
un segundo eterno. Sé que nos vamos al suelo. Pero de pronto me contradice. Se recupera y vuelve donde nunca estuvo: en la carrera. Recupera lo perdido y gana lo que puede. Sea lo que sea que se ha encendido en él nadie me ha avisado que es contagioso. Me levanto sobre la montura y le espoleo hasta que la última curva nos atrae hacia dos jinetes que cabalgan como jirones de viento oscuro. Eso el mesteño no lo comprende. Él sólo quiere ganar. Y le fustigo recordándole lo que fue. Y él me descubre lo que quiere llegar a ser colándonos en la fiesta privada de los vencedores. Chocamos. Luchamos. Y cuando descubro cuanto me estoy divirtiendo, se termina. La meta. La hemos dejado atrás. Nos detengo y alzamos la mirada hacia un marcador que ha de mostrarnos nuestro lugar en el día. La foto es clara. Por una nariz. Hemos perdido por una nariz…
Texto: David Gamberro
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