Muchas veces hablamos de lo difícil que es ser mamá. Que el día que le dan el título a una ahí empieza a aprender que hacer, cómo y cuándo. Conversamos sobre cómo nos cambia el cuerpo, la mente, el espíritu y el alma al momento de tener a nuestro bebé en brazos. Y nos aventuramos en un aprendizaje constante para darles a ellos, nuestros hijos, la mejor crianza que podamos.
Y ellos, los papás, también aprender. Deben aprender a descubrirnos de nuevo. Porque cuando estamos embarazadas, recién paridas o en un ataque de locura, lejos quedo la dulce novia de antes. Nos ven a nosotras en nuestra realidad más cruda. Aguantan nuestros cambios de humor y tratan de ayudar.
A veces la intención es buenísima, pero a mí me pasa que los chicos, más cuando son chiquitos, solo quieren ir con mamá. Y papá queda ahí colgado, con la mejor intención en la palma de la mano. Le pedimos ayuda, le imploramos que nos cubra mientras vamos al baño o hablamos por teléfono. A veces funciona y otras no tanto. No por el padre, sino por los hijos.
Porque ser papá también es una aventura. Se aprende con la experiencia a ser esposo de una madre y a ser padre de nuestros hijos. A ellos – admitámoslo- les cambia la rutina y por sobre todo el lugar que ocupan en nuestra mente y en nuestra lista de prioridades. Llegan quizás cansados de trabajar y al momento de pasar la puerta le dejamos a los chicos llorando para descansar nosotras.
Confieso que hubo una vez que no llego a sacar la llave de la cerradura.
Hoy en día los papás están más que integrados en la educación de nuestros hijos, en la planificación de sus cumpleaños, sus agendas sociales y también en las tareas hogareñas. En cada casa la rutina diaria se divide entre ambos según los trabajos, las personalidades y por sobre todo las edades de los chicos.
El mundo cambia y el rol de papá cada vez es más cercano a los niños. Adoro ver cuando juegan, cantan, ven un partido o bailan con la pequeña de la familia. Me gusta cuando él, vuelve a ser niño después de un día largo de oficina y puede dejarse perder en un partido de ajedrez.
Este día del padre quiero aprovechar para reconocer todo lo que aporta en nuestra vida: todos aquellos “te lo dije” que eran reales; el foco de realidad que nos hace cuando divagamos con nuestras teorías; las veces que nos salvó de buscar a los chicos; los abrazos compartidos cuando solo necesitábamos contención.