Revista Opinión

Por un mundo pacífico

Publicado el 05 octubre 2010 por Jorge Gómez A.
Diariamente y leyendo la prensa, uno puede constatar que la violencia sigue siendo el problema principal en los asuntos humanos. Ningún otro asunto puede encontrar solución mientras la lógica arraigada de la agresión siga siendo la regla base de las relaciones humanas.
Actualmente, hablar de una sociedad pacífica como ideal, para algunos parece una idea añeja de hippie; para otros suena a utopía y fantasía; y para otros tantos a algo ya existente -claro mientras la violencia no se hace patente directamente-.
Lo cierto es que la agresión como método de interacción parece estar aún muy presente en esferas diversas de la vida cotidiana, en las escuelas, en los deportes, en la política, en las relaciones interpersonales, en las calles, los medios de transporte, en la prensa rosa, en todo.
En este sentido, la disposición a la violencia es más latente de lo que uno piensa a veces y entonces surge la pregunta ¿Hemos avanzado realmente hacia un mundo más pacífico o no?
Algunos dirán sí, porque las guerras han disminuido -aunque los datos dicen lo contrario, porque la guerra cambia como camaleón pero es violencia igual- o porque la violencia política es menor, o la delincuencia baja, etc.
Pero ¿Podemos decir lo mismo si miramos al interior de las escuelas, las familias o en los medios de transporte?
Algunos  podrán decir que en realidad la violencia en esos ámbitos es similar al pasado -y que por tanto no hay aumento significativo-. No obstante, con o sin estadísticas, números más o menos, la violencia está aún presente, y nuestra pregunta inicial sigue sin respuesta.
Por siglos, muchos pensadores han planteado que el hombre es violento y pacífico a la vez -también lo creo- no obstante, por lo mismo planteaban la necesidad de anteponer o desarrollar la razón -no en su sentido constructivista- como el medio para equilibrar tal dualidad, con el fin de establecer principios éticos para establecer una sociedad pacífica. Uno de esos axiomas es el de no agresión.
Basado en el reconocimiento de la autoposesión de los individuos, el axioma de no agresión plantea que toda persona tiene el derecho a estar libre de agresión, y que ninguna persona o grupo de personas tiene el derecho a agredir a otro –excepto en legítima defensa-.
La agresión en este sentido se define como uso o amenaza de la violencia física contra otra persona y por tanto, es significa invasión.
Algunos dirán que el axioma es casi una obviedad, no obstante, la mayoría de los individuos desconoce el principio de no agresión en su base fundamental –su justificación filosófica-.
¿Y dónde aplican constantemente ese descriterio estos individuos? En sus interacciones más directas y habituales, en sus relaciones de pareja y en sus familias. Es decir, inculcan la violencia como base de la interacción entre pares, a sus hijos y nietos, que luego lo reproducen en las escuelas y en su vida adulta.
Por tanto, en ciertos casos consideran válido el ataque contra otros por diversas razones o justificaciones, no sólo ideológicas –políticas o religiosas- sino también morales, raciales, étnicas, nacionalistas, e incluso más cotidianas como el fanatismo deportivo o la cuestión amorosa, por ejemplo.
Por eso no es raro que cada cierto tiempo algunos energúmenos maten a otro por el simple hecho de vestir la camiseta del equipo contrario; o que algún tipo mate a su pareja o novia porque en el fondo considera que ella es su posesión. Peripatético.
Es decir,  tenemos un gran número de individuos, miembros de nuestra sociedad, que consideran agredir a otros por diversos motivos o diferencias -más allá de la legítima defensa- como algo lógico, válido y razonable.
Entonces surge otra pregunta ¿Cuánto de no violencia se enseña o promueve? Me atrevo a decir que nada.
Entonces ¿No parece irrisorio establecer leyes contra la violencia escolar o intra familiar, mientras los individuos insertos en esa legalidad desconocen principios éticos básicos y generales para establecer una convivencia pacífica, y sobre los cuales deberían descansar tales leyes?
Lo difícil es que para ser coherentes, el axioma de no agresión no debemos imponerlo por ley, sino convenciendo al resto de sus virtudes. Esa es la primera tarea del credo libertario.

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