Revista Cultura y Ocio
"Sabes que has leído un buen libro cuando al cerrar la tapa después de haber leído la última página te sientes como si hubieras perdido a un amigo."
Paul Sweeney
Ya lo he comentado alguna vez, pero la lectura compulsiva, el lector empedernido que no sale de casa sin un libro ni es capaz de pasar por el escaparate de una librería, tiene algo de adicto a la tinta impresa. Por eso cuando alguien me pregunta por qué leo tanto no sé muy bien qué responder. "¿Por qué te gusta leer?" y para cuando tengo ordenada una respuesta ya han cambiado de tema. Es muy difícil decir objetivamente lo que sentimos al encontrar un libro que nos emociona como también lo es expresar objetivamente las razones por las que una persona nos ha enamorado.
Probemos. Cuando abro un libro de esos que me gustan, que me emocionan, siento como si cada renglón fuera el hombro de su protagonista y yo estuviera asomándome a él, acompañándolo en cada momento como un testigo de excepción de cuanto allí acontece. Para eso, mi mundo, el real, se desdibuja; y van subiendo unas paredes invisibles que forman una burbuja que logra contener el ruido y la hora, las palabras, los sonidos de coches, de voces, de pájaros. Mi existencia se mantiene en una suerte de estado suspendido en falso, falso porque el reloj sigue marcando los minutos o las horas transcurridas, suspenso porque yo estoy en mi burbuja, y todo lo que sucede a mi alrededor me es tan ajeno como cercano me resulta ese mundo literario que ahora es el mío. Alguna vez, tal vez en un parpadeo, acierto a pensar que este o aquel será el último capítulo, porque se me hace tarde... pero pocas veces soy capaz de cumplir esa promesa que ya me suena falsa antes de nacer. Cuando encontramos un libro que nos emociona, nos hace sentir como propias las alegrías y las tristezas, los miedos, los deseos... nos convierte en visitantes de tierras extrañas y somos capaces de hacer las cosas más insospechadas. A veces incluso nos desnuda mientras leemos las intimidades de sus protagonistas. Porque para que un libro alcance ese grado en el que lo llamamos inolvidable, algo cercano nos tiene que tocar, algo privado, algún rastro, alguna muesca hemos tenido que ver... incluso sin ser conscientes de ello. Y corremos por sus letras, avanzamos a un ritmo constante siempre marcado por las obligaciones a las que arañamos minutos deseosos de volver a meternos en esa burbuja, mientras miramos de reojo cuánto nos queda por leer. Sensaciones contradictorias: prisa por saber qué va a suceder, pena al empezar a sentir que se nos acaba el tiempo de vivir esa historia. Como si sintiéramos que se agotan los sentimientos por ese primer amor al que sabemos nunca vamos a poder olvidar.
Y entonces terminamos y se cierne el vacío. Cerramos el libro tras leer la última página y nos sentimos satisfechos, plenos... y vacíos. Ya no hay más, se acabó ese mundo, esa amistad, ese amor. Y paladeamos frases sueltas, momentos con sabor a tinta que serán los que recordemos al hablar del libro. Porque tenemos que contarlo, compartirlo, gritarlo. Y al hacerlo, cada vez, aunque nuestro oyente no se dé cuenta, habrá un brillo de envidia en nuestra mirada. En realidadf lo envidiamos porque... qué no daríamos por no haberlo leído y que alguien nos lo recomendara para volver a sentarnos, para volver a leerlo, para volver a sentir.
Hacemos un luto de minutos, de horas, incluso de días. Y volvemos a buscar otro título, otro personaje que sea nuestro amigo y otro autor que nos lleve de la mano a su mundo. Porque en el fondo, tal y como os decía al principio, lo sabemos: somos adictos a la tinta impresa.
Y todo esto, ¿cómo se lo explico a quien me pregunta por qué leo tanto?
O mejor, decidme una cosa, ¿qué responderíais si os pregunto por qué leéis? ¿Qué os hace sentir?
Gracias