José Antonio Ocampo Project Syndicate
Los debates actuales sobre la “guerra de monedas” reflejan dos características paradójicas de la economía mundial. La primera es que no hay ningún mecanismo que ate las reglas en materia de comercio internacional a los movimientos de los tipos de cambio. Los países dedican años a negociar las reglas de comercio, pero una variación de las tasas de cambio puede tener en pocos días efectos más significativos sobre el comercio que esas reglas acordadas tras penosas negociaciones. Más aún, los movimientos cambiarios están determinados esencialmente por flujos financieros y pueden no tener ningún efecto en términos de corregir los desbalances comerciales globales.
La segunda paradoja es que la expansión monetaria puede ser en gran medida inefectiva para el país que la lleva a cabo, pero puede generar externalidades negativas considerables sobre otros países. Esto es particularmente cierto de las medidas de expansión cuantitativa que ha adoptado Estados Unidos, en gran media porque el dólar de Estados Unidos es la principal divisa internacional.
Hasta ahora, Estados Unidos ha sido incapaz de generar con su política monetaria una expansión del crédito interno, el principal mecanismo a través del cual la expansión monetaria se transmite a la actividad productiva. Pero dicha política ha inducido flujos masivos de capitales hacia las economías emergentes, donde ha generado burbujas de precios de activos. Si además la expansión genera un debilitamiento del dólar, puede generar efectos negativos sobre sus socios comerciales. (Y algo similar puede ocurrir con las recientes decisiones monetarias japonesas.)
Algunas propuestas sugieren que la primera de estas paradojas se podría resolver permitiendo que los países pudiesen utilizar el mecanismo de resolución de controversias de la Organización Mundial de Comercio cuando se manipula la tasa de cambio. Ese sería un camino peligroso, porque podría terminar por erosionar uno de los pocos mecanismos efectivos para hacer que se cumplan los acuerdos internacionales.
Por otra parte, la adopción de aranceles compensatorios contra los países que están supuestamente manipulando sus tasas de cambio es también un camino equivocado. Esto no implica que China deba tomar medidas para evitar la subvaluación de su moneda, aunque es necesario darle algún merito por la forma como ya está contribuyendo indirectamente a solucionar este problema, a través de incrementos en los salarios.
Un camino mucho más apropiado es el de volver a pensar en el papel de las regulaciones a los flujos de capitales transfronterizos. Uno de las áreas donde ha habido un mayor acuerdo durante la crisis reciente es que las actividades financieras desreguladas pueden ser una fuente de perturbaciones macroeconómicas.
Sin embargo, el Grupo de los 20 se ha enfocado en re-regular las finanzas internas de los países y ha dejado enteramente de lado los flujos financieros transfronterizos, como si no requirieran regulación y, en realidad, como se no fueran parte de las finanzas globales. Más aún, hay una curiosa modificación del lenguaje cuando se habla de ellos: las regulaciones financieras internas se llaman por ese nombre, pero cuando involucran flujos transfronterizos se denominan “controles”.
Una discusión seria de la regulación de los flujos de capital tendría beneficios benéficos tanto para los países avanzados como para las economías emergentes. La efectividad de la expansión monetaria en los primeros se vería mejorada por la eliminación de las filtraciones que se generan a través de las salidas de capitales de corto plazo.
De hecho, una decisión de este tipo implicaría el retorno a los principios con los cuales se fundó el FMI: que todos los miembros están interesados en permitir que los países individuales persigan políticas macroeconómicas para garantizar el pleno empleo, aún si ello requiere regular los flujos de capital. Este es el motivo por el cual dichas regulaciones son legítimas bajo las reglas del FMI, y por qué el intento por introducir la convertibilidad de la cuenta de capitales en el Acuerdo Constitutivo del Fondo fracasó en 1997.
Para las economías emergentes, lo mejor sería corregir los incentivos al arbitraje de tasas de interés en la fuente de los capitales. Un mecanismo de este tipo serviría también como mecanismo de coordinación a nivel internacional, ya que la coordinación entre países receptores de los capitales sería muy difícil de lograr. En la ausencia de tal coordinación, las decisiones unilaterales que se están adoptando estos países pueden generar nuevas distorsiones.
Este tipo de medidas también permitiría que las economías emergentes puedan adoptar políticas monetarias más restrictivas, que son necesarias dada su mayor fortaleza macroeconómica. En realidad, el mundo que viviremos en los próximos años es uno caracterizado por la asimetría generada entre la debilidad de las economías avanzadas y la fortaleza de las economías emergentes, que generará una asimetría en las políticas monetarias. Esto último será muy difícil de manejar sin alguna regulación de la cuenta de capitales.
Muchas regulaciones tienen sentido, como lo ha reconocido el FMI en diversas ocasiones. Un encaje (depósito en el banco central) a los movimientos transfronterizos de capital es una de ellas. Muchos fondos mutuos y otros fondos privados requieren que las inversiones se mantengan durante períodos mínimos, y esta debería ser parte de las regulaciones a las entradas de capitales. Sería también conveniente que se exigieran requisitos de capital o de provisiones altos para ciertas transacciones, o incluso prohibir algunas por motivos prudenciales. Este es en particular el caso de préstamos en monedas extranjeras a agentes económicos que carecen de ingresos en esas monedas.
En la fuente, sería conveniente también exigir requisitos de capital para descalces de monedas en los portafolios y para las operaciones de derivados en monedas extranjeras. Los contratos a futuros que no involucren desembolsos en dichas monedas también deberían ser sujetos a regulación y supervisión cuidadosa, tanto en países de origen como de destino de los flujos de capital. En realidad, la forma más simple de manejar este tema sería un impuesto a las transacciones en monedas extranjeras, el llamado “impuesto Tobin” por el cual abogó el ya fallecido Premio Nobel de Economía James Tobin.
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José Antonio Ocampo ha sido Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales y Ministro de Hacienda de Colombia es Profesor de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Columbia.
Ester artículo está tomado de Project Syndicate Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización