Desde muy pequeños(as) empezamos a sentir la imperiosa necesidad de relacionarnos con los otros de maneras más profundas, que hasta ese momento se habían satisfecho con las conexiones familiares y que determinaran muchas de las pautas que consideremos en el presente inmediato y el futuro cercano adecuadas en nuestras otras relaciones. El desapegarse del hogar y comenzar a establecerse como individuo empieza a generar en nosotros otro tipo de apegos.
A lo largo de mi experiencia de vida, he visto y convivido directamente con esta serie de sensaciones, al igual que muchas otras personas y por diversos motivos; sea por conveniencia, hábito o simplemente por verdadera fe le hemos dado el nombre de amor. Determinar lo que el amor significa es complejo y muchos autores han intentado dar una respuesta a tal embrollo. Desde la literatura; pasando por la poesía y la novela oscura hasta la narrativa fantástica o dantesca se ha mitificado el poder del amor y la fuerza que ejerce para cambiar los mundos. El amante encuentra el objeto de su deseo y reinicia una y otra vez esa relación con el mundo exterior y que según Freud (para citar solo un ejemplo) inicia incluso antes del nacimiento.
La eterna relación con el amor… ese amor romántico y funambulesco, capaz de dejarse a sí mismo y recaer por completo hacia el objeto de su atracción, de su necesidad. Es indiscutible que el amor moderno no ha cambiado mucho sus características; conceptos como los celos y la posesión siguen haciendo parte de canciones populares, novelas en prime time y por supuesto el comercio. A pesar de la toda la información que desmitifica esas manifestaciones como conceptos del amor, las gran mayoría de la población sigue siendo víctima del comercio del amor.
¿Cómo podría un sentimiento tan puro y profundo, tan humano, convertirse en parte del movimiento industrial que desde mediados del siglo XVIII dio inicio al intercambio de emociones humanas por enseres propios de la vida diaria y que hoy en día siguiendo su curso se hace cada vez más evidente?
No es de sorprenderse que a través del manejo de nuestras emociones las grandes corporaciones y monopolios alrededor del mundo hayan logrado ventas millonarias y posesionarse como entidades creadoras de nuestra realidad. Lo que nos venden nos hace sentir más hermoso(as) adecuados(as); en fin, amados(as).
El encajar casi como un método de supervivencia se convirtió en el hilo que dio vuelo a la gran cometa. El hacernos sentir insuficientes, inconclusos, incompletos, habidos de “eso” que nos integre, como en el útero materno, que nos haga sentir cómodos y felices, protegidos y únicos.
El comercio del amor se ha convertido en el cordón umbilical que nos une a nuestros instintos más primarios, que nos obliga a estar ligados a “eso” de lo creemos carecer y que por consecuencia buscamos incansablemente. Siendo un poco observadores nada más podemos sin mayor dificultad darnos cuenta del mensaje establecido, del perifoneo constante hacia nuestras mentes que dada su naturaleza son ampliamente impresionables. El ininterrumpido sonar que los medios de comunicación que sin más reparo han dejado fluir desde los primeros inventos; canciones en la radio y radio novelas que nos han dejado un sin sabor por el ser amado, el objeto, la carencia. La escuela y la iglesia entes de control perpetuadores de una educación obsoleta, enfocada en hacer que todo el tiempo mires el exterior, lo que no te gusta de ti reflejado en millones de espejos y busques transformarlos, convertirte en alguien que ya eres, que esta inherente en ti desde tu creación, desde tu paso por los mundos. Contribuyendo ampliamente al comercio de la emoción humana más poderosa.
El odiarnos a nosotros mismos (por así decirlo) su arma secreta. El amor por sí solo es una fuerza poderosa que mueve al mundo en formas inimaginables, adueñarse de su significado y explicarnos como debimos sentirlo y manifestarlo el proceso final para incrustar en nuestra mente lo requerido. Es simple, el amor vende lo que sea; comprarlo asegura que te amen. Primero hacer que odies todo de ti, mostrándote en realidad como deberías ser, lo que deberías pensar, quien deberías ser para que las otras personas accedan a tus deseos y cubran tus necesidades.
Millones de muestrarios humanos vendiéndonos la belleza perfecta, la eterna juventud, la fuerza, la aceptación, luego una gama de productos que prometen cubrir esas carencias, hacer que el mundo te amé, dejando de lado lo mas importante; todo esto en pequeños frascos al alcance de cualquiera que pueda comprarlos y por su puesto perpetuar su uso hasta que se olvide realmente el objetivo.
Un ruido que no se detiene; las circunstancias puestas a la orden del día, la música, televisión y la red difusores indiscutibles del odio hacia nosotros mismos, frases como; sin ti no puedo vivir, moriré si te vas, entre otras, que estoy segura han escuchado o visto por todos lados.
Frases que enmascaran la sensación del verdadero amor , que claramente está muy lejos de esas absurdas premisas y que lo único que logran en nuestra psique es convertirlas en manifiestos, en comportamientos irracionales que nos hacen desear ser otra persona, caer en depresiones severas, buscar “amor” por doquier y de cualquier forma, vender nuestra tranquilidad en búsqueda de placeres momentáneos, cubriendo así nuevamente nuestra necesidad de amor, ese que desde las entrañas de la madre se justifica de cualquier modo.
Situaciones que van haciendo mella hasta convertirse en un gran hoyo sin fondo, donde tiempo después no podremos ver la luz.
Y luego nos preguntamos porque somos tan infelices, porque nunca estamos satisfechos, compramos y compramos; comida, ropa, objetos de entretenimiento, compañía, etc… Todo lo que el comercio del amor ha puesto a nuestro alcance y aun así desesperadamente buscamos encontrar en el fondo del hoyo eso que nos hace humanos, el amor en su verdadera expresión; ese que solamente fluye desde adentro y que cuando lo descubres es lo único que necesitas.