Pero vamos a ambientar un poco. ¿Recordáis El bueno, el feo y el malo? ¿Recordáis ese cementerio de Sad Hill con el duelo a tres, el Ecstasi of gold de Ennio Morricone sonando a todo trapo -si os gusta más la versión con la que Metallica empieza sus conciertos, pues esa, tanto me da-? ¿Que cuando acaba el duelo, el Rubio remata con el chiste que viene arrastrándose toda la historia: Hay dos clases de personas en este mundo, los que tienen el revolver cargado y los que cavan. Tú cavas. Y Tuco tiene que aguantar y cavar? Pues en este caso me toca hacer de Tuco y la raspberry me mira con los USB entrecerrados, el poncho -la caja-, el gorro torcido -el ventilador- y cable de red mordido en su conector y musita entre dientes: Hay dos tipos de personas en este mundo los que van con cuidado al actualizar y los que reinstalan todo. Tú reinstalas.
El caso es que tenía mi raspberry, con su Raspbian Stretch, funcionando más que razonablemente bien. De ella colgaba, todo abierto a la red:
- Un servidor de Calibre con muchas más consultas de las que nunca había esperado, aunque nunca las conté ¿Por qué lo sé? Porque cada vez que la máquina se paraba o el momento en el cual Calibre pasó de la versión dos a la tres, con el cambio de formato del servidor rápidamente me llegaban avisos de conocidos y alumnos. Y eso que siempre afirmé que era mi biblioteca personal y no quería saber nada de quejas.
- Un servidor de Mumble para emergencias que nos ha servido durante dos temporadas y media para grabar los podcasts y que ofreció en ese tiempo un desempeño más que decente a pesar de estar tras un router doméstico, cosa que se notaba principalmente en la dificultad para conectarse desde el exterior (ahora que lo tenemos en un VPS funciona más rápido, pero está mantenido y activo para emergencias, y más de una ha habido).
- Un servidor de Nextcloud que tenía en periodo de pruebas pero que estaba funcionando más que bien y donde ya estaba planeado descargar todo lo que tengo disperso por Megas, Dropboxes y Drives diversos; por seguridad.
- Un servidor de Etherpad, aún en pruebas, para poder trabajar con documentos colaborativos con la ligereza y sencillez que da un simple editor de textos que puede funcionar fácilmente desde cualquier parte. ¡Dile a muchos teléfonos que te trabaje con google drive, a ver qué pasa!
- Un servidor de Icecast con el cual nos hemos montado nuestra propia emisora de radio en streaming y hemos hecho todas las pruebas necesarias hasta poder montarlo en el VPS. Ahora hemos de montar los programas pero el tiempo está limitado a 24 horas diarias, es lo que hay.
- Un Amule para intercambios que es el único que tiene acceso a la red; el resto de máquinas de la casa tienen que pasarle el fichero a ella para que lo pueda distribuír; así no queda saturada la línea cuando hay tres máquinas pidiendo vídeos a la vez.
Como manera de cubrirme un poco, ya hacía tiempo que había fijado dos pendrives; uno para los ficheros compartidos por Amule y otro para la biblioteca de Calibre. En caso de fallo general de sistema no perdería los datos almacenados. Y es que las tarjetas SD ya me han dado algún disgusto y, como ya os conté, ya he reventado diez pendrives de 64 GB con clonaciones en menos de tres meses; muy bonitos pero no aguantaban el trabajo en serio.
En esta situación y como ya conocéis mi desconfianza ante seguridades que no haya comprobado yo ¿cómo es que pude liarla? Pues porque metí la pata hasta el codo. Hice un rastreo y vi que, en general, no había quejas con la nueva versión de Raspbian (Buster, Debian 10) y que se podía subir. Con el servicio que daba, pues para adentro.
Y la cagué. Pero mucho. Aparentemente todo fue bien pero después no arrancaba, cuando arrancaba no cargaba la configuración de red, no se podía acceder por Vnc ni por Ssh... ¡Eso me pasa por confiarme y correr! Podia formatear... pero entonces perdía todas las configuraciones y datos, a los cuales podía acceder sin problemas. Hubiera entendido que se hubiera quemado la tarjeta, que se hubieran acabado las escrituras,... ¡pero es que no pasaba eso! ¡La tarjeta estaba en perfecto estado!
Finalmente y puramente desconcertado, cambié la tarjeta e instalé desde cero. Arrancó a la primera, me peleé con la nueva versión para fijar la IP -mucho cuidado con las guías, ahora muchas cosas no valen-. El desconcierto era cada vez mayor. Vamos a verles las caras a las dos tarjetas para ver el problema:
Ésta es la nueva:
Ésta es la vieja:
¡En ese momento lo entendí! No hay ningún problema con la partición donde está el sistema; el problema es que en la nueva versión la partición boot es de 256 MB, con 55'74 MB ocupados por el kernel, mientras que en el sistema con Stretch, boot sólo tiene 47'53 MB. Ni siquiera cabe el kernel. Además no está marcado el flag de boot. Ésos parecen los trucos.
Así que no hagáis demasiado caso de los tutoriales que os dicen que se puede subir directamente de Raspbian Stretch a Buster... a menos que antes de actualizar os aseguréis de darle espacio al nuevo kernel, entonces sí. Un argumento más para continuar defendiendo mi política de darle un generoso espacio a boot por si se acumulan demasiados kernels o, como en este caso, ni siquiera se puede actualizar el sistema.
Pero la actualización merece la pena de momento. La temperatura se mantiene mucho más baja que antes y la carga del sistema también. Ahora estoy recuperando servicios poco a poco que será lo largo, ya os iré contando.
Eso sí; si una pequeña raspberry, con un router doméstico puede hacer todo eso sin despeinarse... ¿Os imagináis lo que podríamos hacer con cualquier equipo viejo de los que están criando polvo en un armario si afinamos bien el sistema? Bueeeeno, vale, tenéis razon; el consumo eléctrico.
Venga, feliz fin de 2019 para todos. Nos vemos cuando vuelva a tener que pelearme con algo.