Bueno, parece que ya está confirmado: Donald Trump será el 45º presidente de los EEUU. Dicho esto, el Ibex ha caído un 4% en una hora —y a ver qué pasa con Wall Street dentro de unas horas—, la web de inmigración de Canadá se ha colapsado, y quién sabe qué nos deparará el mañana cuando llegue aquí la tarde y este hombre se ponga a trabajar en su nuevo despacho.
Mientras sorbía el café, aparecían en El Periódico un par de párrafos muy ilustrativos, pero era el primero aquel que, quizá sin pretenderlo, definía la escena al completo: La victoria de Donald Trump es un cúmulo de muchas derrotas. A continuación, mencionaba la derrota de Hillary Clinton, la de los republicanos, quienes han dado vida a un monstruo y se han echado a temblar demasiado tarde, y de los lobbies, resguardados en su propia burbuja y siempre escasos de preocupación frente a las tragedias de la clase media y baja (esto nos suena, ¿eh?).
Esto no fue de cualquiera, incluso Clinton, antes que Trump, sino cualquiera, incluso Trump, antes que Clinton
Pero esta lectura es, como mínimo, incompleta, y es un grave error leer la derrota del partido demócrata en la incapacidad de Hillary Clinton de devolver las acometidas, sino en su elección. Contexto y Acción predecía en marzo: Si los demócratas no presentan a Sanders, Trump será presidente, ¡y qué razón tenía!
Bernard Sanders no fue elegido por sus escasos resultados dentro del partido; sí, tampoco había sufrido apenas desgaste durante los primeros meses de la campaña, pero eso se debía, para una gran mayoría de demócratas, a que era poco más que un político cualquiera, y un don Nadie. Sin embargo, en este John Doe radicaba la clave del éxito del Partido demócrata: en un tipo judío, cortado por el mismo rasero que ofrece Brooklyn a cualquier Woody Allen de provincias —o de boroughs, en este caso— y que no daba ninguna ventaja táctica al candidato republicano: un paleto rico, pero un paleto al fin y al cabo.
El dominio político de Trump depende en gran medida de su método audaz e idiosincrático de hacer campaña. Funciona casi en exclusiva con golpes bajos y ataques personales que resultan tan indignantes como entretenidos, y es hábil a la hora de desviar los debates públicos de los problemas reales de la gente y centrarlos en la personalidad de los candidatos.
¿Una parte de la culpa radica en el periodismo sensacionalista? ¿En una campaña de seguimiento y difusión del republicano que no tenía techo por miles y miles de millones que se gastasen? ¿En el amor que la mayoría sienten por las promesas al aire, la nostalgia y el dólar? También sobrevolaban la inestabilidad de las clases medias, la irresponsabilidad del binomio que se empeñó en conformar Barack Obama con el Tea Party Movement, y la falta de un frente unido.
Pero bueno, basta de echarnos las manos a la cabeza. Nosotros, no tenemos derecho. Si nosotros no pudimos solventar entre tres alternativas (o dos, o quizá una, cuando se le cayeron las máscaras al resto), tampoco podemos hablar demasiado. Podemos sorprendernos, pero reírnos de los yanquis por votar al septuagenario del peluquín es harina de otro costal. Al fin y al cabo, basta con recuperar el mapa político de diciembre y, sobre todo, de junio de este mismo año y entender que, como país, deberíamos cerrar el pico; aunque tranquilos: de eso también se ha encargado el Partido Popular, y la Ley Mordaza.
Y eso es todo. Buenos días, o buenas noches por allá. Por decir algo.
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