Steven Wilson es uno de los músicos más creativos y brillantes que aún conserva el rock. De formación autodidacta, es productor e ingeniero de sonido, compositor, cantante y toca varios instrumentos, entre ellos la guitarra y los teclados. Ha colaborado con bandas como King Crimson, Marillion, Opeth o Yes, por mencionar sólo algunas, y es el creador y líder de la formación británica Porcupine Tree, creada en 1987 por Steven Wilson y Malcolm Stocks casi como si fuera un juego en homenaje a las grandes bandas de los setenta; llegaron a crear una biografía ficticia del grupo, con nombres de músicos y de discos publicados, incluso hacían creer que se conocieron en un festival de rock durante los años setenta y que algunos habían pasado por la cárcel. Grabaron algunos temas en un estudio propio montado por Wilson y, lo que empezó como una broma, acabó consolidando en un grupo al que empezaron a apoyar las compañías discográficas, con actuaciones en directo que obligaron a montar una verdadera banda. Editaron su primer trabajo en 1991 ("On the Sunday of Life") y , desde entonces, han publicado una decena de álbumes, el último (" The Incident") en el año 2009, precisamente el trabajo del que nos ocupamos en esta entrada. Porcupine Tree es habitualmente englobado en la categoría de rock progresivo, sobre todo en sus comienzos, luego irían incorporando otros estilos, como el metal progresivo, la música industrial y otros sonidos claramente experimentales, de tal forma que resultan difíciles de etiquetar puesto que aúnan lo clásico y lo vanguardista, la complejidad y la sencillez, los tonos suaves y rugosos al mismo tiempo, a menudo en el mismo disco, incluso en la misma canción. El propio Wilson casi siempre ha tratado de huir de la etiqueta de rock progresivo, y suele dar mucha importancia al trabajo de producción como algo fundamental para conseguir las texturas y los sonidos característicos de Porcupine Tree. " The Incident" es un álbum doble, en el que el primer disco está ocupado por una sola canción de cincuenta y cinco minutos que, a su vez, está dividida en catorce movimientos; estas piezas narran los eufemísticamente denominados "incidentes" por las autoridades locales o gubernamentales que, en realidad, esconden historias trágicas o conflictos de carácter social, a menudo tratados con frialdad por quienes nos gobiernan. Con este planteamiento Wilson nos hace viajar por un sendero casi surrealista, alocado, construido sobre un sonido pulcro, envolvente e intimista, que transmite melancolía y desasosiego gracias a una brillante composición donde se alternan fases melódicas y acústicas con sonidos industriales y elementos procedentes del metal progresivo. Sé que soy un pesado, pero esta obra debe escucharse en su totalidad para poder apreciar su brillantez y originalidad, y para poder comprender que el movimiento número catorce, "I Drive the Hearse" ( ésta es la versión de estudio), no es más que el epílogo de esta historia, el final de un complicado viaje, un merecido descanso.