línea que delimita la ciencia de la pseudociencia se hace enormemente difusa.
Cómo evitar la proliferación de neuromitos
La pseudociencia en general, y los neuromitos en particular, son siempre peligrosos porque contaminan la cultura pero son más dañinos cuando gozan del apoyo de algún gobierno o de grandes corporaciones ya que contribuyen a darle mayor covertura y difusión. La solución en este caso me temo que pasa por reforzar la formación científica acerca de cómo funciona el cerebro y por inculcar entre los profesionales dos actitudes básicas, la duda y el pensamiento crítico. Ambos factores actúan como motor de la investigación, y por tanto, del conocimiento genuinamente científico de modo que #stopneuromitos 😉
Quizá también te interese leer:
Psicólogo / Humanista digital. Ayudo a empresas y organizaciones en sus procesos de cambio y transformación.