Cuando no existía Internet medíamos lo frecuente que era nuestro apellido en función de cuanta gente lo pudiera usar en el ámbito local donde nos movíamos. Descartando los apellidos notoriamente más extendidos, en el resto de los casos podíamos pensar que el nuestro era muy poco frecuente, peculiar, casi único. Quizás sospechábamos que en algún otro lugar habría personas con ese mismo apellido, pero ni las conocíamos ni podíamos saber cuantas eran. Encontrarnos con alguien que compartiera apellido en otro país era siempre algo llamativo que daba lugar a cierta sensación de familiaridad.
Pero actualmente ¿cuantos miles de resultados obtenemos en Google al introducir nuestro apellido? Aún más, ¿quien no ha tenido problemas para registrarse en alguna plataforma social al encontrar que su nombre y apellido ya estaban ocupados?
De hecho, es tan común esta situación que ha surgido una palabreja anglosajona para definirlo: “Googlegänger“, combinación del nombre del buscador con el término alemán dopplegänger que en la literatura fantástica suele describir la aparición fantasmagórica del doble de una persona, normalmente con fines perversos. Pues bien, un googlegänger sería la persona, o personas, con nuestro mismo nombre y apellido cuyos resultados aparecen mezclados con los nuestros al consultar el buscador (sin las siniestras connotaciones originales de un dopplegänger, claro está).
Visto desde el punto de vista de la Genealogía nos surgen varias cuestiones, ¿por qué motivo tantas personas comparten hoy en día un mismo apellido en el mundo?¿por qué, siendo centenares de millones los hispanos, la mayoría de nosotros usamos tan solo un número relativamente escaso de apellidos?¿descendemos todos los de un mismo apellido de una sola persona?
Por supuesto que no. Si tenemos claras las diferencias entre etimología, uso y expansión de los apellidos observemos el siguiente esquema que recoge las vías por las que se extendieron los apellidos:
Tomemos cualquier apellido originado en España o procedente del extranjero que se estableciese en nuestro país. Al inicio, hubo un número indeterminado de personas sin parentesco entre sí que comenzaron a usarlo. Por ejemplo, diversos hijos de Fernandos comenzaron a llamarse Fernández. Diversas personas procedentes de Sevilla se apellidaron De Sevilla. Diferentes herreros se llamaron Herrero, o rubios, Rubio, etc. También del extranjero pudieron llegar varias personas con un mismo apellido y diferente origen.
Si pudiéramos conocer a todas estas personas que usaron por primera vez estos apellidos, los portadores “primarios”, veríamos lo diferentes que eran en todos los aspectos. Según era la propia sociedad de la época sabemos que la mayoría serían cristianos “viejos” (1) de toda condición social, pero también habría judíos (2) o moriscos conversos (3) que quedaron en España tras los decretos de expulsión y que, en lo posible, fueron borrando sus huellas conversas, que en nada les beneficiaban, bajo unos apellidos típicamente españoles. Otros de estos primeros portadores serían judíos (4) o moriscos (5) expulsados por no convertirse en un primer momento o por afectarles el decreto general de expulsión de los moriscos en 1609. Los expulsados se diseminaron por la mitad norte de África y por todo el Mediterráneo llevando con ellos sus apellidos españoles, aún reconocibles siglos después.
Pero a su vez, de todas estas familias que procedían de los que hemos llamado portadores primarios, hubo otros potentes mecanismos para transmitirlo a los que llamaremos portadores secundarios, de nuevo sin relación familiar entre sí. Por una parte, hubo judíos y moriscos conversos (6) que adoptaron el apellido de sus padrinos, por lo que en este caso el uso del apellido es derivado a diferencia de los casos 2 y 3; si se apellidaron Fernández no hubo jamás un Fernando en su familia sino un protector Fernández descendiente de un Fernando.
Por otra parte fue general la costumbre de que los esclavos (7) tomasen el apellido de sus amos, algo que encontramos ya en pleno siglo XVI en la Península y sus islas. Se extiende la práctica a toda América, donde, por ejemplo, registra la imposición masiva de los apellidos de los dueños a sus esclavos en las amplias plantaciones e ingenios de Cuba.
Y aún más masiva sería la aplicación de apellidos españoles a los indígenas (8), primero en las Islas Canarias y posteriormente en los territorios de toda América y algunos asentamientos africanos. Apellidos que tomarían de los encomenderos, de los protectores, de los religiosos al bautizarlos…
Aunque pueda resultar sorprendente, tampoco debemos olvidar que surgirán nuevas familias a partir de los niños expósitos (9), abandonados en las inclusas. A muchos de ellos se les apellidó sin más Expósito o con expresiones similares pero a otros se les impusieron los más diversos apellidos. En algunos casos se escogió el nombre de la población donde fueron encontrados, en otros todos se les asignó el mismo apellido del benefactor de la institución, fue quizás más frecuente imponerles apellidos comunes en la zona, según estimación que realizaba a su libre albedrío el responsable de inscribirlos.
Igualmente fueron asimilados con apellidos hispanos los gitanos (10), llegados al país desde el siglo XV. En algunos casos recibieron el apellido de sus protectores, de modo que hoy nos resaltan como gitanos Vargas, Heredia o Montoya que se corresponden con los de grandes casas nobles españolas, existentes antes de su llegada. Pero también encontraremos otros muchos apellidos que hicieron suyos esta etnia en paralelo con otras muchas familias españolas.
Un caso llamativo fue el de los nativos filipinos (11), a quienes en un intento de españolizar e identificar por las autoridades coloniales, se les impusieron masivamente en el siglo XIX nombres y apellidos españoles que aún conservan, pese a que se ha perdido casi cualquier otro vestigio de la presencia hispana.
Finalmente hay también espacio para los usurpadores de apellidos (12). En algunos casos por aparentar o suplantar lo que no se era, en otros por borrar incómodos orígenes. Hubo quienes adoptaron apellidos que no les correspondían por familia, dando lugar a nuevas ramas.
Lo más destacado de este esquema es que permite explicar por qué bajo un mismo apellido conviven personas de muy diferente origen; se pueden encontrar decenas de familias sin parentesco alguno que en sus inicios pertenecían a las más diferentes razas, religiones y clases sociales.
Lo cierto es que este modelo expansivo fue un éxito para integrar eficazmente a las minorías o asimilar a las extensas poblaciones indígenas. El uso de apellidos comunes en la comunidad hispana nos sigue identificando y uniendo siglos después.
Salvo contadísimas excepciones, debemos considerar que no hay apellidos propios de cristianos, judíos o musulmanes, ni de nobles, indígenas, esclavos o específicos de cualquier otro grupo. Lo más probable es que bajo un mismo apellido encontremos varios orígenes muy diferentes, incluso en el caso de aquellos muy poco frecuentes.
Por tanto, para conocer nuestra genealogía un dato importante serán los apellidos familiares pero éstos debemos asumir que tan solo nos aportan un indicio, una pista que nos ayudará en nuestra investigación pero prácticamente nunca nos dirán a priori cual fue nuestro origen más remoto. Tendremos que ir subiendo en nuestro propio árbol e iremos viendo el camino que la genealogía propia nos marca hacia cualquiera de estas posibilidades.
Antonio Alfaro de Prado
N.B. Este modelo de expansión fue propuesto por primera vez en el artículo La expansión de los apellidos españoles: Un bosque de orígenes, publicado en 2008 el boletín electrónico nº 88 de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas.