Hace cinco años yo tenía una vida ordenada. Me levantaba siempre a la misma hora, llegaba a tiempo a la oficina, almorzaba en hora y media, trabajaba hasta las tantas, volvía a mi casa en metro, me daba un baño, me dormía con el libro en las manos y volvía a despertar. Tenía dos o tres semanas libres al año para irme de vacaciones y, ocasionalmente, cumplía con ciertos viajes de trabajo.
Pero un domingo llovió más de la cuenta y el taxi en el que iba se atascó en el tráfico. No sé qué tendría la lluvia -o el taxi- pero en ese instante decidí que renunciaría a mi rutina, que desde ese momento solo iba a viajar, a escribir y vivir de eso. ¿Cómo? No lo sabía, pero la idea revoloteó por mi cabeza y el coraje me brotó desde adentro. Entonces, lo hice.
No voy a contar que firmé mi carta de renuncia a los dos días e hice el preaviso más largo de la historia: cuatro meses, pero sí que una vez alejada de la oficina, con ese síntoma de libertad en el estómago, emprendí mi primer viaje sola a la selva venezolana. Al principio y por novata, creía que tenía que viajar acompañada, porque todo apuntaba a que irse a la selva y sola era peligrosísimo, arriesgado, loco. Así que comencé a animar a mis amigos y después de varios no, entendí que cada quien va por ahí atado a sus querencias y rutinas y que era yo la que había decidido romper con mi cotidianeidad, no los demás. Me fui a la selva sola y sobreviví.
Tengo cinco años viajando y escribiendo; ya no concibo mi vida de otra manera. No estoy loca, no soy millonaria, no me mantiene mi madre, no me creo ninguna heroína. Solamente entendí, como dice una viajera argentina que conozco, que trabajar es hacer lo que a uno le da placer y a mí me da mucho placer viajar, hacer fotos y escribir.
Viajo sola porque camino lento, porque voy a mi ritmo y circunstancia. Porque nada es más cierto que eso que dicen que en los viajes te encuentras a ti mismo y también que debes ir con los ojos bien abiertos para saber encontrarte con otros. Viajo sola porque es un reto cada vez, para acumular historias, para escribir en silencio, para sorprenderme, para aprender a reír y llorar, para que se me graben otras culturas. Porque ya no quiero tener una vida ordenada, ni horarios. Viajo sola porque puedo, porque el mundo está ahí para recorrerlo. Y eso es suficiente.
PARÉNTESIS. Iba a poner aquí al lado una de las fotos de ese primer viaje que hice sola a la selva, pero prefiero dejar el afiche de esta película que vi hace poco y que me parece que resume bien esa sensación de querer dejarlo todo y escapar de la rutina. Porque eso es lo que haces: escapas, buscas otros recursos y le haces caso al instinto. No importa cómo va a venir lo demás. “El misterio de la felicidad” es argentina y la recomiendo. Aunque es una historia de amor, ahí cuentan lo que yo sentí ese día en el taxi cuando supe que ya no habría vuelta atrás. Si la ven, me cuentan. Si se deciden a viajar solos, me cuentan también. Cuéntenme lo que quieran.