Revista Educación

Porque compartir lo que sabemos es un regalo incalculable

Por Monetarius

estudiantes

En un momento de ataque a la enseñanza pública, un alumno me recuerda por qué este trabajo es de los más gratificantes del mundo. Cuanto más das, más recibes. En todos los ámbitos de la vida. A veces, como en este caso, lo escriben (además, con tanto vuelo de sensibilidad, letras y argumentos bien puestos). Otras muchas veces, las más, lo sienten aunque no lo expresen. Pero lo sienten. Claro que hay estudiantes atravesados de dudas, confundidos, formados en los anuncios y en el mensaje de padres que tiraron la toalla. Claro que hay alumnos que van a la universidad a consumir conocimientos, a cualificarse para vender luego más cara su mano de obra (cobrándole la diferencia a otros). Otros, muchos, son pateras golpeadas por las corrientes de privatización del conocimiento, por la falta de orientación en los estudios o por el cierre administrativo a la posibilidad de poder estudiar lo que quieren, por la ausencia de asignaturas críticas durante las enseñanzas medias, por la falta de acompañamiento a la hora de decidir qué estudiar o cómo hacerlo. Son víctimas, no verdugos. ¿Acaso tienen ellos y ellas la culpa?

Son mayoría los que están dispuestos a escuchar un buen argumento, los que van a agradecer que dudes cuando no sepas, los que van a respetarte cuando vean que hay algo de coherencia entre lo que dices y lo que haces (lo que te obliga a decirles tantas veces como haga falta que tú también eres sujeto de profundas contradicciones). Ayer representaron el 15M. Mañana, quién sabe, porque siguen aprendiendo y tomando nota de sus errores y de sus incertudumbre. Cuando dudes de qué haces dando clases, recuerda que ahí, sentadas, escuchándote, tomando notas, escribiendo los libros a los que te refieres, apuntando a los autores que refieres, hay personas bien inteligentes y llenas de ganas de cambiar el mundo. Te están escuchando. Eres un privilegiado. Dales las gracias haciendo de la mejor manera que puedas y sepas tu hermoso trabajo.

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¿Vino o monos?

por alamarfuipornaranjas

La universidad que quiero no es una universidad mercantilizada. No es una universidad que me ofrece como única salida posicionarme bien mercantilmente y vender mi mano de obra lo más cara posible. Eso es una universidad de Coca-cola, del Santander. La universidad que quiero tampoco es una universidad de protocolos. Una universidad que me enseña cómo colocar los vasos y cubiertos en las mesas de las cenas protocolarias. Ni una universidad clientelar, en la que los distintos departamentos se enfrentan para asegurarse de que sus asignaturas ocupan un espacio inamovible dentro de las distintas carreras, y en donde nunca gana el que, a nivel académico, más puede aportar, sino el que más votos obtiene. La universidad que quiero no es tampoco una universidad competitiva, en la que se premia al buen loro y no a la mente crítica. Ni una universidad conformista, que no enseña a pensar, sino a acatar. De la que no salen intelectuales, sino capital humano. Una universidad de explicaciones vacías, de competitividad, de incentivos, de excel, de listas de faltas… Esa no es la universidad que quiero.

La universidad que quiero es una universidad de ideas. Es una universidad de despensar y repensar el mundo. De preguntas más que de respuestas. De diálogo más que de monólogos. De reflexiones más que de imposiciones. Una universidad que tenga en cuenta lo que no gravan los precios de mercado: la naturaleza, la explotación, las desigualdades. Que enseñe a las jóvenes y no tan jóvenes mentes a “echar los frenos de emergencia” de la historia, como sostenía Walter Benjamin. Una universidad sin segregaciones ni por sexos ni por condición económica, simplemente para todos, y de la misma calidad. Esa es la universidad que quiero. Una universidad para el buen vivir, para el bien común. Una universidad para la emancipación social.

Ahora que un cuatrimestre acaba, desde A la mar fui por naranjas queremos dar graciasa una de las universidades más franquistas de España. A una universidad que está apunto de ser privatizada porque no encuentra dinero para financiarse. No, no hay dinero. Y el que esté pensando en los millones de Bárcenas y los anteriores tesoreros del PP, que haga como que no ha visto nada. Que esos millones ni tocarlos. Sí, vale, es cierto, con ese dinero podrían financiarse prácticamente todas las universidades del país durante varios años. Pero esos millones ni tocarlos.

También queremos dar gracias, muchas más gracias aún (pero éstas en serio), a profesores de la inalcanzable talla de J.C. Monedero. Con profesores así, uno se da cuenta de lo mucho que le queda por aprender, pero también de que aprender es bello. Con profesores así, uno se da cuenta de que para solucionar un problema no basta con chasquear los dedos, y que, por el contrario, es necesario complejizarlo todo, ver lo que los demás no ven, convertirnos en “pesimistas esperanzados”. Con profesores así, uno crece, crece mucho, y crece bien.  Uno crece, y nunca pierde las ganas de seguir creciendo. Con profesores así, uno aprende de monos antropoides, cierto, pero es que además acaba aprendiendo también lo necesaria que es la biología, la primatología, la neurobiología o la sociobiología para entender el capitalismo y la modernidad. Y para articular un futuro mejor. Con profesores así se construye, en definitiva, la universidad que realmente quiero.

Porque la universidad que quiero no es la que me hace brindar con vino por la Constitución del 78, no. Es la que, en vez de hablarme de brindis, vino y constituciones, me habla de monos antropoides, nidos de pájaros y bonobos.

Hay cosas que no son grises. O son blancas, o son negras. Y si me dan a elegir entre una universidad mediocre integrada por mediocres o una universidad de calidad integrada por auténticos profesores… si entre lo que tengo que elegir es entre vino o monos… la decisión ya está tomada.

Por Rubén Gutiérrez


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