Nos atrevemos a decir que la lectura de este libro es un deber. Es importante darse cuenta y comprender las violencias ocultas a las que se somete a los niños. El sistema de educación aplicó durante muchos años una manera violenta de educar, sin comprender que las huellas de esa violencia se traducirían en violencia de esos niños a otros y, cuando crecen, a sus propios hijos o a la sociedad.Alice Miller lleva a cabo un análisis psicoanalítico agudo y muy iluminador de las ideas que sostienen nuestro sistema educativo. Desde hace doscientos años se nos educa a partir de una violencia con cara de bondad: “por tu propio bien”. Sin un trabajo personal de reconciliación interior, es muy probable que cuando adultos, los que fueron maltratados sin posibilidad de saber que estaban siendo maltratados, se vengarán inconscientemente de sus padres y educadores, en sus propios hijos. Pero ¿cómo podían no darse cuenta de la violencia? Cuando niños tenían incluso que agradecer la violencia, las humillaciones, castigos, abusos a los que eran sometidos, pues era por su propio bien.
Miller es una de las voces más autorizadas para hablar acerca del maltrato infantil, sin quedarse en estadísticas ni síntomas, sino que intenta ir a las raíces de la violencia, con una agudeza poco común en este tipo de libros y análisis, y a la vez con una esperanza muy lúcida.
El siguiente texto constituye el Epílogo a la segunda edición del libro, que es una especie de declaración de principio y fundamento y carta de ruta para una educación sana.
1. Los niños vienen al mundo para crecer, desarrollarse, vivir, amar y expresar sus sentimientos y necesidades
2. Para desarrollarse, el niño necesita la ayuda de los adultos que, conscientes de sus necesidades, lo protejan, lo respeten, lo tomen en serio, lo amen y le ayuden a orientarse.
3. Cuando se frustran las necesidades vitales del niño, cuando el adulto abusa de él por motivos egoístas, le pega, lo castiga, lo maltrata, manipula, desatiende o engaña sin la interferencia de un testigo, entonces la integridad del niño sufrirá un daño irreparable.
4. La reacción normal a una agresión debería ser de enfado y dolor. Sin embargo, en un entorno perjudicial, al niño se le prohíbe enojarse y, en su soledad, el dolor le resultaría insoportable. El niño debe entonces ocultar sus sentimientos, reprimir el recuerdo del trauma e idealizar a su agresor. Más adelante, no sabe lo que le ha pasado.
5. Desconectado de su causa original, los sentimientos, de enfado, impotencia, confusión, añoranza, aflicción, terror y dolor, conducen a acciones destructivas contra otros (comportamiento criminal o asesinatos masivos) o contra uno mismo (adicción a drogas, prostitución, desórdenes psíquicos, suicidios)
6. Las víctimas de las venganzas de los agresores son a menudo sus propios hijos, utilizados como víctimas propiciatorias. En nuestra sociedad esta agresión está aún legitimada, incluso tenida en alta estima, mientras la sigamos llamando educación. Es trágico que los padres peguen a sus hijos para evitar sentir lo que sus padres hacían con ellos.
7. Un niño que haya sido maltratado no se convertirá en criminal ni mentalmente enfermo si, por lo menos una vez en su vida, encuentra a una persona que comprenda que no es el niño maltratado e impotente el que está enfermo, sino su entorno. Hasta tal punto el conocimiento o la ignorancia de la sociedad (parientes, asistentes sociales, terapeutas, profesores, doctores, psiquiatras, funcionarios, enfermeras) pueden salvar o destrozar una vida.
8. Hasta ahora la sociedad ha protegido al adulto y culpado a la víctima. Ha contribuido a ella nuestra ceguera ante teorías que se amoldan a los patrones educacionales de nuestros bisabuelos, en las que los niños eran criaturas dominadas por la maldad y los impulsos destructivos, inventaban falsas e imaginativas historias y ofendían o deseaban sexualmente a sus inocentes padres. En realidad cada niño tiende a sentirse culpable y responsable de la crueldad de sus padres debido a su constante amor por ellos.
9. Gracias a la utilización de medios terapéuticos, ahora somos capaces de verificar empíricamente que las traumáticas y reprimidas experiencias de la niñez se almacenan y afectan durante toda la vida. Además, en estos últimos años las mediciones electrónicas de la vida intrauterina y del recién nacido, revelan que el niño, desde el principio, siente y aprende tanto la crueldad como la ternura.
10. La luz de este nuevo conocimiento revela la razón lógica de todo comportamiento absurdo, desde el instante en que las experiencias traumáticas de la niñez emergen de la oscuridad.
11. El aumento de nuestra sensibilidad hacia la normalmente negada crueldad con los niños y los efectos de este aumento, acabaran con la violencia transmitida de generación en generación.
12. Las personas cuya integridad no ha sido dañada en su infancia y que han recibido de sus padres protección, respeto y sinceridad, serán jóvenes, y más tarde adultos, inteligentes, sensibles, fuertes y perceptivos. Sentirán alegría de vivir y no necesitaran dañar a otros o a sí mismos, ni cometer asesinatos. Utilizarán su fuerza para protegerse, pero no para atacar a los demás. No podrán más que respetar y proteger a los más débiles y, por tanto, a sus propios hijos, pues es exactamente lo que han experimentado, y porque vivenciaron ese conocimiento en lugar de la crueldad. Ellos seguramente no podrán entender que alguna vez otras personas necesitaran una inmensa industria de guerra para sentirse seguros en este mundo”
Extraido de: Por tu propio Bien
