Es evidente que partidos como PP y PSOE no van a cambiar gran cosa en Bruselas, y que las nuevas formaciones como Vox poco van a influir, en sus inicios, en la política de la UE. Para cualquiera que esté realmente preocupado por la situación de nuestro país, las próximas elecciones al parlamento europeo son sólo un aperitivo de las elecciones locales, autonómicas y nacionales por venir, en las que se decidirá si los españoles siguen apostando por la partidocracia socialdemócrata o no.
Planteado así las cosas, mi principal motivo para votar a Vox son las coincidencias ideológicas de fondo, más que los detalles de su programa europeo, aunque este no sea irrelevante. Dicho programa consiste en una serie de generalidades bastante sensatas, sobre todo en política económica, más algunas propuestas concretas de reforma institucional de la Unión, que merecen ser debatidas con seriedad.
Entre ellas destacan que el presidente de la Comisión sea votado por el parlamento europeo, que se reduzca el número de comisarios y que los asuntos exteriores, de justicia e interior requieran sólo mayoría cualificada del Consejo, y no la actual unanimidad de los Estados. En resumen, democratizar las instituciones europeas frente al carácter burócratico de la Comisión, y reforzar el equilibrio entre la Europa de los ciudadanos y la de los Estados. El modelo europeo que preconiza Vox no es, por tanto, de tipo federal (totalmente ajeno a la historia y la cultura de este continente) ni tampoco puramente confederal, como sería un mero tratado entre Estados.
En general, esta concepción de Europa me parece plausible, aunque mi visión de la UE sea más crítica que la que trasluce el texto programático de Vox, quizás excesivamente moderado. En particular, las referencias obedientes a la nueva religión global del cambio climático me han parecido, debo decirlo, perfectamente prescindibles, aunque al menos se atemperan señalando la necesidad de un sistema energético eficiente, frente a quienes anteponen a ello los mantras ecológicos. (No lo dicen así de claro, como sería deseable, pero se les entiende.)
Como decía, es en la ideología de fondo donde estriba principalmente mi adhesión como votante a la nueva formación. Por decirlo brevemente, Vox defiende sin ambages el mercado libre, la unidad de España y la familia. La decisión, para un liberal-conservador, parece sencilla.
Ahora bien, en teoría, todo eso también lo defiende, o lo defendía, el PP. Y sin embargo, pese a la mayoría absoluta del Partido Popular, en los dos últimos años hemos asistido a una mera prórroga del socialismo: un aumento desvergonzado de los impuestos para reducir el déficit público a niveles que siguen siendo insoportables, una política "antiterrorista" consistente en soltar a terroristas de la cárcel al tiempo que se respetan las posiciones políticas adquiridas por el brazo político de ETA y un entreguismo prácticamente absoluto al pensamiento único de la ideología de género. (Al ministro Gallardón, con su proyecto de reforma de la ley abortista de Zapatero, sus propios compañeros de partido lo han dejado más solo que la una.)
Este panorama desolador podría inclinarnos al fatalismo y por tanto, a la abstención. Un partido que se supone defiende la economía productiva, la familia y la unidad nacional, y que además cuenta con el apoyo masivo de los votantes, acaba incumpliendo clamorosamente su programa. ¿Por qué con otro debería ser distinto?
Tengo fundamentalmente tres respuestas a esta pregunta. La primera es que, aunque un servidor siempre ha votado ideas y no personas, estas últimas suelen ser el mejor aval de las primeras. Nunca me ha convencido Mariano Rajoy, aunque lo he venido votando en cada ocasión desde 2004, precisamente porque creía en las ideas que supuestamente defendía, si no él (recordemos el infausto congreso de 2008), sí al menos el grueso de su partido. En cambio, en esta ocasión, personas de la talla de Alejo Vidal-Quadras, Santiago Abascal, José Antonio Ortega Lara e Iván Espinosa de los Monteros, por lo que conozco de sus trayectorias y lo que les he escuchado, ofrecen una credibilidad y una demostración de lucidez que pocos líderes políticos hasta ahora han sabido transmitirme.
La segunda razón es que la defensa que hace Vox de sus ideas no es meramente retórica, sino que se materializa en su audaz (pero absolutamente vital) propuesta de un recorte del peso del Estado de un 5 % del PIB (unos 200.000 millones de euros), que pasaría por eliminar las 17 comunidades autónomas. La idea de una administración aligerada, un solo parlamento, un solo gobierno y un solo tribunal supremo (que sería también el constitucional) es para el PP rajoyista sencillamente impensable, porque socava las bases de su propio poder clientelar y regional. Y cabe señalar que no hay ningún otro partido que lejanamente proponga lo mismo.
La tercera razón para volver a confiar en la democracia, ejerciendo el derecho de sufragio, es que posiblemente se trate de la última oportunidad que tengamos de regenerar este país. Hasta ahora, una buena parte de votantes del PP nos hemos autoengañado con la teoría del voto útil. Pero desde el momento en que un gobierno del PP no se distingue de uno del PSOE, esa teoría deja de tener ningún sentido.
Un vecino mío, y pese a ello amigo, profesor retirado de literatura y notable poeta, se mostró encantado de ofrecer su firma, cuando se la pedí, para avalar la candidatura de Vox a las elecciones europeas (necesitaba 15.000 y ha conseguido más de 25.000). Sin embargo, me confesó que él iba a votar al PP, porque temía que hacerlo por partidos pequeños fragmentara el voto de la derecha. "¿Y si gana el PSOE?", me dijo con inquietud. Respondí: "Pues que gane; ¿qué diferencia habrá?"
Si el PSOE obtiene mejor resultado que el PP en las elecciones europeas, aunque sea por escaso margen, lo venderá sin duda como una tendencia irresistible que le llevará -supuestamente- a ganar las próximas elecciones legislativas nacionales. Pero si al mismo tiempo se consolidan nuevas formaciones a derecha e izquierda, lo que previsiblemente ocurrirá dentro de un año o año y medio es que ningún partido obtendrá mayoría suficiente para gobernar.
Se abrirán entonces dos posibilidades. O bien una gran coalición a la alemana entre PP y PSOE, que defenderán con la beatería del "consenso" todos los Fernando Ónegas y Enric Julianas de nuestra casta periodística (casi tan tediosa como la política), o bien una coalición de uno de los dos partidos con una formación pequeña. La peor posibilidad sería un gobierno apoyado por comunistas y/o nacionalistas, pero eso ni siquiera está garantizado que se pueda evitar votando al PP. Véase al presidente extremeño insultando a su propios votantes, con tal de que los comunistas le dejen hacer.
Dado que es quizás muy prematuro pensar en una mayoría absoluta, para 2015 o 2016, de un Vox que acaba de nacer, sí me parece perfectamente posible, y deseable, que el PP se viera obligado a gobernar gracias a los escaños de Santiago Abascal, Ortega Lara y otros diputados de Vox, al precio de un giro drástico de su política, en el sentido que demandan sus votantes.
No va a ser un camino fácil, y las posibilidades de una gran coalición PP-PSOE en un futuro cercano no son desdeñables. Creo que esto no haría más que acelerar el descrédito y la decadencia de la partidocracia, aunque me temo que demasiado tarde para que este país tuviera arreglo. Si queremos que un partido como Vox, con propuestas de reformas serias, llegue a tener lo antes posible influencia en la política nacional, ello pasa por que empecemos a apoyarle con nuestros votos en las inmediatas elecciones europeas.