
Había algo profundamente conmovedor, casi místico, en ver cómo Porcupine Tree emergía de la nada, originada en aquella alucinación colectiva materializada en cintas de cassette. Un joven Steven Wilson, grabando cintas en su habitación como quien intenta contener el tiempo dentro de un frasco, fue poco a poco encontrando cómplices, forma y gravedad. De aquellas primeras neblinas psicodélicas se llegó al filo emocional de In Absentia, donde la banda dejó de parecer una invención y se convirtió en un grito perfectamente contenido. Acompañarlos en ese tránsito fue como ver crecer a alguien querido en silencio: sabiendo que, inevitablemente, algo se iba a romper. Y se rompió. No con estruendo, sino con la melancólica certeza de que ya no había nada más que decir.
Closure/Continuation no es un regreso en el sentido heroico del término. Se siente más como abrir un cajón olvidado y encontrar dentro una carta sin fecha, escrita con una caligrafía reconocible. Hay algo de susurro en su nacimiento, algo íntimo y pandémico. La ausencia de Colin Edwin duele más por el vacío que deja que por lo que suena. El bajo de Wilson es firme, incluso feroz, pero menos poético. La guitarra, antes oráculo, aquí parece ceder el paso a otras voces: la batería de Harrison, que talla su precisión al milímetro, y los paisajes electrónicos de Barbieri, que hace alquimia convirtiendo sombras en sonido. Es el viejo Porcupine Tree, sí, pero aunque las formas se parecen, se ha transformado en algo distinto.
No faltan momentos que tocan fibras profundas. “Harridan” inicia con vértigo y músculo, como si el disco necesitara recordarnos que sigue vivo, y “Chimera’s wreck” lo cierra con una belleza que sangra despacio, como una verdad que llega tarde. En medio, la irregularidad es palpable: “Of the new day” es un remanso innecesario, como si Wilson ya no supiera muy bien cómo cantar tristeza sin repetir gestos. Y “Walk the plank”, por más elegante que suene, parece un visitante de otro disco. Pero incluso sus tropiezos tienen una calidez inesperada. Hay algo entrañable en ver a una banda deshacerse de la necesidad de impactar, como viejos amigos que se sientan a tocar sin importar quién escucha.
En términos de sonido, pocos discos suenan tan honestos. No es solo la producción impecable, sino la sensación de que los músicos realmente están ahí, juntos, respirando el mismo aire. Se agradece el espacio entre las notas, el silencio que no teme existir. Donde antes había compresión y pulcritud quirúrgica, ahora hay matices, hay rugosidades, hay humanidad. Este es un disco que pide tiempo, y se da tiempo. No exige atención, la sugiere. Y si uno se lo permite, se va colando hasta instalarse con una naturalidad inquietante.
Tal vez Closure/Continuation no sea un clásico inmediato, pero tampoco parece necesitarlo. No alcanza las alturas de The Sky Moves Sideways, ni duele como Signify, pero se queda, flota, se recuerda. Es un disco que no pretende imponerse, sino dejarse escuchar, casi en voz baja. Y eso, en una época en la que todo parece exigir atención a gritos, se siente como un gesto valiente, incluso digno. Para algunos, será una despedida amable, el punto final que cierra una historia con suavidad. Para otros, una pausa cargada de posibilidad, un punto y aparte que deja la puerta entornada. Pero para la mayoría de los oyentes, les bastó comprobar que la banda seguía ahí, tocando como si nunca se hubiera ido, alimentando una forma de consuelo que linda con la complacencia: la tranquila aceptación de una continuidad que quizá ya no existía, pero que se deseaba conservar a toda costa.
