Revista Opinión
Si a mi alguien me dijera que propusiera los hombres más importantes de la historia, elegiría concretamente a dos: Marx y Jesucristo, y precisamente por ese orden.
De Jesucristo, hoy, no voy a escribir una sola palabra, de Marx, sólo algunas.
Los precursores de Marx fueron 2 economistas clásicos, Adam Smith y David Ricardo.
El 1º es conocidísimo por una de sus obras, “La riqueza de las naciones”, en la que nos viene a decir que es el hombre, el jodido, el canallesco, el egoísta, el avaricioso animal que llamamos hombre, el que, al buscar su máximo enriquecimiento, por las jodidas leyes del mercado, provoca la riqueza general. O sea que es la puñetera, la demencial, la criminal, avaricia del hombre la que provoca la creación y la progresión de la jodida humanidad.
Coño, es como para darse de baja, que paren un momento este asqueroso mundo, que yo quiero apearme de él.
Si bien se piensa, es de una lógica aplastante, coño. Es aquella jodida hormiguita que construyó una silla para poder sentarse un rato y al que su vecino le pidió que le hiciera otra igual, que se la hizo y se la cobró, y al que al pedirle otras todos los puñeteros vecinos del pueblo, enseñó a otros a construir sillas y se las vendió a todos sus convecinos y luego hizo lo propio con las mesas y las camas y, cuando se descuidó, el tío tenía una jodida fábrica de muebles al por mayor con la que inundó con sus productos, primero, al pueblo, luego, al país y, por último, al jodido, al puñetero, al canallesco mundo y no sé si fue y le puso el nombre Ikea o algo parecido.
Y luego fue David Ricardo, otro viejo economista, el que se dio cuenta de que los obreros de su pueblo siempre tenían, los muy jodidos, el mismo nivel de vida, que sólo es una manera de hablar porque aquello no era vida ni Cristo que lo fundó, y entonces formuló su famosa Ley de bronce de los salarios pues comprobó, seguramente realizando a su manera las primeras estadísticas laborales de la historia, que los obreros, según iban ascendiendo en la fábrica y aumentando su sueldo, tenían más hijos, de manera que el salario que percibían, dividido por su número de hijos, hacía que la percepción por cabeza fuera siempre la misma.
O sea que a Marx casi se lo dieron hecho. La riqueza, el capital, no es más que puñetero trabajo, o sea, la plusvalía que el empresario obtiene vendiendo los productos de su industria no al precio de coste sino al que resulta de acumular a los gastos fijos de su empresa el sobrevalor que supone la demanda que estos obtienen en el mercado.
De modo que el canallesco, el criminal capital no es sino la acumulación de dichas plusvalías, o sea un ingente montón de esfuerzo, sangre, hambre, frío, miseria, sudor y lágrimas, coño, pero que asco deberían de producirnos los ricos en lugar de esa perruna admiración.
Y el jodido judío alemán, que pasó toda su vida estudiando en todas las inhóspitas bibliotecas que encontró, después de devorar y digerir las geniales conclusiones de Hegel, formuló unas conclusiones, a mi entender, absolutamente decisivas: el mundo, la vida, la ciencia, el derecho, la religión, el arte, la filosofía, todo, en fin, no es sino el resultado de una evolución de la materia, materialismo histórico, que, convenientemente manejada por los hombres han provocado su evolución desde aquella simple materia orgánica hasta el propio animal humano que, a su vez, ha conformado la historia mediante un procedimiento interactivo, materialismo dialéctico, que, por el momento, ha propiciado la actual concreción de las colectividades sociales, en un proceso de siglos que no sólo no ha terminado sino que no acabará nunca.
Dicho de otra manera: “...en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia". Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859).
Pero lo que ha contribuido a hacerme a mi esencialmente marxista es el que yo llamo “imperativo categórico marxista”: todo a la sociedad según tus capacidades, para que ésta te entregue a ti lo que precisen tus necesidades, o algo así, que ya sabéis que no tengo tiempo, fuerzas ni ganas de comprobar la exactitud de mis citas.